
Trata
The House of Mirth, o La casa de
la Alegría, de un tema en el
que he pensado a menudo, la persona que por estrictos principios morales, por
buen gusto o quizá por simple manía rechaza amistades, ofendida o despechada,
se aleja de conocidos por nimias heridas que cree haber recibido o de amores
reales o soñados por no responder la persona amada al ideal que sobre ella
había proyectado. A final, como es de prever la persona en cuestión acaba en la
soledad, en la pobreza o en la miseria moral creyendo haber defendido hasta el
final una integridad que le ha hecho tan infeliz. Lástima que tan interesante
tema haya sido llevado a la pantalla con tanta lentitud y frialdad, a pesar del
derroche de medios en decoración, y por actores tan pocos hábiles para el matiz
como Gillian Anderson o Eric Stoltz.
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