
El
protagonista de esta novela, ya aparece en el título, es el lenguaje. Sigo pensando
que el mejor español de hoy se escribe por esos pagos, de Río Grande para abajo
y alrededor del Caribe. También me parece que Daniel Sada podría haber escogido
cualquier tema para hacer su juego, pero el escritor debe ser fiel a lo que
conoce. Un pequeño pueblo que está creciendo, en un cruce de caminos, una
familia que después de vivir en los márgenes de la pobreza, de cruzar y
descruzar la frontera con Gringolandia –así lo escribe Sada- decide montar una
pizzería en tierra de tortillas, los dos hijos que crecen y toman la
determinación de ser adultos a su modo, los capos, la droga, los fríos
asesinatos, el vuelco en la vida de la gente. Sada lo cuenta con gran economía,
con ritmo vivo, con palabras de su tierra. Sorprende para quien viene de un
idioma macerado, trillado, sin sorpresas.
Otro
hallazgo de esta novela es el papel casi invisible pero palpable del narrador
que gracias a ligeros apuntes hace saber que conoce la historia, que alguien se
la contado o que ha estado presente. No es un narrador omnisciente sino más
bien la voz de un reportero o de un investigador o la de un testigo que aporta
los detalles de lo que está ocurriendo, recogiendo incluso el habla de los
protagonistas de la historia.
Esta novela
la escribió poco antes de morir, no sé si está terminada. A mí me parece que
no. Más bien da la impresión de que se haya quedado a la mitad en su relato.
Aunque no importa, podría tener el doble de páginas y no por ello tener más
valor. Es como en los cuentos de Juan Rulfo, con uno basta para comprender su
estilo, para entender qué quiere hacer con el lenguaje.
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Otrosí: “El derecho a decidir es, básicamente, el derecho a recibir”.
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Otrosí: “El derecho a decidir es, básicamente, el derecho a recibir”.
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