lunes, 7 de octubre de 2013

El lenguaje del juego, de Daniel Sada


            Daniel Sada –El lenguaje del juego- escribe como si estuviese inventando el español o al menos como si lo recrease. La impresión que tengo mientras leo es parecida a cuando leí, o al menos como recuerdo, las novelas picarescas, El lazarillo, invención y frescura, mezcla de ingenuidad y sabiduría. Ingenuidad a la hora de disponer de las palabras, las palabras de la calle que se retuercen sin miramiento hasta hacerlas decir lo que se quiere decir y sabiduría porque Sada escribe en este siglo después de que tantos periodos clásicos hayan pasado por el idioma. Sabe hasta donde puede llegar y qué límites puede sobrepasar, nunca se queda en una palabra o en una frase para disfrutar de ella y lucirse con el hallazgo. La retórica es la justa, significativa. Lo único que me sorprende entre interrogaciones, aunque no me disgusta, son las frases cortas. He leído a quien ha sostenido que eso no iba con el idioma, que el español se desenvuelve mejor en periodos largos. Depende. Para lo que Sada quiere explicar, parece que esta forma de fraseo va mejor: muchas frases de a palabra o de a dos y tres, muchos dos puntos e interrogantes. Quizá con ello vehicule mejor el lenguaje del pueblo, de esos pueblos mejicanos de frontera, subsumidos en el poder de los cárteles y de las balaceras, donde lo que conviene es hablar poco y significar menos, donde las conversaciones no duran mucho y lo que hay que decir se dice de corrido.

            El protagonista de esta novela, ya aparece en el título, es el lenguaje. Sigo pensando que el mejor español de hoy se escribe por esos pagos, de Río Grande para abajo y alrededor del Caribe. También me parece que Daniel Sada podría haber escogido cualquier tema para hacer su juego, pero el escritor debe ser fiel a lo que conoce. Un pequeño pueblo que está creciendo, en un cruce de caminos, una familia que después de vivir en los márgenes de la pobreza, de cruzar y descruzar la frontera con Gringolandia –así lo escribe Sada- decide montar una pizzería en tierra de tortillas, los dos hijos que crecen y toman la determinación de ser adultos a su modo, los capos, la droga, los fríos asesinatos, el vuelco en la vida de la gente. Sada lo cuenta con gran economía, con ritmo vivo, con palabras de su tierra. Sorprende para quien viene de un idioma macerado, trillado, sin sorpresas.

            Otro hallazgo de esta novela es el papel casi invisible pero palpable del narrador que gracias a ligeros apuntes hace saber que conoce la historia, que alguien se la contado o que ha estado presente. No es un narrador omnisciente sino más bien la voz de un reportero o de un investigador o la de un testigo que aporta los detalles de lo que está ocurriendo, recogiendo incluso el habla de los protagonistas de la historia.


            Esta novela la escribió poco antes de morir, no sé si está terminada. A mí me parece que no. Más bien da la impresión de que se haya quedado a la mitad en su relato. Aunque no importa, podría tener el doble de páginas y no por ello tener más valor. Es como en los cuentos de Juan Rulfo, con uno basta para comprender su estilo, para entender qué quiere hacer con el lenguaje.

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Otrosí: “El derecho a decidir es, básicamente, el derecho a recibir”.

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