miércoles, 20 de marzo de 2013

La tristeza de Debussy


            

             Los músicos han cambiado el orden del programa, han dejado a Bartok y a Brahms para el final, pero aún así no han conseguido que el manto de tristeza tendido en la primera parte por Debussy y Prokofiev levantase. La circunstancia personal influye, claro está, asuntos familiares relacionados con mi madre y también la lectura del último libro de Gamoneda, Canción errónea. No era el mejor momento para escuchar la triste y áspera Sonata para violín y piano nº 1 de Debussy, escrita en los años centrales de la Gran Guerra, cuando él mismo se despedía de la vida, tan diferente del resto de sus composiciones, con esas melodías truncadas o apenas esbozadas o moribundas o terminadas con brusquedad, con momentos en que el violín parece llorar y el piano acompañar con ásperos quejidos.

            Lo mismo sucede con la sonata nº 1 de Prokofiev. Mientras la escucho me pregunto, qué le pasaba al músico que, al contrario que Debussy, la compuso en lo más alto de su producción, para escribir esos movimientos lentos tan patéticos y esos otros más rápidos, pero tan estresados, tan estresantes. Sólo en el andante parece serenarse, un andante tristemente bello. La tristeza arrastrada de estos días no me ha permitido concentrarme en la rapsodia de Bartok, ni en la casi perfecta sonata nº 3 de Brahms, salvo en el presto final. Quizá al violín de Repin y al piano de Lugansky les ha faltado algo de pasión.

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