El primero,
The Art of Flight, se descarta rápido. Ni siquiera tiene una historia, sólo
una serie de tomas o vistas, la mayor parte en helicóptero –no se puede hablar
de escenas o secuencias, o quizá sí, pero no se ve la unidad, el criterio-,
adolescentes deslizándose con sus skates montaña nevada abajo, ya sea en
Alaska, las Rocosas o en los Andes chilenos. Nada más que el afán adolescente
por la diversión y el riesgo inconsciente, ni siquiera para impresionar a las
chicas. No hay ni una sola chica en todo el documental. Por qué verlo,
entonces. Por nada, si uno ha tenido un mal día o está cansado y quiere relajar
los ojos y la mente, podría verlo, como ruido de fondo.
El segundo,
Searching for Sugar Man, describe
un breve momento, el fugaz éxito de un cantante rockero de los 70, un tal Rodríguez.
Lanzó un par de discos en su EE UU natal sin que nadie reparase en él, pero
inopinadamente, en un lejano y peculiar país, por lo del apartheid, sin que allí
nadie lo conociera más allá del nombre, alcanzó una popularidad descomunal, a
la altura de Elvis, más que los Rolling. Dicen que sus canciones sintonizaban
con la necesidad de libertad que el país tenía. Las imágenes y la música
documentan ese momento inesperado. Entrevistan a quienes lo lanzaron y luego
imitaron en Sudáfrica, a quienes lo buscaron –corría incluso la leyenda de que
se había suicidado encima del escenario-, dieron con él y lo llevaron para que
diera cinco conciertos. Rodríguez andaba perdido y olvidado, tras su fracaso
inicial en su ciudad, Detroit, como peón de la construcción. Acude, pues a Sudáfrica
y durante unos días fugaces bebe las mieles del éxito para volver a la vida
oscura como la de cualquier Quisque. El documental desborda ingenuidad y
primitivismo, propios del espíritu de comienzos de los setenta. Los
entrevistados dicen cosas, ensalzan a Rodríguez, pero eso es lo de menos, lo
demás es la nostalgia, la melancolía de la pérdida.
Sólo el
tercero está construido con ambición de trascendencia. Ai Weiwei: Never Sorry.
Conocido en todo el mundo, quién no ha visto la secuencia de las tres imágenes
en que el artista chino deja caer al suelo un jarrón del neolítico o el gran
tapiz de pipas extendido en la gran sala de la Tate Modern. Es un documental
hagiográfico. Ai Weiwei plantándole cara al régimen totalitario chino, Ai
Weiwei con sus performances con intencionalidad política, Ai Weiwei con su
cohorte de discípulos y seguidores entregados a la causa, Ai Weiwei twitteando
consignas, lemas, convocatorias, frases proclamando la libertad. Quién no va a
admirar su labor, sus breves periodos de cárcel, sus incomodidades, su agitación.
Sin embargo, el arte es otra cosa, ¿aquello que es radicalmente diferente de lo
que sale en los medios de comunicación?, como decíamos. El arte va más allá de
la agitación, es trascendente, remueve mucho más que el activismo político. No
tengo la experiencia directa de la obra de Ai Weiwei pero creo que eso es lo
que le falta a Ai Weiwei para ser un artista decisivo.
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