jueves, 31 de enero de 2013

El cuervo blanco, de Fernando Vallejo



            Don Rufino José Cuervo fue un colombiano de finales del XIX que pasa por ser quien mejor ha conocido el idioma en que nos hablamos y escribimos. Su empeño filológico fue desmedido para su época, apresar el idioma castellano desde su fundación en algún lugar del norte de Burgos hasta los tiempos que corrían cuando Cuervo vivió, tanto el hablado como el escrito. De su gran obra, Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, en que pretendía describir las palabras más importantes del idioma, editó dos volúmenes que iban de la A a la D, pero dejando en miles de fichas preparado el resto del trabajo para que fuese completado. Lo hizo entre 1955 y 1994 el Instituto Caro y Cuervo de Bogotá y está editado por Herder en ocho tomos, con 3000 monografías y 8257 páginas. Cada palabra en el Diccionario es una monografía.

            Fernando Vallejo, escritor colombiano, tiene un empeño difícil pero no tan imposible como el de Cuervo, atrapar la vida y la obra de este filólogo, aun cuando no encuentra tanta documentación como él quisiera. El cuervo blanco es una biografía peculiar, podría decirse una metabiografía, porque al tiempo que nos va desvelando la peripecia de Cuervo nos muestra las dificultades que encuentra para confeccionarla. A las dificultades de Cuervo con su Diccionario añade Vallejo las suyas. Sus fuentes son la obra publicada, incluida la que Rufino compartió con su hermano Ángel, con quien vivió en Paris la etapa de madurez, además de los archivos que el filólogo legó al Instituto Caro y Cuervo y, sobre todo, las cartas que quedan, algunas mutiladas, otras resumidas y algunas con el mero indicio del sobre que las contenía, de las miles que escribiera.

            Vallejo escribe con precisión y avala cada dato polémico, por lo que no deja nada a la invención o a la suposición. Utiliza, en cambio, con liberalidad la ironía, el sarcasmo, la burla y el desprecio por aquellos que se le atragantan, que son muchos, entre ellos Teresa de Ávila, a quien tiene especial inquina, o los frailes luises, el de Granada y el de León, hasta el propio español de hoy considera “adefesio anglicado”, aunque suele haber trampa en el modo de expresarse y el lector debe ir con cuidado porque lo que parece condena sin paliativos unas páginas más allá no lo parece tanto y hasta puede tornarse en cumplido. A quien más inquina tiene es a un infame Ordóñez a quien menciona de pasada varias veces pero que no aclara quién pueda ser. Por contra el español de Colombia, para Vallejo, sería el mejor español del mundo.

            Rufino José Cuervo dedicó su vida entera al Diccionario con poco beneficio para tan gran esfuerzo. En el primero tomo publicado en 1886 constan 531 monografías de la A y la B, con 922 páginas y del segundo, de 1893, 722 para la C y la D con 1348 páginas. De los dos tomos editados vendió poco, lo mismo que le pasó a N. Webster con el suyo sobre el inglés, por lo que Vallejo aconseja “El que quiera vivir bien y en paz con Dios y su mujer, póngase a mamar del gobierno y no se meta a hacer diccionarios”.

           El Rufino Cuervo que se nos presenta en El cuervo blanco está cerca de la santidad, es más Vallejo lo santifica, como hombre y como científico de la lengua. A otros muchos condena al infierno, al propio papa, por ejemplo. Me ha resultado una lectura gratísima: bajo la cruda apariencia del escritor aparece la ternura hacia el biografiado, aunque a veces sea trabajoso seguir los comentarios exhaustivos de las cartas. El libro entero es una buena fotografía de la época, de los estudios gramaticales y filológicos en general, de los celos de escritores, de la vida política en especial de la Colombia de aquellos años.


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