domingo, 10 de marzo de 2013

El valle de Valdivielso



Arroyo de Valdivielso y desde ahí hacia la Sierra de Tesla. Buen tiempo, con una boina oscura casi negra sobre nuestras cabezas, pero que no se decide a soltar lo que lleva dentro. En dirección al norte hacia el gran farallón calcáreo de la Tesla, pasamos por el desfiladero de Arroyo; por el camino algunos regatos de agua y algo de barro; la nieve ha desaparecido con las intensas lluvias de los pasados días. Al adentrarnos en el bosque nos saluda el trino del chochín, el pajarillo con más potente voz en relación a su peso.


Comarca donde se juntan el bosque Mediterráneo y el Atlántico, la encina y el roble, el pino y el haya o el quejigo, entre la montaña cantábrica y los páramos de la meseta. Tres variedades de pinos, primero el negral o resinero, propio de la tierra, con piña y acículas grandes, después  el silvestre, de corteza más rojiza, con piñones y acículas pequeños, originario del norte de Europa, de cuando la glaciación; más arriba, el pino laricio, de corteza plateada, que anda contaminado con una enorme plaga de procesionaria, replantado.


Cuando cogemos altura avistamos una pareja de águilas reales y a su alrededor una bandada de chovas piquigualdas que gira a favor de la térmica. En un estanque vallado, donde paramos para tomar un tentempié, un par de salamandras desovan.


Bordeando la ladera del Tesla, un anticlinal de libro, orientado este a oeste, seguimos hacia el este por una pista trazada bajo el bosque de laricios.


En la bajada, hacia la otra pendiente del valle, hacia el sinclinal de Valdivielso, el paisaje se adensa, con una vegetación más apretada, brezos, boj, madroños. Bajamos hasta la cascada de Tartalés del Monte, al otro lado del pueblo. Trae el agua de las últimas lluvias y hace juego con el túnel que horada la roca para que pase la carretera.


La senda que bordea el bosque ha sido ensanchando no hace mucho para recoger el fruto de la tala, cuyos restos quedan en los bordes. Hay un aprisco de paredones, donde antiguamente encerraban al ganado. En ese corral natural comemos. Ascendemos en busca del portillo que nos de paso hacia el otro valle el de Valdivielso, y por un sendero moteado de hepáticas y prímulas, hasta La Hoz. 




El paisaje desde el cordal es espectacular, se domina el valle, los pueblecitos que lo motean y el roquedal cercano, continuación del que nos aguanta para fotografiarlo, intuimos allá abajo el Ebro, el padre que ha horadado el valle y lo ha fertilizado.


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