viernes, 29 de marzo de 2013

Viernes de dolor



            Como peces fuera de su elemento así navegamos estos días bajo la lluvia. En una y otra ciudad llevo una semana bajo el agua y, de forma intermitente, un mes. La humedad penetra hoy los tejidos blandos hasta los huesos. La gente se asoma al pretil para admirar la velocidad de la corriente. Una señora entusiasmada dice por el móvil que el agua va de orilla a orilla. Pavimentos brillantes, patos despistados arrastrados por la corriente del río, carruseles girando sin niños con una música que a su alrededor compone una atmósfera fantasmagórica, pasos devocionales a la espera tras las puertas de las iglesias abiertas de par en par, turistas y curiosos deambulando, fotografiando, hablando en voz alta, ajenos al antiguo respeto. Bien es verdad que ya no se ven las mortajas ni los antiguos y pesados telones morados, sólo un eco en la puertecilla abierta del sagrario.




            Día de dolor real para amigos cercanos para quienes este dolor ritual del calendario es palpable y será memorable. Un amigo, una amiga. Esta ausencia, este apagamiento de las intensas vivencias de la infancia se ve correspondido por la secularización del rito, despojado de espesor, reducido a un breve brillo mortecino. 



            Me interrumpe el repaso al paseo matutino, en la capilla de Santa Tecla, en el banco detrás del mío, una madre que les explica a sus niños que la catedral es muy antigua, del siglo XVII, o del XVI, del Obispo Mauricio, dice consultando su guía. En su duda exclama: “¡Qué falta de todo!”. La gente espera arracimada en el atrio, bajo el papamoscas, a que den la una.


            Mientras tomo el café donde leo la prensa del día, una señora me aborda con sus formas nerviosas. Me toma por extranjero y por más joven que ella, algo que no es del todo cierto. Quiere conversar a toda costa. O que, sin más, la escuche. La impresiona que el Papa nuevo en la ceremonia del lavatorio haya besado los pies de dos mujeres, una de ellas musulmana. Aísla el hecho como símbolo del nuevo papado. Sólo atino a replicarle que el Papa es hombre, que cuando la iglesia nombre a una mujer para el cargo podremos hablar de nuevos tiempos. Me quedo con las ganas de decirle que no me gusta este papa, que ya cansan tantos gestos populistas.

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