¿Se convierten
nuestras palabras, las que pronunciamos o las que escribimos, en actos, en actos
nuestros o en acciones de las personas a las que nos dirigimos? Decimos cosas
de las que luego nos arrepentimos o a las que no damos importancia, palabras
que más tarde, pasados los años, sabemos que influyeron en aquellos a quienes
iban dirigidas, a quienes maldijimos o deseamos lo peor, a quienes anunciamos
que estaban destinadas al fracaso, llevados por el despecho o la venganza o por
el desprecio o quizá imbuidos por un sentido de superioridad o de
desconsideración. ¿Cómo pude yo haber escrito o dicho aquello? ¿Qué me pasó,
cómo pude ofuscarme de aquel modo? No me reconozco en aquella persona.
Pero,
¿realmente influyeron nuestras palabras hasta cambiarle la vida a la persona a
quien creemos habérsela destrozado o sólo es una reconstrucción de la memoria
para liberarnos de un peso, un movimiento para transformar el remordimiento en
culpa, confesarlo y sentir el alivio del perdón, si es que lo conseguimos?
Pero, ¿en qué
sentido influyeron, si es que lo hicieron, quizá no en el que muestran las
apariencias sino de un modo que no alcanzamos a comprender, de un modo en que
cuando las pronunciamos o escribimos éramos incapaces de predecir?
De eso va esta
novela de Julian Barnes, escrita en dos partes, primero la dulce juventud
enardecida e irresponsable de cuatro amigos que se representan el mundo con
ingenio, torpeza y burlas que cuando acaban el colegio y comienzan la
universidad, en el momento en que la vida todavía no está sometida a las
convenciones y a los acuerdos, se separan y comienzan a vivir, a tomar
decisiones y a relacionarse con las mujeres. Una mujer, precisamente, que
primero se novia del narrador y después se casa con uno de los cuatro amigos,
al que más se admira, al que más se envidia, es la que desencadena el drama, la
que pone en marcha la historia, la que hace que las palabras se conviertan en actos.
En la segunda parte, después de muchos años, cuando el narrador ya está
jubilado se entera de cómo han sucedido las cosas. Descubre una carta que
entonces escribió, cuya importancia sólo calibra ahora.
Hay en la
novela demasiada cháchara, creo yo, algo que les pasa a los novelistas
ingleses, quizá influidos por la gran admiración que siempre han tenido por la
gran cultura francesa, demasiado relleno antes de entrar en faena. Pero también
una preocupación algo esnob por dilucidar problemas morales, debatidos en un
ambiente de cerveza, canciones y mucha ironía, de aquellos que crecieron en
escuelas de élite donde discutir sobre principios era asunto principal, distintivo
social, signo de superioridad.
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