Durante los años pasados las
instituciones públicas han prodigado con liberalidad grandes exposiciones
que ofrecían abundante información sobre tema llamativos de la historia o del arte. El éxito se medía por las largas colas, tanto más si hacía frío, viento, lluvia o calor. Por supuesto que el dinero que costaban no era de
los llamados gestores culturales, lo que no era obstáculo para que exhibiesen su magnanimidad al modo de los ilustrados de Carlos III: ¡Todo para el pueblo…!
Hasta eso se ha venido abajo. ¿Quién no recuerda las magníficas exposiciones
que ofrecían conjuntamente la Thyssen y Cajamadrid o las organizadas por la
Comunidad de Madrid en el Canal o las del MNAC y o las del Caixaforum de Barcelona. El contenido debía ser tan grande, tan
extraordinario, que los patrocinadores saliesen más engrandecidos. Tanto
monta. La Caixa con sus carpas (Los Iberos, Roma, El Bosque, Neandertales, Fragancias…)
acercaba ese concepto al arrabal de las provincias.
La expo que la Comunidad de
Madrid dedica a Pompeya en el Canal
se parece mucho a los restos del naufragio, con decir que el viejo documental de la BBC, ¡del 2003!, que se ofrece al final del recorrido, es lo más importante
creo que basta para explicarlo. Hay otros vídeos pero están contenidos en el de la BBC, hasta
los paneles informativos, las reproducciones en yeso de los cuerpos calcinados,
las maquetas de las villas, los objetos, las pinturas o las esculturas estaban
allí y mejor explicadas. Tan sólo una ocurrencia de los organizadores, para que no se diga, la
reivindicación de Carlos III como arqueólogo, ¡como el primer arqueólogo!
¡Hasta un pobre documental de la visita en 1930 de Alfonso XIII a las
excavaciones se nos ofrece como si tuviese algún interés! Nada hay en la expo sobre los
debates historiográficos en torno a la fecha exacta del acontecimiento ¿agosto, septiembre?
Todo en el aire suena a deja vu, paneles y dioramas, videos y
reproducciones, padres e hijos, vigilantes y moqueta y los recuerdos a la
salida, libros, catálogos, estampitas y lapiceros. Parece que con el dinero a
espuertas de antaño se haya ido la imaginación: ¿los próceres ya no tienen nada
que ganar? El público sigue acercándose pero más silencioso, más obediente,
con la cabeza gacha, musitando por lo bajinis vete a saber qué pestes sobre
aquellos a los que tan poco hemos de agradecer.
Hay algunas piezas que merecen la visita, claro, cómo no habría de haberlas: El magnífico retrato de una
mujer joven que se cree representa a Safo, el Corredor, una
estatua de bronce de la Villa de los Papiros en Herculano, el Apolo de la casa de Menandro, una
habitación completa de la Villa de Estabia donde se pueden apreciar diversos frescos y el anillo personal de Carlos III, hallado en las excavaciones de
Pompeya o el Efebo de Antequera.
Si aceptamos la distinción de Hugo de San Víctor entre la memoria de las cosas o información, el conocimiento y la sabiduría, la primera sería algo que se nos ofrece y con poco esfuerzo accedemos a ella, la segunda requiere codos e inversión de tiempo, la tercera sólo es accesible a unos pocos tras años dedicados al conocimiento y para aquellos que son capaces de deslindar lo útil de lo necesario, este tipo de exposiciones ofrecen información, a veces muy didáctica, pero poca más.
Si aceptamos la distinción de Hugo de San Víctor entre la memoria de las cosas o información, el conocimiento y la sabiduría, la primera sería algo que se nos ofrece y con poco esfuerzo accedemos a ella, la segunda requiere codos e inversión de tiempo, la tercera sólo es accesible a unos pocos tras años dedicados al conocimiento y para aquellos que son capaces de deslindar lo útil de lo necesario, este tipo de exposiciones ofrecen información, a veces muy didáctica, pero poca más.
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