“Cuando la conocí, me decepcionó. No quería hablar de literatura, ni mucho menos de su obra; apenas aventuraba un juicio sobre algún libro que había leído, pero raramente sobre un contemporáneo. En cambio, me di cuenta de que observaba cada detalle de la gente que nos rodeaba, los gestos que yo hacía, alguna particularidad del café en el que estábamos”. (Alberto Manguel sobre Alice Munro).
Mientras
leía el artículo (“La alta literatura es gimnasia para el cerebro”) que daba cuenta de un estudio universitario sobre la excelencia de
la literatura por encima del ensayo no acababa de creérmelo, pensaba que éste
no tenía rival a la hora de ensanchar la mente, de acrecentar nuestras
capacidades. Durante días, como en un segundo plano, esa idea me ha
martilleado, poniendo en cuestión lo que ya daba por sentado, que debía decidirme
de una vez a dejar de leer literatura, porque era perder el tiempo, dedicarme a
las biografías y a los ensayos, aunque, también en segundo plano, había una
idea que me corroía, si la literatura dejaba de interesarme era porque me estoy
alejando de la vida, cercado por el lento enfriamiento que precede a la edad tardía.
Pero me ha bastado volver otra vez a Alice Munro, a sus relatos, para darme
cuenta de qué es lo que tiene la literatura que no tienen los ensayos u otro
tipo de escritos alejados de la naturaleza del arte. Al fin y al cabo, qué son
los estudios sociológicos, incluso los psicológicos, si en lo que estamos interesados
es en la naturaleza humana, no son otra cosa que aproximaciones a lo bruto,
necesarias sin duda, para conocer nuestra especie y predecir su comportamiento,
pero completamente inútiles para llegar a donde nos interesa, el cuerpo a
cuerpo entre nosotros, un tipo de conocimiento que nos da la experiencia
siempre que no estemos ciegos o indispuestos a extraer lecciones.
¿Por qué la
gente lee novelas? Porque somos conscientes de nuestra inhabilidad para seducir
al otro, para establecer una conversación íntima, para transmitir nuestros
descubrimientos, dolores y alegrías verdaderas, para conocernos. Creemos que esas carencias las
podemos encontrar en las novelas y de hecho las encontramos. Nos reconocemos en
los personajes que nos conmueven porque hemos experimentado en nosotros lo que
a ellos les sucede, aunque seamos incapaces de verbalizarlo porque no tenemos a
quien contárselo o no tenemos el tiempo y la paciencia para escribirlo o nos
sentimos derrotados antes de empezar. Esa sabiduría no nos la ofrecen los
tratados o los escritos más sabios. La fibra que vibra dentro de nosotros
cuando leemos a Alice Munro, u otro gran escritor, hace que se desanuden
conexiones neuronales, que nuestro pensamiento se abra, que nuestras emociones
se aviven, que nos entren las ganas de nuevo de intentarlo. Es lo que
diferencia a la gran literatura de la ficción popular que aviva los sentimientos hacia
la fantasía, en un extremo, o enciende la inteligencia hacia el chisporroteo
intelectual, en la no ficción, pero no nos acercan al secreto de la vida real
que queremos seguir viviendo.
El cuento
que acabo de leer se titula en inglés “The Bear Came Over the Mountain”.
Me ha costado encontrarlo, primero porque no daba con el título que le habían
puesto en castellano, “Ver las orejas al lobo”, y luego porque no sabía
en qué libro estaba recogido (“Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio”).
Si tenía interés en dar con él era porque quiero ver con urgencia la película
que Sarah Polley armó sobre él, 'Lejos de ella' (2006). Cuando se
estrenó la desdeñé porque la supuse ñoña, como por ejemplo En el estanque
dorado, pero ahora sé que se basaba en el cuento de Alice
Munro. Por eso me han entrado las urgencias de verla. Y porque he leído: “Lejos
de ella no es un melodrama. No quiere serlo. Ni uno solo de los planos está
ahí para herir la capacidad del espectador de comprender lo que está viendo”.
“Ver las
orejas al lobo” es de esas historias que no se pueden transcribir porque
recontarlas supone vaciarlas de su verdadero sentido. Es lo que ocurre con las
obras maestras, no se las puede repetir en otro lenguaje sin falsearlas o
quedarse en la mera superficie. Otro de los motivos para lanzarme sobre la
película: ver si Sarah Polley lo ha conseguido. Sobre el cuento, podría decir
que se trata de una pareja que se quiere, que ella es golpeada por el Alzheimer
y ha de ser ingresada en un centro especializado, que allí se encuentra con
otros como ella, que su marido va a visitarla amorosamente, que ella deja de
saber quién es ese hombre que la visita. Pero eso es la carcasa del asunto, lo
fundamental está en la capacidad de Alice Munro para describir los detalles,
para trabar las frases, para contar lo que no se ve, para decir aquello que no
nos atrevemos a decir cuando hablamos entre nosotros, incluso con los que
queremos, para mostrar las transiciones de un estado a otro en nuestras vidas,
para obligar al lector sutilmente a tomar partido, a juzgar lo que ha hecho o
pensaba hacer, para indagar en nuestros recovecos, para ver a los demás como seres humanos.
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