jueves, 24 de octubre de 2013

¿Estábamos ciegos?


            «Un día la visión se desvanecerá y muchos se preguntarán: ¿qué vimos? Y otros: ¿estábamos ciegos? Tal vez ese día alguien recuerde que, en efecto, antes de la independencia los catalanes pagaban más (como los madrileños, por cierto) no porque fuesen catalanes, sino porque eran más ricos; y que estos, los ricos, no se sabe cómo sugestionaron a tantas gentes haciéndoles creer durante un tiempo, hasta que llegó la independencia, que antes que pobres eran catalanes. Lo probable es que después de la independencia estos mismos vuelvan a ser lo que siempre fueron: antes que catalanes, pobres.» 
            Ese despertar que pide Andrés Trapiello no vale sólo para el nacionalismo, para el sueño de la independencia, vale para todos los sueños, para todo aquello que nos saca de los feos días, del aburrido discurrir, por no hablar de la desesperanza o del desasosiego, qué sería de nosotros sin las ilusiones que nos proyectan y nos aúpan, que visten y arrebolan nuestras miserias. Cada día está lleno de sueños y de afanes fantasmagóricos y todas las edades lo están, qué mente por más fuerza que tenga, por más inteligencia que alumbre, escapa a ellas, qué fue del comunismo al que tantos se entregaron o de la mística religiosa que hizo tantos santos y procuró obras de arte que veneramos desde nuestra actual frialdad, qué fue de los amores que han pasado por nuestras vidas y que creíamos eternos, que nos arrebataron e hincharon, qué de los ídolos que luego demostraron ser de barro pero que alzamos en nuestra mente con entrega irracional, qué hay de los actuales fanatismos, de los que matan pero de los también inocuos, del fútbol, del partidario, de los que mueven multitudes y de los que son privados, qué mente se mantiene cada día incólume, cada hora entregada al sereno discurrir, al buen juicio, a la sola razón. De todos ellos, de los sueños, de los fanatismos, en general se despierta un día o se agotan con el paso del tiempo, de modo que no creemos haberlos vivido o no nos reconocemos en la persona que a ellos se entregó, somos otro y nos cuesta encadenar a este que somos con aquel que fuimos, nos vemos con rupturas de tiempo o ni siquiera pensamos en ello porque ya nos hemos entregado a otros si nuestra mente está aún con vida y no se halla ya vencida. Las palabras sensatas y razonables de Andrés Trapiello no moverán a nadie de su sueño.


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