martes, 26 de marzo de 2013

Crematorio



                Aprovechando el fallecimiento de Pepe Sancho y la salida a la calle de En la Orilla de Rafael Chirbes busco los ocho capítulos de la serie Crematorio y la veo en tres sentadas. Me lo he pasado muy bien, aunque me ha quedado una extraña sensación, la de estar apoyando sentimentalmente al protagonista, un promotor de la costa valenciana, a quien debería ver con ojos severos.
                Las series cumplen hoy la función de aquellas grandes novelas donde nos sumergíamos por días seguidos, gozando al avanzar pero temiendo que la aventura se acabase y si así sucedía enlazábamos con otra novela que continuase la anterior o que se le pareciese. Eso puede explicar el hambre de hoy por este formato que cada vez tiene más atrapados a un mayor número de espectadores.

                La serie pide a gritos una continuación. Supongo que la habrá porque como digo el autor, Rafael Chirbes, acaba de lanzar una segunda novela sobre el asunto, el mundo de la promoción inmobiliaria, En la orilla. La serie basada en su primera novela tiene un buen acabado; los españoles estamos aprendiendo a hacer buenas series, que no desmerecen de las americanas. Y los actores que solían ser lo que más fallaba están mejorando. En Crematorio están bien en general, salvo excepciones, además los directores saben cómo disimular los casos de especial torpeza. Crematorio consta de ocho capítulos, que se abren con una pieza de Loquillo, pegadiza, y una entradilla que se parece mucho a las de The Wire y Boardwalk Empire, una mezcla de las dos, están bien diseñados, concisos, sin pesadas extensiones que se alejen de la trama principal  con personajes que abarcan un puñado de tipos que responden a lo que se exige en estas series de género y un decorado, vestuario y ambientación que, a pesar de las limitaciones del presupuesto, dan perfectamente el pego.

                El problema de hacer girar la acción en torno a un personaje principal es la identificación. Es difícil hacer que no caiga simpático al espectador un truhán que se gana la vida estafando, presionando, chantajeando a quien sea para escalar la montaña del éxito, sobre todo si las cosas más feas se cargan a cuenta de otros personajes de su entorno, y cuando en la propia serie se dice de él que es un general que a todos controla o domina con la persuasión, la amenaza o la erótica del triunfo. Es el problema de querer hacer una serie popular, de intentar a toda costa enganchar al espectador: amores, traiciones, chantajes, violencia, en vez de un drama más realista con la suficiente distancia como para que el espectador lo vea desde fuera y juzgue a los personajes. Vista en su conjunto la serie no es un análisis del ascenso y caída de un hombre del ladrillo, sino una de intrigas y pasiones, una donde el magreo sentimental aparece en primer plano en vez del fraude, el blanqueo y el abuso, que también están, pero sobre los que parece que se echa un manto de indulgencia.
               

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