miércoles, 16 de enero de 2013

Pompeya en el Canal

Una de las piezas de la exposición. | Efe VEA MÁS IMÁGENES

Durante los años pasados las instituciones públicas han prodigado con liberalidad grandes exposiciones que ofrecían abundante información sobre tema llamativos de la historia o del arte. El éxito se medía por las largas colas, tanto más si hacía frío, viento, lluvia o calor. Por supuesto que el dinero que costaban no era de los llamados gestores culturales, lo que no era obstáculo para que exhibiesen su magnanimidad al modo de los ilustrados de Carlos III: ¡Todo para el pueblo…! Hasta eso se ha venido abajo. ¿Quién no recuerda las magníficas exposiciones que ofrecían conjuntamente la Thyssen y Cajamadrid o las organizadas por la Comunidad de Madrid en el Canal o las del MNAC y o las del Caixaforum de Barcelona. El contenido debía ser tan grande, tan extraordinario, que los patrocinadores saliesen más engrandecidos. Tanto monta. La Caixa con sus carpas (Los Iberos, Roma, El Bosque, Neandertales, Fragancias…) acercaba ese concepto al arrabal de las provincias.

La expo que la Comunidad de Madrid dedica a Pompeya en el Canal se parece mucho a los restos del naufragio, con decir que el viejo documental de la BBC, ¡del 2003!, que se ofrece al final del recorrido, es lo más importante creo que basta para explicarlo. Hay otros vídeos pero están contenidos en el de la BBC, hasta los paneles informativos, las reproducciones en yeso de los cuerpos calcinados, las maquetas de las villas, los objetos, las pinturas o las esculturas estaban allí y mejor explicadas. Tan sólo una ocurrencia de los organizadores, para que no se diga, la reivindicación de Carlos III como arqueólogo, ¡como el primer arqueólogo! ¡Hasta un pobre documental de la visita en 1930 de Alfonso XIII a las excavaciones se nos ofrece como si tuviese algún interés! Nada hay en la expo sobre los debates historiográficos en torno a la fecha exacta del acontecimiento ¿agosto, septiembre?


Todo en el aire suena a deja vu, paneles y dioramas, videos y reproducciones, padres e hijos, vigilantes y moqueta y los recuerdos a la salida, libros, catálogos, estampitas y lapiceros. Parece que con el dinero a espuertas de antaño se haya ido la imaginación: ¿los próceres ya no tienen nada que ganar? El público sigue acercándose pero más silencioso, más obediente, con la cabeza gacha, musitando por lo bajinis vete a saber qué pestes sobre aquellos a los que tan poco hemos de agradecer.

Hay algunas piezas que merecen la visita, claro, cómo no habría de haberlas: El magnífico retrato de una mujer joven que se cree representa a Safo, el Corredor, una estatua de bronce de la Villa de los Papiros en Herculano, el Apolo de la casa de Menandro, una habitación completa de la Villa de Estabia donde se pueden apreciar diversos frescos y el anillo personal de Carlos III, hallado en las excavaciones de Pompeya o el Efebo de Antequera.


Si aceptamos la distinción de Hugo de San Víctor entre la memoria de las cosas o información, el conocimiento y la sabiduría, la primera sería algo que se nos ofrece y con poco esfuerzo accedemos a ella, la segunda requiere codos e inversión de tiempo, la tercera sólo es accesible a unos pocos tras años dedicados al conocimiento y para aquellos que son capaces de deslindar lo útil de lo necesario, este tipo de exposiciones ofrecen información, a veces muy didáctica, pero poca más.

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