sábado, 13 de abril de 2013

La ridícula idea de no volver a verte de Rosa Montero



            "Como no he tenido hijos, lo más importante que me ha pasado en la vida son mis muertos, y con ello me refiero a la muerte de mis seres queridos. ¿Te parece lúgubre, quizá incluso morboso? Yo no lo veo así, antes al contrario: me resulta tan natural, tan cierto. Solo en los nacimientos y en las muertes se sale uno del tiempo: la Tierra detiene su rotación y las trivialidades en las que malgastamos las horas caen sobre el suelo como polvo de purpurina. Cuando un niño nace o una persona muere, el presente se parte por la mitad y te deja atisbar por un instante la grieta de lo verdadero: monumental, ardiente e impasible."

            Así comienza Rosa Montero su último libro, fruto de un encargo de su editorial, un encargo que había de ser un prólogo a una breve autobiografía de Madame Curie pero que se convirtió en un ensayo biográfico al que al final se añade el diario o cuaderno de memorias que Marie Curie escribió durante el año siguiente a la muerte de su esposo. Las dos, Rosa Montero y Madame Curie, acaban de sufrir una pérdida que les duele en lo más hondo. La científica polaca a su marido Pierre Curie, atropellado por un vehículo de caballos en 1906, Rosa Montero a su compañero de muchos años a causa de un cáncer. Ambas se manifiestan destrozadas y que la pérdida es irreparable, que nada puede consolarlas. Escriben para contar su pena y quizá para desahogarse. Recuerdan los momentos vividos en común, lo que ya no podrán hacer juntos, el enorme hueco que se ha abierto.

            Rosa Montero bucea en la autobiografía de Marie Curie, seccionándola en etapas sucesivas del duelo para poder contar el suyo propio, es decir, una parte de su autobiografía. Selecciona fragmentos, frases, pero también acude a las biografías que sobre Marie Curie se han escrito y a citas que estresaca de otros muchos autores, y los comenta. Escribe más de la francopolaca, de su marido perdido, de sus niñas, de su carrera, de su investigación y descubrimiento del polonio y del radio y de la obtención de los dos premios nobel, de física y de química, que de sí misma o de Pablo, su compañero, de quien sólo de forma indirecta sabe el lector, pero en cada página se trasparenta su dolor, traspone sus sentimientos, consume las etapas del duelo.

            Tiende a la beatificación de su biografiada, y es comprensible que así sea. A ambos, a Pierre y a Marie puede considerárseles como mártires de la ciencia, por el modo en que desarrollaron su investigación, sin ninguna protección contra la radiación. Murieron antes de tiempo, ella con 66 años, Pierre con 47. De hecho, Pierre ya estaba muy desmejorado antes del atropello. Por eso, quizá, no está dispuesta a mostrar el lado oscuro de Marie Curie, sus debilidades o sus contradicciones, o muy mínimamente. Por ejemplo, si tan pasional es Marie en el modo de sentir la pérdida de su esposo, al que hecha de menos con tanta exaltación, culpándose de no haber aprovechado los momentos junto a él, no lo es menos en la relación que le unirá años después, en 1910, a Paul Langevin, físico como ella. Lo cual no es criticable en absoluto, Marie quedó viuda a los 39 años, sino simplemente pone en contexto la pasión extrema. Otra cosa es el escándalo farisaico que montó la sociedad pacata de la época cuando unas cartas de amor salieron en la prensa sensacionalista y que acabó con su relación amorosa.

              Rosa Motero habla mucho de #coincidencias- así, haciendo uso de los hagstags para señalar palabras o frases iterativas- en este libro, en la vida de los Curie, pero también en la suya propia. También podría hablar de la coincidencia mía de leer dos libros seguidos sobre el tema de la muerte, mientras asistía a la muerte de mi amiga Carmen.

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