viernes, 20 de septiembre de 2013

20 (The act of killing)


            1. Tengo una sensación extraña viendo The act of killing. Quería verla, por supuesto, hay en el aire como una obligación moral hacia ella, además las críticas son buenas. Pero es un modo de ver diferente, como si empezásemos otra vez de nuevo, como si otra vez tuviésemos que aprender a mirar. En general, es como si hubiese vuelto el documental; más, es como si estuviésemos en su época dorada, de modo parecido a los ensayos que no sólo tienen gran calidad literaria sino que aportan conocimiento y placer en mayor dosis que las febles novelas. Es una película larga, tengo la sensación de que es recurrente, que se podría haber acortado. El realizador, Joshua Oppenheimer, entrevista a genocidas que en 1965 participaron en la masacre de comunistas en Indonesia. Al menos, medio millón de muertos. No se sabe cómo ha conseguido que hablen ante la cámara del asunto, creo que de algún modo nos lo tendría que haber hecho saber. Les hace creer que son ellos los que están haciendo la película y hay unas cuantas secuencias penosas en las que simulan reproducir sus actos de entonces, torturas y asesinatos, incluso hablan del placer de las violaciones. Ni siquiera llega a naif el modo en que las reproducen, en el acto de esa teatralización, sin embargo, quedan en evidencia dos cosas, el horror impune de los métodos y la miseria moral de sus autores, produciendo escalofríos en quien los contempla. Cuando el realizador me muestra el rostro del protagonista principal, porque hay una estrella en esta película, Anwar Congo, un hombre presumido al que le gusta vestir bien y cuidar su aspecto, intento traspasar su gruesa piel y sus ojos huidizos, intento ver qué queda en el alma de este hombre después de tantos años. El hombre asegura que tiene pesadillas y sentimiento de culpa y sus compañeros buscan el modo de rebajarla. Lo más asombroso, sin embargo, es que estos hombres son tratados en su país como héroes, algunos tienen cargos públicos importantes, la organización política a la que pertenecían cuando la masacre, y a la que siguen perteneciendo, la Juventud Pancasila, no sólo es legal sino la más importante del país, incluso ministros y hasta el vicepresidente acuden a sus actos, cantan sus canciones guerreras y celebran lo que ocurrió. Un país enfermo, sin pulso moral, al que no nos gustaría parecernos, aunque a veces parezca que busquemos la ocasión.

            Los protagonistas hablan entre ellos, responden a preguntas, recorren la ciudad en autos desvencijados, cantan y bailan, recuerdan. Aquellos fueron los mejores momentos de sus vidas, cuando eran jóvenes y la vida estaba en deuda con ellos. Ahora cuando echan la vista atrás, convocados por Oppenheimer, no se sabe si su remordimiento apenas exhibido se debe a que por su cabeza pase como un rayo “aquello estuvo mal” o que sientan que el tiempo huyó y quisieran volver para vivirlo de otro modo. En todo caso, algo en el haber del realizador, es presentarnos a toda esa gente como hombres, hombres perversos, parte de la condición humana.

¿Por qué el documental está viviendo esta época dorada? “Creo que el cine ha sido parte de nuestra alienación. Pero creo que también lo puede ser de nuestro despertar” (JoshuaOppenheimer).

2. Septiembre no acaba y hasta que no acabe habrá susto. Una ristra de llamadas, una urgencia que yo no sé que lo es hasta que puedo responder. Me llaman de la Dirección Provincial, una voz inquieta, alarmada, me reprocha qué qué es eso de cambiar la fecha, que tendré que anular y reiniciar el expediente. Pues bueno.



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