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1. Tengo una
sensación extraña viendo
The act of
killing. Quería verla, por supuesto, hay en el aire como una obligación
moral hacia ella, además las críticas son buenas. Pero es un modo de ver
diferente, como si empezásemos otra vez de nuevo, como si otra vez tuviésemos
que aprender a mirar. En general, es como si hubiese vuelto el documental; más,
es como si estuviésemos en su época dorada, de modo parecido a los ensayos que
no sólo tienen gran calidad literaria sino que aportan conocimiento y placer en
mayor dosis que las febles novelas. Es una película larga, tengo la sensación
de que es recurrente, que se podría haber acortado. El realizador, Joshua
Oppenheimer, entrevista a genocidas que en 1965 participaron en la masacre de
comunistas en Indonesia. Al menos, medio
millón de muertos. No se sabe cómo ha conseguido que hablen ante la cámara del
asunto, creo que de algún modo nos lo tendría que haber hecho saber. Les hace
creer que son ellos los que están haciendo la película y hay unas cuantas
secuencias penosas en las que simulan reproducir sus actos de entonces,
torturas y asesinatos, incluso hablan del placer de las violaciones. Ni
siquiera llega a naif el modo en que las reproducen, en el acto de esa
teatralización, sin embargo, quedan en evidencia dos cosas, el horror impune de
los métodos y la miseria moral de sus autores, produciendo escalofríos en quien
los contempla. Cuando el realizador me muestra el rostro del protagonista
principal, porque hay una estrella en esta película, Anwar Congo, un hombre
presumido al que le gusta vestir bien y cuidar su aspecto, intento traspasar su
gruesa piel y sus ojos huidizos, intento ver qué queda en el alma de este
hombre después de tantos años. El hombre asegura que tiene pesadillas y
sentimiento de culpa y sus compañeros buscan el modo de rebajarla. Lo más
asombroso, sin embargo, es que estos hombres son tratados en su país como
héroes, algunos tienen cargos públicos importantes, la organización política a
la que pertenecían cuando la masacre, y a la que siguen perteneciendo,
la Juventud Pancasila,
no sólo es legal sino la más importante del país, incluso ministros y hasta el
vicepresidente acuden a sus actos, cantan sus canciones guerreras y celebran lo
que ocurrió. Un país enfermo, sin pulso moral, al que no nos gustaría
parecernos, aunque a veces parezca que busquemos la ocasión.
Los
protagonistas hablan entre ellos, responden a preguntas, recorren la ciudad en
autos desvencijados, cantan y bailan, recuerdan. Aquellos fueron los mejores
momentos de sus vidas, cuando eran jóvenes y la vida estaba en deuda con ellos.
Ahora cuando echan la vista atrás, convocados por Oppenheimer, no se sabe si su
remordimiento apenas exhibido se debe a que por su cabeza pase como un rayo
“aquello estuvo mal” o que sientan que el tiempo huyó y quisieran volver para
vivirlo de otro modo. En todo caso, algo en el haber del realizador, es
presentarnos a toda esa gente como hombres, hombres perversos, parte de la
condición humana.
¿Por qué el documental está
viviendo esta época dorada? “Creo que el cine ha sido parte de nuestra
alienación. Pero creo que también lo puede ser de nuestro despertar” (
JoshuaOppenheimer).
2. Septiembre no acaba y hasta que no acabe habrá susto. Una ristra de llamadas, una urgencia que yo no sé que lo es hasta que puedo responder. Me llaman de la Dirección Provincial, una voz inquieta, alarmada, me reprocha qué qué es eso de cambiar la fecha, que tendré que anular y reiniciar el expediente. Pues bueno.
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