miércoles, 6 de marzo de 2013

Fermín Herrero: “Lo mínimo es mi única creencia”



Leo Endechas del consuelo, (Fermín Herrero, Ausejo de la Sierra, Soria, 1963), de 2006, y con estos versos me quedo.

Cada instante es un don, cualquier palabra, cada
afecto, cada árbol, cada pájaro que oigo
o veo. Al empezar octubre es cuando más
lo siento, sin alivio posible, estoy en cada
hoja, en cada latido, en cada desvelo que el tiempo
ha de archivar. Me dan cobijo.

Las cosas callan y esa humildad
con que se entregan –qué lección-
… saber que son los días más felices
de nuestra vida, como disfrutarlos,
sabiéndolo…

Venimos de la muerte y, por tanto, le debemos
la risa y la pasión.

Huele a lluvia el rastrojo al solillo
de la tarde, se siente cerca la pureza
del cielo… La luz en las colinas, frotarse
los ojos por si acaso, llamar a las palabras
más frías, a las secas.

Con las dos manos hago un cuenco y cojo
el agua de la fuente…

… No hay día que se vaya
sin derrota. Quién te recordará, de que
manera te echará en falta pero toma
aliento. Acaso, alguna madrugada, alguien
se apoye en la primera cicatriz de
tu memoria.

En la falda del monte la niebla y arriba
el sol de octubre, tibio, la mañana. Por los cerros
carrascas sueltas, peñascales, algún
rebaño…                      
                                               Si se abriese
el día, descender, con esa levedad tan nítida
bajar al hombre, ser otoño sin énfasis. Existir.

Y es la luz, la secreta
oquedad donde mueren los pájaros.

El escenario está dispuesto en exclusiva
para ti, aguza el oído, los áridos
de esta tierra…

Voy haciendo la linde en la parcela para
que el corte salga exacto. Y recto. Luego
me siento en el mojón, que no se veía entre
las hierbas agostadas del ribazo…
                                   … Siempre para bien
o para mal, lo mínimo es mi única
creencia. Y, aun así, hay que andar con precaución.

                                    … Hay que medir
los esfuerzos, negar lo que se aprende
en vez de divulgarlo.

                                   El puerto
está cerrado desde ayer, apenas pasan
algunos coches con cadenas, pesados
e inseguros, sin la soberbia de la técnica. Parece
más fiable la huella de las cornejas y las picarazas
en cualquier ventisquero.

Con el tiempo la muerte nos comprende.

La urraca se pasea por el borde
de la piscina, va dando saltos, cada
poco se para, mira el agua y enseguida se aparta
como si le dieran prontos, vozna
sin ningún disimulo. Es más, le importa
tres saltitos que quien la contempla elucubre
en vano sobre sus andares o sobre sus intenciones
o acaso sobre su apariencia. En qué cabeza
cabe, lo suyo es persistir en la holganza, el resto
lo mismo le da que le da lo mismo.

Lo que posees te condena si no logras
salir de su avidez.

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