martes, 19 de marzo de 2013

Anna Karenina


Ver las películas en casa tiene la ventaja de que si no te gustan puedes dejarlas a medio ver y tirarlas sin mala conciencia a la papelera. Pero hay películas que sólo se pueden ver en el cine por su gran formato o por la producción o por las expectativas generadas. Por lo menos es lo que a mí me ocurre. Cuando hay una peli de la que espero mucho voy al cine y si supongo que es de medio pelo la veo en la pequeña pantalla de casa. A algunas les doy el privilegio de verlas dos veces, una en gran pantalla y otras en pequeña.

Tenía grandes esperanzas con Anna Karenina, llevaba varias semanas esperándola, pero han sido defraudadas. Se me ha hecho larga. Creo que revisitar los clásicos es algo que cada generación debe hacer, al menos una vez. Y la obra de Tolstói es un clásico. ¿Qué falla en esta versión? No acabo de entender qué necesidad tenían los creadores de presentar la acción o, mejor, la exhibición de grandes sentimientos y pasiones alrededor de un gran teatro: platea, escenario, andamiaje y todo lo demás. ¿Quizá, al modo brechtiano, una manera de distanciar al espectador de esos grandes sentimientos? No tiene mucho sentido, creo yo, porque el cine es identificación y más cuando se trata de mostrar las grandes pasiones románticas, sea el amor, el odio, el resentimiento o la desesperación. Además, eso serviría para un público avezado que conoce la historia, que sabe qué supusieron en su momento Anna Karenina, Madame Bovary o la Regenta, pero no para el público juvenil para quien últimamente se hacen las películas. ¿Qué sentido tiene exponer ardientes pasiones románticas en una escenografía anti-romántica? Esta película pedía una actualización del clásico, una puesta al día, pero no esa teatralización absurda que no añade nada. Al contrario, enfría la recepción, distancia, aburre. Quizá haya sido idea del adaptador, Tom Stoppard; si es así demuestra que su genio ya no es lo que era.

Tampoco ayudan los actores, imbuidos de la idea de que están representando, ellos también jugando a distanciar. Cansan las muecas y los gestitos de Keira Knightley o Aaron Jonson como insufrible Vronski y todos los demás haciendo su personaje con un guiño a la pantalla. Uno de los pocos que se salvan es el creíble Jude Law como el marido, Karenin, de la protagonista. Hasta la música parece una parodia de la música de la época. Teatralizar, llevar a los personajes más allá de la humanidad, convertirlos en iconos, símbolos, en héroes o figuras recortables que encarnan ideas, es algo que está al alcance de pocos y requiere mucha sabiduría, cosa que no aparece en esta peli. La humanidad, la vida que nos concierne está ausente y por tanto no sirve como actualización de los temas que expuso Tolstói. Creo yo.

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