
1. En Creación una pareja llega a una isla del Caribe
tras pasar unos días en un yate. No quedan plazas en el avión que han de coger en
Tobago. Quedan a la espera, los vuelos cancelados, las reservas sin
confirmar. Vuelven a un hotel de playa, hasta el día siguiente. El taxi les recoge, hacen sitio a una mujer europea. A la mañana siguiente de vuelta al aeropuerto, en el
mostrador, un hombre les dice que sólo queda una plaza. Con pesar y más prisa la mujer se
separa de su pareja en dirección a Barbados. El hombre vuelve al hotel junto a la mujer
europea. Pasan la noche juntos, esperando el vuelo del día siguiente, si es que hubiese plazas.
2. En Momentos estelares de la Tercera Guerra Mundial, dos
vigilantes aerospaciales en órbita geoestacionaria vigilan armas de láser
dispuestas para ser ejecutadas, listos para encender los rayos láseres
destructores, pero de pronto empiezan a oír voces procedentes de una radio de
hace cincuenta años. Exhibición técnica deshumanizada
3. Un corredor, mientras sigue una ruta marcada, contempla como un coche se sale de la calzada y entra en el parque donde se
entrena. Lo ve de lejos y no entiende muy bien lo que pasa. Una mujer le
detiene y le explica que un hombre ha salido del coche y ha raptado a un niño
que estaba de picnic con su madre. Asegura que es un padre separado que se lleva
a su hijo porque le han prohibido verlo. El corredor comprueba poco después
que esa historia no es verdadera.
4. En La acróbata de marfil una joven maestra se
despierta cuando las paredes de su edificio se ponen a bailar. Durante las
veinte páginas que dura la historia no dejarán de bailar. No está en su país, no tiene medios de salir de la ciudad. Apenas conoce a un compañero de trabajo con quién tiene algún breve intercambio. Esta historia parece el germen de Ruido de
fondo.
5. En El ángel esmeralda un par de monjas se las
arreglan para conseguir un poco de dinero a cambio de información sobre el lugar
donde han sido abandonados coches robados, información que pasan al jefe de una
banda que convierte los vehículos en chatarra. El dinero obtenido lo
transforman las monjas en alimentos que reparten en un agujero del Bronx. El lugar no
tiene ni siquiera la categoría de barrio. Los deshechos humanos conviven con
la chatarra, los neumáticos, los edificios abandonados o a medio hacer. Por
entre los escombros se esconden formas humanas de no superior condición social
a la de las ratas. Entre ellas, el ángel que da pie al título, una muchacha cuya vida se trunca. Un ángel que se aparece
cuando la luz de los trenes resbalan unos segundos sobre una valla publicitaria de coca
cola. Uno de los cuentos donde la simbología de Delillo es más evidente, donde
las referencias de su, a veces, alambicado estilo aparecen con más claridad. Por
tanto uno de sus relatos fallidos.
6. El sexto relato se titula Baader-Meinhof y lo he comentado en otro post.
7. En otro de
los relatos de DeLillo, Medianoche en Dostoievski, dos estudiantes
deambulan por los caminos del campus de un College y fuera de él. Es
apropiado que sean estudiantes, para explicar ese estado de conciencia que está
madurando. Como no comprenden del todo las cosas las completan, añaden aquello
que falta en la imagen que se forman de la realidad. En sus paseos, entre clase
y clase, topan con un hombre al que de lejos ven con una parka con capucha, o
acaso sea un anorak, o un abrigo de loden, aunque los loden no tienen capucha.
No le ven el rostro cubierto, pero sí las manos cruzadas por detrás. Hacen
cábalas sobre el hombre, sobre su edad, sobre su país de origen, sobre la casa
donde vive. Salen para cruzarse con él. Un día ven su barba incipiente, su cara
arracimada sobre la boca. Adivinan que es un hombre mayor. Pasean sobre la
nieve o sobre las roderas que dejan los coches en el centro de la calle. No
hablan de sí mismos, aunque el chico sabe que Todd tiene una enfermedad del
hígado. En clase les intriga el profesor de lógica, con su cuerpo imponente, su
traje sin planchar, su recia voz, su mirada perdida en la blanca pared del
fondo, su tos. En frente del chico, en clase, se sienta una chica, más bien él
hace lo posible para sentarse ahí, para que sus miradas se crucen. Un día
hablan al final de la clase. Ella le dice que ha visto al profesor Ilgauskas.
Intercambiaron unas palabras en la cafetería del pueblo. Le dijo que leía a
Dostoievski noche y día, sin descanso. La chica le dice que se va a marchar, que
se siente incómoda en el College. Piensa irse a Idaho. El chico ata
cabos. Una noche se despierta muy pronto y sale afuera. Hace un frío helador
pero aguanta, como en un reto, hasta que no puede más. Luego mueve los brazos,
se golpea para hacer correr la sangre. Ya en la cama le viene la idea. El
profesor Ilgauskas les dice en clase: “En lo más recóndito de nuestras cabezas
hay solamente cosas y confusión. Si inventamos la lógica, fue para
contrarrestar el yo de nuestra criatura. Las únicas leyes que cuentan son las
leyes del pensamiento. Todo lo demás es rendir culto al diablo”.
Durante un
tiempo no ven al hombre de la parka o del chaquetón con capucha. La mayoría de
los estudiantes se van de vacaciones de navidad. El chico se queda. En la
biblioteca lee a Dostoieski, en tiradas de cien páginas. Cuando vuelve su
amigo, salen a ver al hombre del anorak y la capucha. “Sabes”, le dice, “ya sé
quién es”. Su amigo, Todd, nunca se ha mostrado dispuesto a aceptar sus
ocurrencias. Tampoco ahora. “Es ruso. Vive en la casa de madera. Es el padre de
Ilgauskas. Éste está casado con Irina y con ellos vive un sobrino de Irina. Ha
venido hace poco de su país, sólo después que su mujer, Tatiana, muriera”.
“Anda ya, cómo puedes saber todo eso”. No le podía confesar cómo había sabido
lo de Dostoievski, así que eso se lo calló. “Ya sé lo que vamos a hacer”, dijo
Todd, “le abordaremos”. Al chico no le pareció bien, le dijo que eso no lo
podían hacer, que era un disparate, que era una violación. Pelearon a trompazos
sobre la nieve, el chico quiso darle un puñetazo en el hígado, pero Todd echó a
correr en pos del hombre. Todd sólo quería hablar con el anciano.
Hay como una curva en la producción de DeLillo y eso se ve
en estos relatos que abarcan desde 1979 a 2011. El aprendizaje y la exhibición
de su frialdad técnica, donde el modo de escribir, su exhibición quiere
abrumar, la madurez, cuando los relatos son un equilibrio perfecto entre
técnica y significado y leerlo es uno de los placeres mayores que la última literatura
ha producido, experiencia que tenemos con pocos autores, Coetzee, Martin Amis a
ratos, y los últimos relatos donde el arco se cierra hacia el significado denso
y la técnica cede, pero tan denso que es difícil atraparlo.
8. Así ocurre por ejemplo con La hoz y el martillo,
donde un convicto por delitos económicos asiste desde la prisión cada tarde a
un informativo televisivo peculiar. Dos niñas dan cuenta de las noticias económicas de la
crisis, los cambios bruscos de la bolsa, la deuda griega, la crisis del euro,
la amenaza sobre Wall Street. Todos los condenados de la prisión lo son por delitos
económicos y todos ellos extrañamente atraídos por ese noticiario de las niñas
que resulta son las hijas del convicto que narra la historia.
9. El más confuso de todos, cuyo significado es casi imposible
de atrapar y con un estilo más descuidado es “La Hambrienta ” que
cuenta la historia de un hombre que vive con su ex mujer en el mismo
apartamento aunque cada cual hace su propia vida. El hombre, maestro o profesor
en una escuela del extrarradio, tiene una costumbre muy peculiar, acude a ver
películas, tres, cuatro, cinco, cada una en una sala distinta y distante en la
misma tarde. Tiene conciencia de que hay gente que hace lo mismo que él, por
ejemplo una mujer a la que denomina “La Hambrienta ” sin aparente razón para ello. La
sigue a las salas donde ella va, al barrio donde vive, el Bronx, hasta que un
día se quedan solos en la sala donde acaban de ver la última película. La sigue
hasta el lavabo de señoras, entra y le suelta un discurso.
Cómo cuesta cerrar el libro. La lectura de DeLillo es devastadora, anula a cualquier
escritor que se lea antes, durante o después de él. Me es imposible seguir con
la lectura de Robert Coover, por ejemplo, y leo a trompicones a Julian Barnes,
eso que siempre me ha gustado, me parece menor. No es sólo que escriba mejor
sino que prescinde con tanta facilidad de lo innecesario, hace que cada
frase encaje con el conjunto, tanto que su falta se echaría de menos, con su
punto de vista, aparentemente escorado, enfila nuestra vista hacia aquello que
nos preocupa o que debería atemorizarnos.
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