
Holly Golightly
es la Mme. Bovary
de la época del pop y Truman Capote el Andy Warhol de la escritura. Y como la Bovary también ella, Holly,
de “Tanto leer sueños” en las revistas ilustradas, huyó de Tulip, Texas, de su
marido, que como Charles Bovary también era un viudo mucho mayor que ella, con
el que se había casado a los catorce años, de sus hijos adoptivos y de su
hermano para ver “a los buques que salían hacia alta mar deslizarse por entre
acantilados de incendiados rascacielos”. Charles Bovary es médico, Doc,
veterinario. Como la Bovary ,
tiene amantes, hasta once, concede, y coquetea varias veces con un matrimonio
que le proporcione un acceso fácil a la tienda de Tiffany’s. Sin embargo, el
final no puede ser trágico como en la novela de Flaubert porque los tiempos han
cambiado, aunque no tanto como para que no tenga que abandonar el mundo en el
que ha podido utilizar sus habilidades. El final es cómico pero atravesado por
un rayo moral: Holly, yendo hacia el aeropuerto, también abandona al gato, trasunto
de la propia Holly, “un rojizo macho atigrado”, que la ha acompañado en la gran
ciudad, aunque al instante se arrepiente y vuelve a por él al Harlem Latino,
pero como no lo encuentra hace prometer a su amigo el escritor que lo busque
sin desmayo. Un final teatral.
La historia
en sí, utilizando palabras del propio Capote, se antoja “implausible”, como en el
pop art, la escritura de Capote, el dibujo de sus personajes está trazado en
dos dimensiones, alto y ancho, en papel satinado, a 25 imágenes por segundo, una
escritura pirotécnica que provoca el chisporroteo del efecto inmediato, descripciones
vistosas, personajes cuadrados con un par de frases. Así uno de ellos:
“En 1908
había perdido a sus progenitores; su padre, víctima de un anarquista, y su
madre a consecuencia de la conmoción, y esta doble desgracia convirtió a Rusty
en huérfano, en millonario y en personaje popular, y todo eso a los cinco años
de edad. Desde entonces había sido un socorrido recurso para los suplementos
dominicales, y esta circunstancia alcanzó su huracanada culminación el día en
que, siendo todavía un colegial, consiguió que su padrino y tutor fuese
detenido, acusado de sodomía. Posteriormente, las bodas y los divorcios le
permitieron conservar su lugar bajo el sol de los tabloides. Su primera esposa
se largó, con pensión incluida, a vivir con un rival de Father Divine”.
En
realidad, el libro habla del propio Capote, de sus ansias y deseos, de su
voluntad de triunfar sin fatigas. Hay muchos personajes que tienen algo del propio
Capote, desde Rusty Trawler, el millonario gay que quiere casarse con Holly,
hasta el narrador que escribe cuentos sin mucho éxito, y hasta la propia Holly
de quien podría decirse lo mismo que Flaubert dijo de Mme Bovary, Holly soy yo.
Frases:
“Fuimos sucesivamente zambulléndonos en charcos de sol y de
sombra”.
“Para leer esta clase de cartas hay que llevar los labios
pintados”.
“A los que no les gusta el baseball, les gustan los
caballos, y si no les gusta ninguna de las dos cosas, bueno, seguro que de
todos modos me he metido en un lío: tampoco les gustan las chicas”.
“Pero llevar diamantes sin haber cumplido los cuarenta es
una horterada; y entonces todavía resulta peligroso. Sólo quedan bien cuando
los llevan mujeres verdaderamente viejas. Maria Ouspenskaya. Arrugas y huesos,
canas y diamantes: me muero de ganas de que llegue ese momento. Pero no es eso
lo que me vuelve loca de Tiffany's”.
Ambigüedad:
"A no ser, y la pregunta era evidente, que mi escandalizado
enfurecimiento fuese en parte consecuencia de que también yo estaba enamorado
de Holly. En parte. Porque sí lo estaba. De la misma manera que años atrás me
había enamorado de la vieja cocinera negra de mi madre, y de un cartero que me
permitía acompañarle en su ronda, y de toda una familia, los McKendrick".
"El policía pareció azorarse, por culpa de Madame Spanella y
de la situación; pero un austero goce puso en tensión el rostro de su colega,
que dejó caer la mano sobre el hombro de Holly y, con una voz sorprendentemente
aniñada, dijo:
—Ven, chica. Tú y yo nos vamos de paseo.
A lo cual Holly le contestó, con la mayor frialdad:
—Ya puedes sacarme de encima esas manos de palurda, bollera
repugnante, marimacho ridículo".
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