Intento separar la razón de la rabia, mientras sorteo las
pequeñas agrupaciones: los torpes movimientos de unos aprendices de Tai-chi, en
el césped, junto al río, una quedada de autos viejos, junto a la Plaza del
Milenio. Mi mente puede, tengo estrategias para ello, no así mi cuerpo: no he encontrado
remedios para contrarrestar la somatización de mis problemas, incluso los
problemas del mundo me pueden.
Acabo de leer la prensa en dos cafeterías distintas: en una El
Mundo, en la otra El País, atendiendo a mis veniales placeres del
domingo. En cada una he tomado un desayuno, que es la forma de pedir, en esta
ciudad, que te pongan cafés con leche en taza grande, de lo contrario te ponen
una tacita con mucho café y poca leche.
“En cualquier caso, hoy he observado dos discursos paralelos que no acaban de encontrarse, porque parten de dos nacionalismos antagónicos. Pero las sociedades están formadas por individuos, son complejas y plurales, y si pudiéramos hablar desde esa complejidad, el diálogo sería más fácil” (José Álvarez Junco).
¿Cómo darle la vuelta a todo
eso? ¿Cómo volver a mirar las cosas limpiamente como creíamos que hacíamos en
el posfranquismo? ¿O sólo era un espejismo? No acaban de ver, tampoco los
dueños y directores de su periódico, el origen de su decadencia. “La verdad y
lo vivo centellean”, afirma el poeta murciano, Eloy Sánchez Rosillo.
Me lleva esta bici relajada, la de trabajo y la del ocio, mi
bici de ciudad, tan diferente de la otra, la de carretera, la del cuerpo, que
exige pendencia, esfuerzo, intensidad. De ello hablan, entre otras cosas, estos
dos diletantes, Paul Auster y J.M. Coetzee, en su correspondencia recién
publicada, del deporte, donde uno pone las ideas y el otro las divagaciones. Ya
mediado el libro, no he tomado una sola nota. Paseo, miro, reflexiono.
Recorro una ribera, paso entre los autos de época: pocos y
poco público, y luego la otra. Topo con una escultura de un Gabarró: no he
visto nada de este señor que merezca la pena, todos bodrios horrorosos. Me
atrevo a decir que ninguna otra ciudad de España puede competir con esta, por mal gusto, en ornamentación urbana. Supongo que alguna vez vendrá un alcalde
que saque de plazas y calles esos horrores. ¡Pero es que esta escultura está
junto al nuevo edificio de las Cortes castellano-leonesas! Es una burda copia
de Miró. ¡Cómo no les da vergüenza! ¡Cómo pagaron semejante bodrio! ¡Cómo sigue
estando ahí!
Pienso, mientras subo por la ladera de Parquesol, junto al MiguelDelibes
-donde anoche escuché un concierto sin que nada dejase huella, apenas una propina de la diva, una partita bachiana-, en lo que habría que cambiar a
fondo y no se hace: la educación –trabada en menudencias lingüísticas-, la
sanidad elefantiásica, insostenible, la administración del Estado, y topo con
los privilegios de los que nadie quiere bajarse, en especial las corporaciones
funcionariales –Médicos, Jueces, Maestros, Policías-, empleados públicos privilegiados, que disfrazan sus
exigencias con eslóganes bochornosos, con apelaciones al bien público, con
planes alternativos que no detallan, con demagogia, esa recurrencia a bancos y
banqueros que me recuerda a Sansón y las columnas del templo, todos quieren que
la factura la paguen los otros, sus vecinos. No les importaría que la tijera recortase la paga de los jubilados, las prestaciones del paro, las pensiones no contributivas para
quedar ellos al margen.

En medio del parque hay un psiquiátrico, no sé cómo será por
dentro, si los enfermos estarán bien cuidados, si los médicos están más
atentos a las personas que a los caducos manuales -conozco el paño-, pero lo
que veo fuera me sume en el pesimismo: la pancarta, la escultura.
También a mí me tomo el pulso. Parece que late, que
despierta, ¿es que acaso no he sido yo mismo en estos pocos años que llevo aquí?
Vuelvo a mi nicho. Llueve.
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