domingo, 31 de marzo de 2013

Los amigos de Eddie Coyle


   
       Qué, sino el puro placer de la lectura. Eso es lo que ofrece un libro como Los amigos de Eddie Coyle. Para la mayoría será suficiente, aunque no para todos. Poco sé del autor George V. Higgins, aparte de lo que dice la editorial en la contraportada y en las pestañas del libro, que ejerció de periodista y luego de fiscal y más tarde de abogado en la zona de Boston, trabajos que le ofrecieron abundante material, y que en 1970 publicó esta novela, que sería la primera de veintisiete, aunque parece que ninguna otra consiguió su altura.

            Qué tiene de particular. Es una novela de pistoleros, traficantes de armas, asaltadores de bancos y policías. No hay un protagonista que enhebre la acción, ningún personaje simpático, un par de mujeres que aparecen de refilón. Apenas hay descripciones de paisajes o narración de hechos, todo es diálogo, capítulos breves llenos de dialogo. Si hay un protagonista o un conductor de la trama ese es el diálogo. No hay interrogantes morales, ni emociones fuertes, ni sentimentalismos. No hay policías heroicos o criminales arrepentidos. Los personajes que hablan van a lo suyo, puro interés personal sin ninguna empatía por el personal. Sólo diálogos vivos, mordaces, secos, a veces letales como el latigazo de una serpiente. Por eso se lee rápido, no hay manera de entretenerse en cosas superfluas o superficiales, el escritor va al grano. Hacia el final de la novela, un fiscal en diálogo con un abogado preocupado por su joven cliente que está a punto de entrar en la cárcel, al que predice el inicio de una vida de ida y vuelta entre la calle y la cárcel, le contesta: “No te lo tomes tan a pecho. Algunos mueren, los demás envejecemos, llega gente nueva, los antiguos se marchan… Las cosas cambian todos los días”.

            ¿Es suficiente para entretener? Sí, supongo, uno pasa un buen rato, como cuando se ve una película de serie negra de los años del cine clásico. La novela, por cierto, fue llevada al cine. Hay detalles, los justos para situarse a comienzos de los setenta, los vaqueros, el pelo largo, las chaquetas de pana, la música que suena en casetes dentro del coche –Johnny Cash, The supremes-, sándwiches de queso rebozados en mayonesa, hockey, fútbol americano y béisbol y frases despectivas hacia las mujeres y teléfonos colgados en la pared. He tenido la impresión de anacronismo, pero es que la novela es de aquella época; lo anacrónica es la lectura.

            Dennis Lehane habla en el prólogo de la influencia seminal que tuvo está novela y eso es lo que parece. Vienen a las mientes películas y lecturas que es difícil de determinar su origen cuando se leen o ven, pero que tienen muchos puntos en común. Leonard, Price, los diálogos de Tarantino, por ejemplo, o muchas de las novelas policiales de estas últimas décadas. Supongo que a los amantes del género les encantará.



            Busco en internet la peli: Los amigos de Eddie Coyle, el mismo título. Salvo Robert Mitchum, tiene poco que ofrecer. Tiene ese aire deslavazado de muchas películas de los setenta que parecen estar hechas de cualquier modo, un signo de la época. Sigue más o menos la trama de la novela pero le falta la intensidad y sequedad de los diálogos, el aire desprendido y solitario de los personajes, su rabiosa soledad, lo que se ha visto después en películas de la era Tarantino. No me gusta cómo resuelve el final, cambiando de chivato.

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