Paseo durante un buen rato por
los recovecos del museo hasta que llega una familia con niños pequeños,
bulliciosos, parlanchines. ¿Puede haber un museo de arte contemporáneo sin
bullicio, sin libertad para tocar, un museo que no incorpore todos los sentidos
más allá del privilegiado y clásico sentido de la vista?
Aunque el padre les advierte de
que no toquen nada, tocan y gatean por debajo de los polípticos en la sala
laberinto que han montado un pintor murciano y un arquitecto vasco, Charris y
Lejárraga, donde la pintura imita la seriedad de la fotografía: pintores,
fotógrafos, cineastas, arquitectos, ingenieros jugando con piezas de
construcción anteriores al lego. Constructores. Piel de asno, titulan su experiencia, nacida en Cartagena, montaje
donde arquitectura y pintura se superpones como pieles diversas.
Desde los ventanales del museo
que dan a la ciudad y al campo lejano, una mujer se queja de los depósitos de
CAMPSA, allá a lo lejos, en la salida de la ciudad hacia Madrid. Lejanas
manchas blancas.
Tres exposiciones simultáneas, con vídeo acompañante donde el artista se explica: la sensación de que la ambición
es superior a la realización, que alguno estaría mejor callado, que es mejor no
dar claves a la imaginación del paseante solitario. La cantidad de cosas
redundantes que soltamos, lo que ganaríamos si simplificásemos el habla. A
mayor explicación menos sugestión, mayor reducción del significado.
En la
terraza del bello edificio con hermosas vistas, una mujer con abrigo pinteado
de gris y un leve fular rojo señala y explica, pero el chico de la pareja que
le acompaña interrumpe su satisfacción: el de Zaragoza, el de Zaragoza, el de
Zaragoza es más grande, es que es muy grande.
Contemplo de forma obsesiva,
incansable, los bombardeos de ciudades sobre un mapa, combinados con otra
pantalla donde se proyectan fotografías de los efectos o de alusiones al
bombardeo. Me entero del ambicioso proyecto de Cristina Lucas, tres
exposiciones sobre los bombardeos a civiles desde que la cosa comenzó en 1911, desde
que los italianos en Libia tuviesen la intuición de que se podía matar desde el
aire con toda impunidad. La primera víctima es de 1912. Se cumplen pues cien años.
Lo que ahora veo en blanco y negro va desde el comienzo hasta 1945, hasta el cambio que supuso el lanzamiento de bombas atómicas. Me sorprende la cantidad de bombardeos sobre el Rift, interminables, no sé si más que los lanzados sobre la península unos años después. La segunda etapa, la de la guerra fría, ha sido proyectada en el ARCO de este año en colores planos. Queda la tercera parte desde 1992 hasta la guerra de hoy mismo, la de Siria, que será proyectada en 3D.
Lo que ahora veo en blanco y negro va desde el comienzo hasta 1945, hasta el cambio que supuso el lanzamiento de bombas atómicas. Me sorprende la cantidad de bombardeos sobre el Rift, interminables, no sé si más que los lanzados sobre la península unos años después. La segunda etapa, la de la guerra fría, ha sido proyectada en el ARCO de este año en colores planos. Queda la tercera parte desde 1992 hasta la guerra de hoy mismo, la de Siria, que será proyectada en 3D.
La exposición de Cristina Lucas
se completa con una instalación de hojas colgantes, una obra en progreso, donde
están todas las figuras que la imaginación humana ha creado y la realidad ha ensayado sobre el hecho de volar. De
momento unas 400. Y una tercera, la menos interesante, la de una avioneta que
sobrevuela Badalona con estelas al modo de la publicidad veraniega sobre las
playas, en que la artista quiere reflejar el don de los dioses a nuestro deseo,
poder volar. Hemos conseguido hacer volar algo más pesado que el aire.
El artista
habla en primera persona. Un yo que corta el aire con soberbia.
Arte, ¿qué es arte? Aquello
que se presenta de forma singular, ¿lo contrario a lo que ofrecen los medios de
comunicación?
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