martes, 12 de marzo de 2013

CAB


Paseo durante un buen rato por los recovecos del museo hasta que llega una familia con niños pequeños, bulliciosos, parlanchines. ¿Puede haber un museo de arte contemporáneo sin bullicio, sin libertad para tocar, un museo que no incorpore todos los sentidos más allá del privilegiado y clásico sentido de la vista?


Aunque el padre les advierte de que no toquen nada, tocan y gatean por debajo de los polípticos en la sala laberinto que han montado un pintor murciano y un arquitecto vasco, Charris y Lejárraga, donde la pintura imita la seriedad de la fotografía: pintores, fotógrafos, cineastas, arquitectos, ingenieros jugando con piezas de construcción anteriores al lego. Constructores. Piel de asno, titulan su experiencia, nacida en Cartagena, montaje donde arquitectura y pintura se superpones como pieles diversas.

Desde los ventanales del museo que dan a la ciudad y al campo lejano, una mujer se queja de los depósitos de CAMPSA, allá a lo lejos, en la salida de la ciudad hacia Madrid. Lejanas manchas blancas.


Tres exposiciones simultáneas, con vídeo acompañante donde el artista se explica: la sensación de que la ambición es superior a la realización, que alguno estaría mejor callado, que es mejor no dar claves a la imaginación del paseante solitario. La cantidad de cosas redundantes que soltamos, lo que ganaríamos si simplificásemos el habla. A mayor explicación menos sugestión, mayor reducción del significado.


            En la terraza del bello edificio con hermosas vistas, una mujer con abrigo pinteado de gris y un leve fular rojo señala y explica, pero el chico de la pareja que le acompaña interrumpe su satisfacción: el de Zaragoza, el de Zaragoza, el de Zaragoza es más grande, es que es muy grande.


Contemplo de forma obsesiva, incansable, los bombardeos de ciudades sobre un mapa, combinados con otra pantalla donde se proyectan fotografías de los efectos o de alusiones al bombardeo. Me entero del ambicioso proyecto de Cristina Lucas, tres exposiciones sobre los bombardeos a civiles desde que la cosa comenzó en 1911, desde que los italianos en Libia tuviesen la intuición de que se podía matar desde el aire con toda impunidad. La primera víctima es de 1912. Se cumplen pues cien años.


Lo que ahora veo en blanco y negro va desde el comienzo hasta 1945, hasta el cambio que supuso el lanzamiento de bombas atómicas. Me sorprende la cantidad de bombardeos sobre el Rift, interminables, no sé si más que los lanzados sobre la península unos años después. La segunda etapa, la de la guerra fría, ha sido proyectada en el ARCO de este año en colores planos. Queda la tercera parte desde 1992 hasta la guerra de hoy mismo, la de Siria, que será proyectada en 3D.


La exposición de Cristina Lucas se completa con una instalación de hojas colgantes, una obra en progreso, donde están todas las figuras que la imaginación humana ha creado y la realidad  ha ensayado sobre el hecho de volar. De momento unas 400. Y una tercera, la menos interesante, la de una avioneta que sobrevuela Badalona con estelas al modo de la publicidad veraniega sobre las playas, en que la artista quiere reflejar el don de los dioses a nuestro deseo, poder volar. Hemos conseguido hacer volar algo más pesado que el aire.


            El artista habla en primera persona. Un yo que corta el aire con soberbia.

Arte, ¿qué es arte? Aquello que se presenta de forma singular, ¿lo contrario a lo que ofrecen los medios de comunicación?

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