"Me asomé a la
ventana y miré a la calle pero no vi nada… Bajé en ascensor al vestíbulo, donde
la gente se agolpaba alrededor de los televisores.
Ahora
pasaban camiones repletos de soldados o policías de cuerpos especiales. Los
seguí en dirección a Atocha, a unos diez minutos a pie, y no paraban de pasar
camiones de bomberos a toda velocidad, hasta que llegué a lo que llaman un
tumulto. Estaba nublado. Había policías y personal médico y gente por todas
partes, muchos de ellos llorando y chillando…
Vi, puede
que viera, a un adolescente aturdido con la cara ensangrentada y a un enfermero
cogerlo del brazo y sentarlo y darle lo que parecía una bolsa de hielo… Olía a
plástico quemado. Alguien me preguntó qué había pasado…
Entre en el
New York Times y cliqué en el gigantesco titular. El artículo describía los
helicópteros que oía por encima de mí… la cifra estimada de fallecidos rondaba
ahora los doscientos y había al menos mil heridos…
El gobierno
sostenía que habían sido los separatistas… Al despertar leí sobre la conexión
con Al Qaeda, aunque el gobierno sostenía que había sido ETA, y vi en Internet un
vídeo horrible de las cámaras de seguridad de Atocha: una bola de fuego naranja
estallaba en un tren y envolvía a los pasajeros en humo y dejaban el andén
cubierto de cuerpos y sangre…
Le pregunté
si conocía a alguien que hubiera muerto por las bombas. Me dio que no. Me dijo
que muchos de los muertos eran inmigrantes. Me dijo que era un crimen contra
los trabajadores y que ella no conocía a muchos trabajadores. ¿Tú sí?, me
preguntó, y lo pensé un momento, luego respondí que no estaba seguro…
Salimos del
piso, caminamos unas manzanas y, antes de ver el gentío, lo oímos; gritaban
sobre la verdad, las mentiras y el fascismo. La policía antidisturbios se
interponía entre la muchedumbre y la sede del PP…
La
muchedumbre había crecido de tal modo que ahora, aunque seguíamos aparte, estábamos
tan cerca que nuestra mera presencia expresaba apoyo…
Desde allí
seguí a pie hasta casa y, una vez en el piso, leí sobre los acontecimientos que
estaban desarrollándose y de los que no había logrado formar parte. Al día
siguiente había elecciones…
Le pregunté
a un adolescente sentado en un banco dónde estaba la manifestación; se rió de mí.
Caminé hasta Colón pero la plaza estaba vacía. Desde Colón enfilé por el paseo
de Recoletos, que se convertía en el paseo del Prado. Me sentía extraño
buscando una muchedumbre, vagando en pos de la historia o de Teresa…
Si ganan
los socialistas, celebraremos un fiestón en casa de Rafa. Si gana el PP, habrá
más manifestaciones. Puede que disturbios…
Ganaron los
socialistas. Los medios de comunicación estadounidenses estaban furiosos,
afirmaban que España se había dejado intimidar por el terrorismo. Fuera la
gente lo festejaba… Arturo habló con Teresa durante todo el trayecto de algo
relacionado con que Pedro Almodóvar había dicho en la tele que el PP planeaba un
golpe, pero quizá yo lo entendiese mal. Cuando por fin llegamos a la carísima
casa de Rafa pregunté cómo había ganado tanto dinero. Sonrieron…
Oí que el
teléfono móvil, decisivo en la organización de las manifestaciones, era la
tecnología política dominante de la era. ¿Qué pasa con el Titadine, la forma de
dinamita comprimida empleada en los ataques?, quise decir; ¿acaso no era la
tecnología dominante?"
(Ben Lerner, Saliendo de la estación de Atocha, 2011)
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