martes, 9 de abril de 2013

El club de lectura del final de tu vida


            Es una tarde fría y gris de este día de abril. El aire se filtra por las rendijas mal cerradas de las ventanas y suena llevándome a los días de mi infancia, a la casa humilde de mis padres donde el frío era real no falsa reconstrucción de la memoria. Estoy esperando noticias, malas noticias, de una amiga querida a quien el destino le estaba esperando donde ella no pensaba.

            ¿Qué hace que escojamos un libro determinado para leer en un momento preciso? Yo me dejo llevar por las críticas o por los comentarios de la gente a la que aprecio, pero también cojo libros al azar, por una frase leída en la contraportada, por el dibujo o la fotografía de portada o por el título, como ha sido en este caso: El club de lectura del final de tu vida. En ese título se juntaban dos cosas que me atraían, la lectura, la actividad a la que dedico más tiempo con diferencia –he pertenecido a clubs de lecturas y me lo he pasado bien, no, desgraciadamente, en este momento-, y el final de la vida: tengo amigos y familiares que están pasando un mal trance, algunos el trance definitivo. Recordaré esta semana santa pasada como una de las peores. He hablado con ellos pero no lo suficiente. Sólo nos damos cuenta de ese detalle cuando ya en tiene remedio. En general hablamos poco con los demás, de las cosas que importan, nos retraemos por variados motivos, no deberíamos hacerlo.

            El escritor, narrador y coprotagonista de este libro, no creo que se pueda llamar novela, aunque quizá sí –qué es una novela-, cuenta un suceso real: a su madre le acaban de diagnosticar un cáncer pancreático, y por tanto terminal, aunque tiene suerte y su vida se alarga en aceptables condiciones casi dos años, suerte que no tiene mi amiga. Aunque, Mary Ann, la madre tiene una vida activa y está rodeada siempre de gente que la quiere, marido, hijos, nietos y un motón de amigos, Will, uno de sus hijos, planea un método para estar cerca de ella durante el tiempo que sobreviva, formar un club de lectura entre ellos dos. Seleccionan libros, en general recientes, los leen a un tiempo y quedan para comentarlos, generalmente en la sala de espera del hospital antes de una sesión de quimio. No tienen un método de selección, sino que las lecturas van cayendo casi al azar, aunque si se hace balance, la mayoría tienen que ver con las cosas importantes de la vida: el trato entre las personas, las encrucijadas, la solidaridad y, por supuesto, la muerte. Leen rápido y al final del club son muchos los libros que pasan por las páginas de este libro. Me gustaría leer muchos de ellos. A medida que van leyendo, Will va describiendo el deterioro de su madre, las fases de la enfermedad, los tratamientos diversos, su optimismo innato, a pesar de todo, pero también la conciencia del fin. La madre es religiosa y lee algún libro de ayuda –Fuerza diaria para necesidades diarias-, máximas que remiten a algún pasaje del evangelio o a frases de escritores famosos. El hijo no lo es. Esa discrepancia no hace que se presenten momentos insalvables o discrepancias graves en la manera de aceptar o juzgar un libro determinado. Si no sintiese que es una palabra cursi, diría que es un libro maravilloso, el libro que habría que leer en circunstancias como esta en que estás a punto de perder a una persona querida, o, ya puestos, en cualquier otra circunstancia.

            La madre, que ha trabajado intensamente en  una asociación de ayuda a refugiados, que ha ahijado a muchos de ellos para que tuviesen una segunda oportunidad en la vida, tiene un último proyecto, crear una biblioteca en Kabul, una gran biblioteca que sirva de base para otras itinerantes que puedan iniciar en la lectura a gente que nunca ha tenido contacto con los libros. Sin que se diga explícitamente, Will y su madre transmiten la idea de que los libros son compañeros necesarios en cualquier momento de la vida, también en el camino hacia la muerte. Qué poco hablamos de la muerte. Utilizamos muchas cautelas o eufemismos, como si fuese un asunto que podamos soslayar u ocultar o prescindir de su realidad. Pero la lectura tiene otro aspecto que no siempre aprovechamos, crea una hermandad de lectores. Este libro enseña cómo podemos comunicarnos con los demás mediante los libros, cómo podemos crear amistades o prolongar el afecto. Qué hay más importante que eso.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Cierto es que no solemos hablar de la muerte, tal vez nos asusta demasiado no?
Quizás este libro nos "abra" un poco los ojos o nos ayude a verlo de otra manera.
Estoy a punto de comenzarlo, me lo recomiendas entonces?
Un saludo,

Toni Santillán dijo...

Claro, Belén, que te lo recomiendo, es un gran libro, tan sencillo como útil, habla de la vida y de la muerte y de las personas a las que queremos y con quien deberíamos hablar más; siempre hay que hablar más.
También te recomiendo el de Rosa Montero.

Anónimo dijo...

Muchas gracias Toni, anoto tu recomendación!