sábado, 16 de marzo de 2013

Mozart & Bruckner



            ¿Por qué volver a escuchar una pieza tan conocida –hasta el cine se ha hecho con ella- como el andante del concierto para piano nº 21? De tan escuchada parece cursi, como todo lo que se repite muchas veces. Pero es que yo no me canso de oírla, a pesar de que me venga a las mientes la acaramelada Elvira Madigan. No me extraña que algunos sostengan que es el andante más bonito de la historia de la música. Además cada pianista y cada orquesta lo toca de una manera, busca su gramo de originalidad. Así lo hizo el pianista Sebastian Knauer que la tocó pianísimo, pianísimo, lástima que la madera, en especial el corno inglés, se alzase por encima, apagando la suavidad que imprimían los dedos del pianista. Y la orquesta tocó, en el andante, pero también en los allegro, como si fuese una orquesta de cámara, que es como me gusta a mí, servida casi sin querer, en familia, junto a la mesa camilla.

            Otra cosa es el áspero Bruckner y sus mazacotes de sinfonías, nada de música de cámara, nada de suavidad. Menudo contraste de programación. No recuerdo haberme conectado a ellas de una tacada de principio a fin. En casa, imposible escuchar una entera. Ahora igual, con esta sinfonía nº 6, eso que no es de las más largas. Ha habido momentos en que sí, especialmente en el comienzo o en el adagio y en partes del scherzo, cuando desde abajo arrancaba la cuerda y se elevaba con esos movimientos que tanto recuerdan a Wagner –también se ve a Mahler picoteando cosas de aquí y de allá-, pero cuando comenzaba a disfrutar entraba el metal y me estropeaba la fiesta. Insufrible, hasta parecía que me iba a marear y caer relocho por el golpe de sonido cual golpe de calor. El finale no lo he visto nada apoteósico, sino ruidoso, el brío confundido con el ruido. Aunque quizá ha sido culpa mía por escoger la tribuna del escenario, justo encima del metal.

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