
Pestes
suelta Fernando Vallejo de Juan Eugenio Hartzenbusch por sus ediciones de los
clásicos en la famosa Biblioteca de Autores Españoles de Rivadeneyra. Elogios
le prodiga en cambio Francisco Rico a su edición de los
Quijotes de
Argamasilla de Alba, de 1863, en dicha
Biblioteca, y cicateras llama a
las críticas que ha recibido el autor y editor del siglo XIX por exigirle lo
que no podía ofrecer en su tiempo. Vallejo habla de atropellos y refundiciones
de las obras clásicas cometidas por los editores de la colección de Rivadeneyra,
que no habrían establecido sus textos sobre ediciones originales o
príncipes.
Y aconseja a su héroe Rufino José Cuervo, que las utilizaba en Colombia porque
no tenía otra opción para hacer su monumental
Diccionario de construcción y
régimen de la lengua castellana: “Lo que ha debido hacer usted con los
atropellos de
la Biblioteca
de Rivadeneyra a los clásicos era quemarla”.
Y el propio
Rufino José Cuervo, a quien Vallejo dedica su libro El cuervo blanco,
habla de que “la arbitrariedad con que Hartzenbusch trató el Quijote,
alterándolo en una edición de un modo y en otra de otro, basta para probar que
en el presente siglo este género de estudios
no ha adelantado mucho entre nosotros. El mismo escritor (eminente en
otros conceptos) dejó en nuestra Biblioteca rastros de su funesta manía
de corregir, que debió de pegársele de los refundidores a la francesa”.

Francisco Rico,
en su erudito y ameno
Tiempos del “Quijote”, reconoce la falta de formación
filológica de Hartzenbusch pero no hasta el punto de aceptar que sea “un editor
caprichoso que procede sin orden ni concierto y corrige al autor a tontas y a
locas. Pero en realidad nadie antes había dedicado al texto del Quijote una
atención tan minuciosa y detenida (acaso nadie ha vuelto a dedicársela después)
y nadie había percibido tan claramente sus problemas, ni, por supuesto, apuntado
los caminos para resolverlos”. Por ello alaba
Las 1663 notas que Hartzenbusch puso
en la edición foto-tipográfica del Quijote de Argamasilla de Alba.
Rico
recuerda este retrato que Emilio Castelar le hiciera a Juan Eugenio
Hartzenbusch: “pasó de oficial de carpintero a tornero de sillas, de tornear
sillas a escribir taquigráficamente, de escribir taquigráficamente a verter
dramas franceses al español, de verter dramas franceses a urdir arreglos de las
comedias antiguas para el teatro moderno, de urdir arreglos en obras ajenas a
idear alguna propia”, a lo que Rico añade “de presentarse a una plaza de
conserje en la Real Academia
Española a entrar en ella como numerario, de empleado a director de la Biblioteca Nacional,
manteniéndose siempre tan “sencillo de costumbres, afable de trato y humilde
como al tornear sus últimas sillas en la carpintería”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario