domingo, 7 de abril de 2013

El ángel esmeralda, de Don DeLillo


             El libro que leo reúne todos los relatos de DeLillo, nueve en total, y abarcan de 1979 a 2011. Están ordenados cronológicamente. Es increíble ver cómo avanza, en los primeros relatos se ve la voluntad de escribir bien, la preocupación por dominar la técnica, a veces apabulla al lector, lo anonada, aunque también por significar, pero ya está la intención de que el lector derive los significados, no de forma inducida, sino por implosión, hacer que cada frase produzca un eco o un estallido en la cabeza del lector. 

1. En Creación una pareja llega a una isla del Caribe tras pasar unos días en un yate. No quedan plazas en el avión que han de coger en Tobago. Quedan a la espera, los vuelos cancelados, las reservas sin confirmar. Vuelven a un hotel de playa, hasta el día siguiente. El taxi les recoge, hacen sitio a una mujer europea. A la mañana siguiente de vuelta al aeropuerto, en el mostrador, un hombre les dice que sólo queda una plaza. Con pesar y más prisa la mujer se separa de su pareja en dirección a Barbados. El hombre vuelve al hotel junto a la mujer europea. Pasan la noche juntos, esperando el vuelo del día siguiente, si es que hubiese plazas.

2. En Momentos estelares de la Tercera Guerra Mundial, dos vigilantes aerospaciales en órbita geoestacionaria vigilan armas de láser dispuestas para ser ejecutadas, listos para encender los rayos láseres destructores, pero de pronto empiezan a oír voces procedentes de una radio de hace cincuenta años. Exhibición técnica deshumanizada

3. Un corredor, mientras sigue una ruta marcada, contempla como un coche se sale de la calzada y entra en el parque donde se entrena. Lo ve de lejos y no entiende muy bien lo que pasa. Una mujer le detiene y le explica que un hombre ha salido del coche y ha raptado a un niño que estaba de picnic con su madre. Asegura que es un padre separado que se lleva a su hijo porque le han prohibido verlo. El corredor comprueba poco después que esa historia no es verdadera.

4. En La acróbata de marfil una joven maestra se despierta cuando las paredes de su edificio se ponen a bailar. Durante las veinte páginas que dura la historia no dejarán de bailar. No está en su país,  no tiene medios de salir de la ciudad. Apenas conoce a un compañero de trabajo con quién tiene algún breve intercambio. Esta historia parece el germen de Ruido de fondo.

5. En El ángel esmeralda un par de monjas se las arreglan para conseguir un poco de dinero a cambio de información sobre el lugar donde han sido abandonados coches robados, información que pasan al jefe de una banda que convierte los vehículos en chatarra. El dinero obtenido lo transforman las monjas en alimentos que reparten en un agujero del Bronx. El lugar no tiene ni siquiera la categoría de barrio. Los deshechos humanos conviven con la chatarra, los neumáticos, los edificios abandonados o a medio hacer. Por entre los escombros se esconden formas humanas de no superior condición social a la de las ratas. Entre ellas, el ángel que da pie al título, una muchacha cuya vida se trunca. Un ángel que se aparece cuando la luz de los trenes resbalan unos segundos sobre una valla publicitaria de coca cola. Uno de los cuentos donde la simbología de Delillo es más evidente, donde las referencias de su, a veces, alambicado estilo aparecen con más claridad. Por tanto uno de sus relatos fallidos.

6. El sexto relato se titula Baader-Meinhof y lo he comentado en otro post.

7. En otro de los relatos de DeLillo, Medianoche en Dostoievski, dos estudiantes deambulan por los caminos del campus de un College y fuera de él. Es apropiado que sean estudiantes, para explicar ese estado de conciencia que está madurando. Como no comprenden del todo las cosas las completan, añaden aquello que falta en la imagen que se forman de la realidad. En sus paseos, entre clase y clase, topan con un hombre al que de lejos ven con una parka con capucha, o acaso sea un anorak, o un abrigo de loden, aunque los loden no tienen capucha. No le ven el rostro cubierto, pero sí las manos cruzadas por detrás. Hacen cábalas sobre el hombre, sobre su edad, sobre su país de origen, sobre la casa donde vive. Salen para cruzarse con él. Un día ven su barba incipiente, su cara arracimada sobre la boca. Adivinan que es un hombre mayor. Pasean sobre la nieve o sobre las roderas que dejan los coches en el centro de la calle. No hablan de sí mismos, aunque el chico sabe que Todd tiene una enfermedad del hígado. En clase les intriga el profesor de lógica, con su cuerpo imponente, su traje sin planchar, su recia voz, su mirada perdida en la blanca pared del fondo, su tos. En frente del chico, en clase, se sienta una chica, más bien él hace lo posible para sentarse ahí, para que sus miradas se crucen. Un día hablan al final de la clase. Ella le dice que ha visto al profesor Ilgauskas. Intercambiaron unas palabras en la cafetería del pueblo. Le dijo que leía a Dostoievski noche y día, sin descanso. La chica le dice que se va a marchar, que se siente incómoda en el College. Piensa irse a Idaho. El chico ata cabos. Una noche se despierta muy pronto y sale afuera. Hace un frío helador pero aguanta, como en un reto, hasta que no puede más. Luego mueve los brazos, se golpea para hacer correr la sangre. Ya en la cama le viene la idea. El profesor Ilgauskas les dice en clase: “En lo más recóndito de nuestras cabezas hay solamente cosas y confusión. Si inventamos la lógica, fue para contrarrestar el yo de nuestra criatura. Las únicas leyes que cuentan son las leyes del pensamiento. Todo lo demás es rendir culto al diablo”.

            Durante un tiempo no ven al hombre de la parka o del chaquetón con capucha. La mayoría de los estudiantes se van de vacaciones de navidad. El chico se queda. En la biblioteca lee a Dostoieski, en tiradas de cien páginas. Cuando vuelve su amigo, salen a ver al hombre del anorak y la capucha. “Sabes”, le dice, “ya sé quién es”. Su amigo, Todd, nunca se ha mostrado dispuesto a aceptar sus ocurrencias. Tampoco ahora. “Es ruso. Vive en la casa de madera. Es el padre de Ilgauskas. Éste está casado con Irina y con ellos vive un sobrino de Irina. Ha venido hace poco de su país, sólo después que su mujer, Tatiana, muriera”. “Anda ya, cómo puedes saber todo eso”. No le podía confesar cómo había sabido lo de Dostoievski, así que eso se lo calló. “Ya sé lo que vamos a hacer”, dijo Todd, “le abordaremos”. Al chico no le pareció bien, le dijo que eso no lo podían hacer, que era un disparate, que era una violación. Pelearon a trompazos sobre la nieve, el chico quiso darle un puñetazo en el hígado, pero Todd echó a correr en pos del hombre. Todd sólo quería hablar con el anciano.

              Hay como una curva en la producción de DeLillo y eso se ve en estos relatos que abarcan desde 1979 a 2011. El aprendizaje y la exhibición de su frialdad técnica, donde el modo de escribir, su exhibición quiere abrumar, la madurez, cuando los relatos son un equilibrio perfecto entre técnica y significado y leerlo es uno de los placeres mayores que la última literatura ha producido, experiencia que tenemos con pocos autores, Coetzee, Martin Amis a ratos, y los últimos relatos donde el arco se cierra hacia el significado denso y la técnica cede, pero tan denso que es difícil atraparlo.

8. Así ocurre por ejemplo con La hoz y el martillo, donde un convicto por delitos económicos asiste desde la prisión cada tarde a un informativo televisivo peculiar. Dos niñas dan cuenta de las noticias económicas de la crisis, los cambios bruscos de la bolsa, la deuda griega, la crisis del euro, la amenaza sobre Wall Street. Todos los condenados de la prisión lo son por delitos económicos y todos ellos extrañamente atraídos por ese noticiario de las niñas que resulta son las hijas del convicto que narra la historia.

9. El más confuso de todos, cuyo significado es casi imposible de atrapar y con un estilo más descuidado es “La Hambrienta” que cuenta la historia de un hombre que vive con su ex mujer en el mismo apartamento aunque cada cual hace su propia vida. El hombre, maestro o profesor en una escuela del extrarradio, tiene una costumbre muy peculiar, acude a ver películas, tres, cuatro, cinco, cada una en una sala distinta y distante en la misma tarde. Tiene conciencia de que hay gente que hace lo mismo que él, por ejemplo una mujer a la que denomina “La Hambrienta” sin aparente razón para ello. La sigue a las salas donde ella va, al barrio donde vive, el Bronx, hasta que un día se quedan solos en la sala donde acaban de ver la última película. La sigue hasta el lavabo de señoras, entra y le suelta un discurso.

                 Cómo cuesta cerrar el libro. La lectura de DeLillo es devastadora, anula a cualquier escritor que se lea antes, durante o después de él. Me es imposible seguir con la lectura de Robert Coover, por ejemplo, y leo a trompicones a Julian Barnes, eso que siempre me ha gustado, me parece menor. No es sólo que escriba mejor sino que prescinde con tanta facilidad de lo innecesario, hace que cada frase encaje con el conjunto, tanto que su falta se echaría de menos, con su punto de vista, aparentemente escorado, enfila nuestra vista hacia aquello que nos preocupa o que debería atemorizarnos.

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