
Qué, sino el puro placer de la lectura. Eso es lo que ofrece un libro como Los amigos de Eddie Coyle. Para la mayoría será suficiente, aunque no para todos. Poco sé del autor George V. Higgins, aparte de lo que dice la editorial en la contraportada y en las pestañas del libro, que ejerció de periodista y luego de fiscal y más tarde de abogado en la zona de Boston, trabajos que le ofrecieron abundante material, y que en 1970 publicó esta novela, que sería la primera de veintisiete, aunque parece que ninguna otra consiguió su altura.
Qué tiene
de particular. Es una novela de pistoleros, traficantes de armas, asaltadores
de bancos y policías. No hay un protagonista que enhebre la acción, ningún
personaje simpático, un par de mujeres que aparecen de refilón. Apenas hay
descripciones de paisajes o narración de hechos, todo es diálogo, capítulos
breves llenos de dialogo. Si hay un protagonista o un conductor de la trama ese
es el diálogo. No hay interrogantes morales, ni emociones fuertes, ni
sentimentalismos. No hay policías heroicos o criminales arrepentidos. Los
personajes que hablan van a lo suyo, puro interés personal sin ninguna empatía
por el personal. Sólo diálogos vivos, mordaces, secos, a veces letales como el
latigazo de una serpiente. Por eso se lee rápido, no hay manera de entretenerse
en cosas superfluas o superficiales, el escritor va al grano. Hacia el final de
la novela, un fiscal en diálogo con un abogado preocupado por su joven cliente
que está a punto de entrar en la cárcel, al que predice el inicio de una vida
de ida y vuelta entre la calle y la cárcel, le contesta: “No te lo tomes tan a
pecho. Algunos mueren, los demás envejecemos, llega gente nueva, los antiguos
se marchan… Las cosas cambian todos los días”.
¿Es
suficiente para entretener? Sí, supongo, uno pasa un buen rato, como cuando se
ve una película de serie negra de los años del cine clásico. La novela, por
cierto, fue llevada al cine. Hay detalles, los justos para situarse a comienzos
de los setenta, los vaqueros, el pelo largo, las chaquetas de pana, la música
que suena en casetes dentro del coche –Johnny Cash, The supremes-, sándwiches
de queso rebozados en mayonesa, hockey, fútbol americano y béisbol y frases
despectivas hacia las mujeres y teléfonos colgados en la pared. He tenido la
impresión de anacronismo, pero es que la novela es de aquella época; lo anacrónica
es la lectura.
Dennis
Lehane habla en el prólogo de la influencia seminal que tuvo está novela y eso
es lo que parece. Vienen a las mientes películas y lecturas que es difícil de
determinar su origen cuando se leen o ven, pero que tienen muchos puntos en común.
Leonard, Price, los diálogos de Tarantino, por ejemplo, o muchas de las novelas
policiales de estas últimas décadas. Supongo que a los amantes del género les
encantará.
Busco en internet la peli: Los amigos de Eddie Coyle, el mismo título. Salvo Robert Mitchum,
tiene poco que ofrecer. Tiene ese aire deslavazado de muchas películas de los
setenta que parecen estar hechas de cualquier modo, un signo de la época. Sigue
más o menos la trama de la novela pero le falta la intensidad y sequedad de los
diálogos, el aire desprendido y solitario de los personajes, su rabiosa soledad,
lo que se ha visto después en películas de la era Tarantino. No me gusta cómo resuelve el final, cambiando de chivato.
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