viernes, 12 de abril de 2013

Alba Ventura y Chopin


Alba Ventura, piano

           Si tuviese que recordar algo del concierto tendría que ver con Alba Ventura. Sonreía, con sonrisa fácil, entregada al público y a sus compañeros músicos. No es de esos virtuosos absorbidos para quienes el mundo no existe. También su forma de tocar, como encogida, curvada la espalda sobre sus dedos nerviosos que se desplazan ágiles sobre la dentadura del piano, un arco su espalda de la cintura a los dedos. No era la Alba Ventura que yo había imaginado en las fotografías, con más cuerpo, más llena. Verla así, hace sufrir, desplaza la atención de la música a su compostura. Y su vestido azul como de gasa agitada por el viento del océano, envolviéndola en una ola en espiral. Suyo fue lo mejor, momentos de agitación romántica: en el concierto para piano de Chopin. El resto era viejo, una música de habitación cerrada, antigua, que apenas levantaba las capas de polvo del salón: el Fauré de Pelléas et Mélisande, la Sinfonia en Re menor de Franck. Ya viejos en su época, encerrados con sus juguetes en un siglo moribundo. Costaba disimilar el bostezo. No todo es memorable, pocas cosas lo son, aunque nos afanemos huyendo de las mortales rutinas.

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