
La película
trata de un individuo en la mediana edad, Carlos Gutiérrez, que, gracias al don
divino de una buena voz, se ha convertido en uno de tantos
admiradores-imitadores de Elvis Presley, incluso se hace llamar Elvis. Físicamente
no da para mucho, pero no por ello ceja en su empeño de transformarse, de
repetir en su cuerpo el destino de su héroe. Tiene mujer, de la que se está
separando, e hija –Lisa Marie- en torno a las que ha creado una nube
rockanrolera, pero de la que ellas quieren salir. En los días en que se acerca
el día en que va a cumplir los mismos años que Elvis tuvo al morir, hay un
accidente en el que se ven involucradas madre e hija, pero ni aún así Carlos
Gutiérrez es capaz de salir de sus fantasías paralizantes, al contrario, echa
el resto y vuela a Graceland para cumplir con su destino.
La falta de
pulso moral mantiene a Argentina en su actual parálisis –en muchos aspectos se
parece a España-, viviendo momentos chuscos como en los años en que cambiaba de
presidente en un plis plas o, ahora, con el suceso de la enfermedad ocultada de
su presidenta. Las élites intelectuales que en otro tiempo dieron brillo al país,
que eran la envidia de toda Latinoamérica, han desaparecido, han huido del país
o son irrelevantes. Un país grande, en tantos aspectos, ¿qué ha sido de él? Embobada
en la ensoñación de ser la
Europa de América, el bucle populista del peronismo le ha
llevado a su actual embotamiento.
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