sábado, 9 de marzo de 2013

Amores pasajeros



            El largísimo fuselaje del avión y sus cortas alas indican, al encenderse la pantalla, que ese avión sobre la pista no va a echarse al aire aunque luego lo simule, que estamos ante una comedia, y tan pintadito, tan pulido hasta el mínimo detalle, que nos metemos de lleno en el mundo de Almodóvar, tan amigo de sus actores, que da la escena inicial a Antonio Banderas y Penélope Cruz para que se muestren en un una aparición fugaz.

No puedo decir que me haya gustado mucho, tampoco que no me haya gustado. No puedo decir que haya reído mucho, solo un par o tres de sonrisas –uno delante de mí se ahogaba, sin embargo, al lado de su novia, de tanta risa, cuando se mencionaba la polla, ¡y eso ha sido muchas veces!-, eso que la peli se anuncia como comedia. No puedo decir que me haya aburrido, incluso se me ha hecho corta; incluso he deseado, cuando se acababa,  que me entretuviese unos minutos más con los sucesos de los personajes. Es una película de Almodóvar para lo bueno y para lo malo. Algunos no lo soportan, a mí en general me han gustado sus películas, unas más que otras, aunque esta vez no ofrece grandes novedades, nada que toque una sensibilidad escondida –es posible que a alguien sí-, incluso copia el esquema de las pelis de aviones. Toma el macguffin de la amenaza de catástrofe y hace girar a una serie de personajes alrededor, con aire de comedia fina, muy fina, como aquellas casi olvidadas de los años treinta, con ironías y chistes en torno al tema gay, convirtiendo en asumible una serie de tópicos que en otra época y con otro estilo hubiesen escandalizado: las drogas, con muchas variantes, el sexo en todas sus gamas, la bebida a tope, hasta la corrupción, la estafa y el crimen salen a relucir pero siempre encarnados por personajes dispuestos a redimirse y a ser perdonados.

Cuenta con un amplio grupo de buenos actores, una comedia coral, todos bien apañados y controlados, con un lado cómico, con permiso para pasarse un pelín en el caso de los tres azafatos -¡qué gran descubrimiento el del Carlos Areces!, y otro melodramático, ahormados por el director manchego, todos ellos convertidos en chicos y chicas Almodóvar. Y todo ello inmejorablemente empaquetado, que eso es lo mejor de sus películas: vestidos modernos, decorado vistoso, con una fotografía magnífica que les hace brillar, lucir, ya desde los títulos de crédito, música igualmente brillante. Sólo por eso, por esa fiesta del color, por ese envoltorio marca de la casa, merece la pena ver Amores pasajeros. Aunque esté algo lejos de sus mejores Todo sobre mi madre o Volver.

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