
Fernando
Vallejo, escritor colombiano, tiene un empeño difícil pero no tan imposible
como el de Cuervo, atrapar la vida y la obra de este filólogo, aun cuando no
encuentra tanta documentación como él quisiera. El cuervo blanco es una
biografía peculiar, podría decirse una metabiografía, porque al tiempo que nos
va desvelando la peripecia de Cuervo nos muestra las dificultades que encuentra
para confeccionarla. A las dificultades de Cuervo con su Diccionario
añade Vallejo las suyas. Sus fuentes son la obra publicada, incluida la que
Rufino compartió con su hermano Ángel, con quien vivió en Paris la etapa de
madurez, además de los archivos que el filólogo legó al Instituto Caro y Cuervo
y, sobre todo, las cartas que quedan, algunas mutiladas, otras resumidas y
algunas con el mero indicio del sobre que las contenía, de las miles que escribiera.
Vallejo escribe con precisión y avala cada dato polémico, por lo que no deja nada a la invención o a la suposición. Utiliza, en cambio, con liberalidad la ironía, el sarcasmo, la burla y el desprecio por aquellos que se le atragantan, que son muchos, entre ellos Teresa de Ávila, a quien tiene especial inquina, o los frailes luises, el de Granada y el de León, hasta el propio español de hoy considera “adefesio anglicado”, aunque suele haber trampa en el modo de expresarse y el lector debe ir con cuidado porque lo que parece condena sin paliativos unas páginas más allá no lo parece tanto y hasta puede tornarse en cumplido. A quien más inquina tiene es a un infame Ordóñez a quien menciona de pasada varias veces pero que no aclara quién pueda ser. Por contra el español de Colombia, para Vallejo, sería el mejor español del mundo.
Vallejo escribe con precisión y avala cada dato polémico, por lo que no deja nada a la invención o a la suposición. Utiliza, en cambio, con liberalidad la ironía, el sarcasmo, la burla y el desprecio por aquellos que se le atragantan, que son muchos, entre ellos Teresa de Ávila, a quien tiene especial inquina, o los frailes luises, el de Granada y el de León, hasta el propio español de hoy considera “adefesio anglicado”, aunque suele haber trampa en el modo de expresarse y el lector debe ir con cuidado porque lo que parece condena sin paliativos unas páginas más allá no lo parece tanto y hasta puede tornarse en cumplido. A quien más inquina tiene es a un infame Ordóñez a quien menciona de pasada varias veces pero que no aclara quién pueda ser. Por contra el español de Colombia, para Vallejo, sería el mejor español del mundo.
Rufino José
Cuervo dedicó su vida entera al Diccionario con poco beneficio para tan
gran esfuerzo. En el primero tomo publicado en 1886 constan 531 monografías de la A y la B , con 922 páginas y del
segundo, de 1893, 722 para la C
y la D con 1348
páginas. De los dos tomos editados vendió poco, lo mismo que le pasó a N.
Webster con el suyo sobre el inglés, por lo que Vallejo aconseja “El que quiera vivir bien y en
paz con Dios y su mujer, póngase a mamar del gobierno y no se meta a hacer
diccionarios”.
El Rufino Cuervo que se nos presenta en El cuervo blanco
está cerca de la santidad, es más Vallejo lo santifica, como hombre y como
científico de la lengua. A otros muchos condena al infierno, al propio papa,
por ejemplo. Me ha resultado una lectura gratísima: bajo la cruda apariencia
del escritor aparece la ternura hacia el biografiado, aunque a veces sea
trabajoso seguir los comentarios exhaustivos de las cartas. El libro entero es
una buena fotografía de la época, de los estudios gramaticales y filológicos en
general, de los celos de escritores, de la vida política en especial de la Colombia de aquellos
años.
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