Hay algo
condenadamente difícil en nuestra relación con el mundo, situar el nosotros.
Ambos están, mundo y nosotros, continuamente bailando en las arenas movedizas
del tiempo y el nosotros lucha denodadamente por fijarse, por permanecer
quieto, porque estando fijo comprende y deja de padecer. Pongo tres ejemplos:
la liberación de los rehenes americanos en el Irán de Jomeini, la Guerra de los Comuneros o
la conquista de América y el enamoramiento juvenil. ¿La pregunta es cómo situar
correctamente el nosotros, es decir, la perspectiva moral ante las cosas?
El asunto
de Irán es aparentemente el más fácil de los tres, nuestro país no
estaba implicado, aunque sí nuestra área geográfica y mental por no
decir nuestra civilización. Podemos sentir que los americanos
secuestrados y rescatadores –si estamos viendo la película Argo- son de
los nuestros y de hecho eso es lo que hacemos mientras la vemos no sólo porque
estamos acostumbrados a ir de su lado sino porque somos materia moldeada por sus
películas. ¿Habría algún modo de presentar los hechos de modo que se
comprendiesen los dos puntos de vista del conflicto? Clint Eastwood lo intento
con La batalla de Iwo Jima, aunque creo que no lo consiguió. Los jóvenes
revolucionarios iraníes se saltan la legalidad, pero los americanos han asilado
a un Sha corrupto, que había utilizado la tortura para someter a los
opositores. Los rehenes son inocentes, pero los iraníes no tienen modo de que
les devuelvan a su ex dictador. La peli lo explica en un prólogo documental,
pero está hecha en Hollywood, lo hace toscamente, porque su objetivo no es la
clase de historia sino el entretenimiento; actores, cámara, escenografía, trama
y argumento nos llevan a ponernos del lado de los americanos, queremos que no
sufran y se salven. Es una peli y su lenguaje es sentimental, está producida
para eso para mover nuestro yo, nuestras emociones en una dirección. Y consigue
su objetivo.
Más
complicado es explicar desde una mesa, mediante un libro de texto y una pizarra
encerada o digital, la conquista de América o la Guerra de los Comuneros. Un
asunto castellano, con alumnos y profesor castellanos, con capas de emociones
dirigidas en una dirección, la grandeza de Castilla que conquistó el mundo, las
gestas de los héroes, Pizarro, Cortés, Magallanes, ante mundos gigantescos ante
los cuales -explican historiadores, filósofos y políticos- se perdía la
cordura-, perspectiva que se ha movido algo en las últimas décadas al hablar de
indios y sufrimiento, de la encomienda y de la mita. Al final, prevalece la
gesta o el nombre propio de un rey pastoreando el universo. Carlos V, Felipe
II. Se puede ajustar un poco la paralaje –los hechos tal como ocurrieron hasta
donde llega la información y el nosotros movedizo- si bajamos a tierra y
nos situamos como protagonistas en nuestro propio territorio frente a un rey
extranjero. Ahí los nacionalistas, de cualquier lugar, lo tienen fácil para manipular.
Es el caso de los Comuneros. Un rey –aunque el rey esté santificado por la Historia- que llega de
fuera para estrujar al pueblo –impuestos para su coronación como emperador-,
una burguesía que pelea por vez primera en Europa para establecer un contrapeso
al poder real y unos campesinos expoliados hasta la extenuación por la nobleza
que se sublevan. Es más fácil ahí reajustar la visión, resituar el nosotros,
lo que no quiere decir que la visión histórica sea más justa, menos
manipuladora, más veraz, sólo cuestión de acomodar mejor el pasado al presente.
Más difícil
aún es situar el nosotros ante el resbaladizo y pringoso ardor juvenil que se
desata. Una pareja de chicos jóvenes que se enamora por primera vez. Es algo poco agradable. Los chavales están
zarandeados por los ácidos que los devoran, no son capaces de domeñar su
cuerpo, los profesores consienten las efusiones en general, se contempla el
suceso con una cierta simpatía, a pesar de ver la caída en picado del rendimiento.
Lo leí el otro día, no recuerdo quién lo expresaba: hay que prohibir a los
chavales, como en los viejos tiempos, entregarse a la pasión temprana cuando
están estudiando. Tiene razón, pero cómo se mete el nosotros en ese
berenjenal: la institución, la clase con su explicación, ejercicios y
evaluación, cómo interferir en un asunto tan privado.
Nota. Para ver que quiero decir con ajustar la paralaje nada
mejor que ver la actual pelea entre El Mundo y El País sobre los
asuntos de la familia Pujol y, de por medio, la propia ruina financiera de los
citados periódicos.
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