Hoy, en
Resoba, el pronóstico se cumplió: nublado en la mañana y soleado a mediodía,
tanto que por olvido de cremas y gafas de sol se me quemó la cara y ahora ando
como un cangrejo colorado.
Excursión por
la ruta de los pantanos palentinos, entre el valle de Pineda hacia el Pisuerga
y el Carrión. Caminos y senderos nevados, con nieve crujiente y poco hielo,
aunque evitamos la vuelta hacia Santibáñez de Resoba por el miedo al suelo
helado en las zonas de la umbría.
A lo lejos,
no demasiado, siempre a la izquierda el Peñarredonda, y a la derecha el
Peñalabra, con su cresta, y el Valdecebollas,
y de frente, siempre de frente, los
dos colosos palentinos, el Curavacas, y asomando, más allá, la forma piramidal
del Espigüete.
La vuelta, la tarde cayendo, por la senda de los osos desde el Parador de Cervera a Cervera.
Ya en el bus, un recuerdo para nuestro compañero Miro, al que Dios tenga en su
gloria como creyente que era.
Mira: a punto estás
de penetrar en el bosque.
Vas a dejar la casa
blanca de la cima
tan plácida, tan
llena de música y sosiego,
y ahí te espera el
bosque impenetrable.
Irremediablemente
deberás cruzarlo:
el bosque que
desciende por ladera escabrosa,
el bosque en que no
hay nadie
y el bosque en el que
puede haber de todo,
el bosque de
humedades venenosas,
morada de lo negro
y de una luz que
enturbia la mirada.
(Antonio Colinas)
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