Como peces
fuera de su elemento así navegamos estos días bajo la lluvia. En una y otra
ciudad llevo una semana bajo el agua y, de forma intermitente, un mes. La humedad
penetra hoy los tejidos blandos hasta los huesos. La gente se asoma al pretil
para admirar la velocidad de la corriente. Una señora entusiasmada dice por el
móvil que el agua va de orilla a orilla. Pavimentos brillantes, patos
despistados arrastrados por la corriente del río, carruseles girando sin niños
con una música que a su alrededor compone una atmósfera fantasmagórica, pasos
devocionales a la espera tras las puertas de las iglesias abiertas de par en
par, turistas y curiosos deambulando, fotografiando, hablando en voz alta,
ajenos al antiguo respeto. Bien es verdad que ya no se ven las mortajas ni los
antiguos y pesados telones morados, sólo un eco en la puertecilla abierta del
sagrario.
Día de
dolor real para amigos cercanos para quienes este dolor ritual del calendario
es palpable y será memorable. Un amigo, una amiga. Esta ausencia, este
apagamiento de las intensas vivencias de la infancia se ve correspondido por la
secularización del rito, despojado de espesor, reducido a un breve brillo
mortecino.
Me
interrumpe el repaso al paseo matutino, en la capilla de Santa Tecla, en el banco
detrás del mío, una madre que les explica a sus niños que la catedral es muy
antigua, del siglo XVII, o del XVI, del Obispo Mauricio, dice consultando su guía.
En su duda exclama: “¡Qué falta de todo!”. La gente espera arracimada en el
atrio, bajo el papamoscas, a que den la una.
Mientras
tomo el café donde leo la prensa del día, una señora me aborda con sus formas
nerviosas. Me toma por extranjero y por más joven que ella, algo que no es del
todo cierto. Quiere conversar a toda costa. O que, sin más, la escuche. La
impresiona que el Papa nuevo en la ceremonia del lavatorio haya besado los pies
de dos mujeres, una de ellas musulmana. Aísla el hecho como símbolo del nuevo
papado. Sólo atino a replicarle que el Papa es hombre, que cuando la iglesia
nombre a una mujer para el cargo podremos hablar de nuevos tiempos. Me quedo
con las ganas de decirle que no me gusta este papa, que ya cansan tantos gestos
populistas.
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