«Un día la visión se desvanecerá y muchos se preguntarán: ¿qué vimos? Y otros: ¿estábamos ciegos? Tal vez ese día alguien recuerde que, en efecto, antes de la independencia los catalanes pagaban más (como los madrileños, por cierto) no porque fuesen catalanes, sino porque eran más ricos; y que estos, los ricos, no se sabe cómo sugestionaron a tantas gentes haciéndoles creer durante un tiempo, hasta que llegó la independencia, que antes que pobres eran catalanes. Lo probable es que después de la independencia estos mismos vuelvan a ser lo que siempre fueron: antes que catalanes, pobres.»
Ese despertar que pide Andrés Trapiello no vale sólo para el nacionalismo, para el sueño de la independencia,
vale para todos los sueños, para todo aquello que nos saca de los feos días,
del aburrido discurrir, por no hablar de la desesperanza o del desasosiego, qué
sería de nosotros sin las ilusiones que nos proyectan y nos aúpan, que visten y
arrebolan nuestras miserias. Cada día está lleno de sueños y de afanes fantasmagóricos
y todas las edades lo están, qué mente por más fuerza que tenga, por más
inteligencia que alumbre, escapa a ellas, qué fue del comunismo al que tantos
se entregaron o de la mística religiosa que hizo tantos santos y procuró obras
de arte que veneramos desde nuestra actual frialdad, qué fue de los amores que
han pasado por nuestras vidas y que creíamos eternos, que nos arrebataron e
hincharon, qué de los ídolos que luego demostraron ser de barro pero que
alzamos en nuestra mente con entrega irracional, qué hay de los actuales
fanatismos, de los que matan pero de los también inocuos, del fútbol, del
partidario, de los que mueven multitudes y de los que son privados, qué mente
se mantiene cada día incólume, cada hora entregada al sereno discurrir, al buen
juicio, a la sola razón. De todos ellos, de los sueños, de los fanatismos, en
general se despierta un día o se agotan con el paso del tiempo, de modo que no
creemos haberlos vivido o no nos reconocemos en la persona que a ellos se
entregó, somos otro y nos cuesta encadenar a este que somos con aquel que
fuimos, nos vemos con rupturas de tiempo o ni siquiera pensamos en ello porque
ya nos hemos entregado a otros si nuestra mente está aún con vida y no se halla
ya vencida. Las
palabras sensatas y razonables de Andrés Trapiello no moverán a nadie de su
sueño.
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