martes, 19 de febrero de 2013

El progreso del Amor



            Hay un método infalible para saber si lo que estás leyendo te llega, te atrapa, está mereciendo la pena. Si has salido fuera de ti dejándote llevar por la imaginación del escritor –escritora en este caso-, si sobrevuelas las páginas, que van pasando sin mirar cuántas páginas quedan para acabar. Eso me ha ocurrido en general con todos los relatos del libro El progreso del Amor de Alice Munro, excepto con los últimos tres. Munro elabora una escritura sofisticada, no en la forma, legible, fácil, sino en el entramado de historia y personajes. Munro describe todo el rato personajes complejos. Cada uno con espesor, ninguno del grosor de una hoja sino volumétricos. Las acciones están en función de la hondura de los personajes, sirven como las frases que los describen para explicarlos, son extensiones de su forma de estar en el mundo. Los últimos tres relatos no son perfectos como sí lo son todos los demás. Necesitaría saber su cronología, su gestación para hacerme una idea de por qué son imperfectos. Sin embargo, tienen su particularidad. El bicho raro y El vertedero blanco son como novelas abreviadas, quizá ahí radique su anomalía, como proyectos no resueltos. El bicho raro tiene dos partes. La primera parte es perfecta, lo más perfecto que he leído de Alice Munro, sin embargo en su segunda parte se viene abajo, prescinde del vuelo que necesitaría para dar la continuidad necesaria que exige la primera parte, como si la escritora canadiense se agotara en el empeño.

            El bicho raro cuenta la historia de una familia atípica. La rareza, diríamos, es su seña de identidad. El padre, la madre y tres hijas. En la primera parte Munro describe a cada uno de los personajes con frases precisas pero al mismo tiempo veladas, porque no acaban de definirlos del todo, hay un margen de ambigüedad en el que todo, es decir, la apertura de la imaginación, es posible. Violet, a través de quien vemos lo que sucede, es la hermana lista o, mejor, la hermana viva, que querría independizarse y vivir su propia vida, pero no puede, se ve obligada a cercenarse para que los demás puedan seguir adelante. Pero ni siquiera cuando la familia se disperse ella quedará libre para ser lo que podría haber sido.

            Algo parecido sucede con El vertedero blanco, este en tres partes: una familia amplia, cada personaje con su retranca, su incompletitud, cada uno con un hecho revelador pero que al lector –a mí- resulta insuficiente, necesitado de muchas más páginas para coger vuelo. Sophie, la madre de Laurence que gusta de bañarse desnuda en el lago junto a su casa. Un día unos chicos le cogen el albornoz, re ríen, lo rasgan y lo arrojan al agua. Cuando vuelve a casa, en la mañana del cumpleaños de Laurence, todo el mundo asiste a su llegada desnuda, lo que a Laurence incomoda hasta el enrojecimiento, Isabel lo toma como una forma de deliberada exhibición y la propia Sophie como un imponderable. A Laurence le regalan un viaje en avioneta por su cumpleaños. Laurence tiene un carácter difícil, Isabel se esfuerza por amarlo. Todos suben a la avioneta, Laurence, Sophie, Peter, Denis, todos salvo Isabel. Cuando bajan tras el vuelo el piloto asegura que ha estado bien, que lo siente por Isabel, que se lo ha perdido, pero que no le importaría volver a sabir con ella. Isabel es consciente del escalón que la rebaja del resto de la familia, haber nacido pobre. La frase del piloto la enciende. Es una historia que se cuenta en pasado para que comprenda Magda, la segunda esposa de Laurence. Magda, por el contrario, “es puro estilo, de pies a cabeza”. El pasado y el presente se mezclan de manera inextricable.

            Da la impresión que el pulso de Alice Munro, enorme escritora, necesitase un número exacto de páginas tasadas, la treintena, y que si se sale de la horma le falla el ritmo, el impulso, el vuelo. En la lectura de estos tres relatos me ha sucedido que ha habido momentos en que las paginas han volado, atrapado en el misterio de la humanidad, y otras en que he mirado varias veces cuántas páginas me quedaban por leer.

          De todos modos, Alice Munro es una escritora extraordinaria, insuperable en muchos aspectos.

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