miércoles, 9 de enero de 2013

La noche más oscura



            Después de ver La noche más oscura no puedo escribir que el nuevo año se inicia con dos grandes películas y media. He visto esta y The Master, me queda por ver El hombre de las sombras, todo sea a cuenta de los Reyes Magos, porque ir al cine en estos tiempos es un gasto que hay que pensarse.

             La peli es grande sin duda por la grandísima campaña publicitaria que le han hecho, no se si espontánea –esos largos reportajes periodísticos- o bien alimentada, supongo que lo último es más cierto. Es grande por la producción: hay una pasta gansa invertida en ella. Pero no es grande por lo que nos han querido transmitido, y por lo que muchos hemos aflojado el bolsillo, un debate en torno a la tortura como medio para obtener información más o menos necesaria. Tampoco lo es como investigación histórica sobre un suceso reciente: la persecución y eliminación del líder de Al Quaeda. Hasta el título que le han dado los traductores confunde: no hay poesía dentro.

            No se puede negar la gran factura técnica de la peli, pero eso se da por hecho, viniendo de donde viene, tampoco que esté bien tramada, aunque salvo el asalto final apenas haya escenas espectaculares, o que no sea absorbente a pesar de sus 157 minutos de metraje. Pero hay que esperar más de una supuesta película grande, mucho más si quiere quedar como obra maestra. 

            Qué falla. Primero la intención supuesta de sus fabricantes de ir más allá de una buena fuente de ingresos. Se ve con claridad que ese ha sido su objetivo, los ingresos. Todo lo demás falta. La tortura no existe como tema dentro de la peli, si acaso, muy tangencialmente: no hay ningún personaje a quien semejante asunto quite el sueño, al contrario, ni creo que haya nadie viendo la peli que sienta su conciencia removida antes irse a dormirse. Los personajes son meras marionetas de la trama, profesionales del espionaje o de la política con un objetivo a la vista, claro, preciso, contundente, la eliminación de Bin Laden. Nadie pone nada en cuestión. Tampoco el espectador tal como se le ofrecen los hechos.

            Hay un segundo asunto. ¿Tiene algo que ver la peli con los hechos a los que se refiere?  Se ha aludido en esos reportajes periodísticos a la parte documental. No hay tal. Es posible que los guionistas hayan tenido acceso a informaciones más o menos secretas sobre cómo ocurrieron las cosas, pero si la han utilizado sólo ha sido para conseguir verosimilitud, algo tan necesario en el cine, no para presentar con pulcritud un suceso histórico.

            Cuando uno se sienta en la butaca y ve lo que ve, no se siente engañado, la directora, Kathryn Bigelow, y su equipo nos dan una película de género, bien confeccionada, que recompensa ampliamente el dinero pagado y que merece los premios que le den sus compañeros de gremio. No hay nada que juzgar, ningún asunto moral que dilucidar, ningún nudo gordiano que cortar. Consumimos un artefacto perfectamente fabricado, con su lacito y todo en la noche de reyes como ha sido mi caso. La peli por tanto está muy bien, pero eso es una cosa y otra una obra maestra.

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