Las series cumplen hoy la función de aquellas grandes novelas donde nos sumergíamos por días seguidos, gozando al avanzar pero temiendo que la aventura se acabase y si así sucedía enlazábamos con otra novela que continuase la anterior o que se le pareciese. Eso puede explicar el hambre de hoy por este formato que cada vez tiene más atrapados a un mayor número de espectadores.
La serie
pide a gritos una continuación. Supongo que la habrá porque como digo el autor,
Rafael Chirbes, acaba de lanzar una segunda novela sobre el asunto, el mundo de la promoción inmobiliaria, En la orilla. La serie basada en su
primera novela tiene un buen acabado; los españoles estamos aprendiendo a hacer buenas
series, que no desmerecen de las americanas. Y los actores que solían ser lo
que más fallaba están mejorando. En Crematorio
están bien en general, salvo excepciones, además los directores saben cómo disimular
los casos de especial torpeza. Crematorio consta de ocho capítulos, que se
abren con una pieza de Loquillo, pegadiza, y una entradilla que se parece mucho
a las de The Wire y Boardwalk Empire, una mezcla de las dos, están bien diseñados, concisos, sin
pesadas extensiones que se alejen de la trama principal con personajes que abarcan un puñado de tipos que
responden a lo que se exige en estas series de género y un decorado, vestuario
y ambientación que, a pesar de las limitaciones del presupuesto, dan
perfectamente el pego.
El
problema de hacer girar la acción en torno a un personaje principal es la
identificación. Es difícil hacer que no caiga simpático al espectador un truhán
que se gana la vida estafando, presionando, chantajeando a quien sea para
escalar la montaña del éxito, sobre todo si las cosas más feas se cargan a
cuenta de otros personajes de su entorno, y cuando en la propia serie se dice de él que es un general que a todos controla o domina con la persuasión, la amenaza
o la erótica del triunfo. Es el problema de querer hacer una serie popular, de
intentar a toda costa enganchar al espectador: amores, traiciones, chantajes, violencia,
en vez de un drama más realista con la suficiente distancia como para que el
espectador lo vea desde fuera y juzgue a los personajes. Vista en su conjunto
la serie no es un análisis del ascenso y caída de un hombre del ladrillo, sino
una de intrigas y pasiones, una donde el magreo sentimental aparece en
primer plano en vez del fraude, el blanqueo y el abuso, que también están, pero sobre los que parece que se echa un manto de indulgencia.
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