La verdad.
¿La verdad? ¿Hasta qué punto? Basta mencionarla para ofuscar su supuesta investigación,
no digamos si aparece en grandes letras de molde y además avalada por un pope de
las tablas. Creía yo que este tipo de teatro ya estaba finiquitado, amortizado,
que no había público para él, pero estaba equivocado. El teatro -Teatro Alcázar,
Madrid- estaba hasta los topes, la gente rió todas las gracias, hasta las
repetidas, hasta las morcillas del astro, y aplaudió a rabiar. (Me sean
permitidas las frases hechas si hablo de teatro caduco que basa su éxito en la
repetición). Gente joven, mediana edad y algunos mayores, que pueden todavía
pagar por reír gracias que ya conocen. Cuatro sobre el escenario, dos hombres,
dos mujeres, dos parejas, los cuatro se cruzan dentro de un orden –podía haber
un ramalazo de atracción homoerótica, pero no, no lo permite la convención como
no sea con estricto cliché-, se ocultan, se mienten, dice estar donde no están,
cenar con quien no cenan, viajar a donde no viajan. Muebles funcionales,
escenario de quita y pon, música de los años treinta. En eso consiste el juego.
Un teatro viejo de dos siglos, pero no más allá, el teatro burgués.
¿El autor? Qué
más da. Un joven francés, dice el programa de mano, que ha escrito obras de mérito,
incluso una obra donde salían Descartes y Pascal, parece increíble. Aquí no ha
florecido su ingenio.
Veo en lo
que se ha convertido Flotats, hacia tiempo que no lo veía, en Arturo Fernández.
No hay que sentir pena por él, supongo que se gana bien la vida, además de
creerse su papel, arriba y abajo del escenario, no debe ser muy diferente cenar
con él, saludarle en la calle, oírlo en una entrevista. Todo con naturalidad,
esa naturalidad adquirida a fuerza de repetirse. Responde al tópico, aunque hubo
un tiempo en que arriesgaba más. Los demás actores ni bien ni mal, hacen el
papel consabido, con naturalidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario