He leído muchos libros de la marca Mario Muchnik en sus diferentes
aventuras editoriales y como lector debo estarle agradecido por darme buenos
momentos de placer. Así que leer su Oficio editor, que sale una editorial
que estaba a su nombre pero que ahora se llama El Aleph era como una obligación.
¿Hubiese editado Mario Muchnik un libro como éste si hubiese
llegado a sus manos, si fuese el autor desconocido? El interés del libro radica en el
comadreo, si se me permite la expresión: las anécdotas que rodean el mundo de
la edición. El autor intenta contarlo todo desde que comenzó en el mundillo, de
la mano de su padre Jacobo Mucnik, donde la editorial era una cosa familiar, hasta el azaroso mundo de la edición digital, con la presente amenaza del libro electrónico. Sus aventuras editoriales, sus fracasos por
falta de entendimiento con las grandes editoriales: Laffont, Seix Barral,
Anaya, sus aventuras en solitario. La edición de un libro, cómo se hace, cómo
se imagina, cómo se produce, cómo se distribuye, cómo se vende. Sus relaciones
e historias con sus autores: Alberti, García Márquez, Kenizé Mourad, Elias
Canetti, Monterroso, Rulfo, Sacks y la reina, Susan Sontag, Gore Vidal y tantos
otros; con anécdotas que uno supondría más sabrosas de las que se permite
contar. Aparecen también personajes importantes que ha conocido, del tipo
Harold Pinter y su esposa Antonia Fraser, muchos editores, de los que cuentas
pequeñas historias no muy emocionantes.
También hay
personajes negativos como Francesc Guardans, consejero delegado de Anaya,
entonces, o Joan Seix, distribuidor de Difusora de Seix Barral. Podría decirse
también que el libro es la historia de cómo Mario Muchnik fue perdiendo sus
editoriales una a una. Falta, creo yo, algo de humildad a la hora de abordar sus
fracasos. Los culpables son siempre los demás. Como apéndice, una larga charla con el editor Robert Laffont
sobre el futuro del libro y de la edición, donde parece que ninguno de los dos
sea consciente del peso del libro electrónico.
El libro está salteado, sin embargo, de reflexiones que
merecerían provocar discusión. Me quedo con estas dos:
“Para sobrevivir a un campo de exterminio nazi, dice Levi, había que ser mala persona, de los peores”. (Elie Wiesel)
“Acerca del problema de la identidad, conviene recordar tres hechos. Primero que el gran historiador del Holocausto, Saul Friedlander, se refirió al pseudoculto de Auschwitz como “la unión del kitsch y la muerte”. Segundo, que el crítico y escritor Ian Buruma sostiene (y argumenta inapelablemente) que la identidad se apoya cada vez más en la pseudoreligión del victimismo; y que la tendencia a fundamentar la identidad en el sufrimiento colectivo, en lugar de favorecer, impide el entendimiento entre la gente –porque los sentimientos pueden ser sólo expresados, no pueden ser discutidos ni defendidos. Y tercero, que Primo Levi no temió nunca que las generaciones futuras no compartieran su sufrimiento sino que no reconocieran la verdad”. (El propio Muchnik).
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