lunes, 24 de diciembre de 2012

Paul Auster y J.M. Coetzee: Aquí y Ahora, Cartas 2008 -2011



            No siempre hay que abandonar la lectura cuando las primeras páginas resultan pesadas o carecen de interés, o eso parece. Al final, he devorado la correspondencia entre Paul Auster y J.M. Coetzee. Mi impresión sobre ambos autores no ha cambiado, sigo pensando que uno es un contador de historias, a veces buenas y otras no tanto, y el otro un pensador que ha elegido el arte de la novela como el campo de batalla donde pelear con las ideas. Por eso, días pasados anoté que uno divagaba y el otro ofrecía ideas. No siempre el intercambio entre los dos escritores es fructífero, a menudo escriben para un corresponsal ausente que no coge el guante o que responde por los cerros de Úbeda. Escriben sobre el presente, la crisis económica, la primavera árabe, los problemas del escritor, los achaques del cuerpo, del deporte y de otras cosas. Me quedo con la impresión última, que son escritores del pasado, del siglo XX, y esto no es necesariamente un reproche, no sólo por desdeñar los artilugios digitales, prefieren la letrera 22 al ordenador, las cartas al correo electrónico, el fax al móvil, sino por la forma de entender las relaciones humanas, basada en la distancia necesaria para la maduración, el recogimiento y la reflexión.
  
            He ido recogiendo algunas reflexiones que me han interesado, cada una de ellas atribuida a JC, en el caso de J.M.Coetzee, o a PA, en el de Paul Auster.

            Sobre el arte de la escritura:

            “No es infrecuente que los escritores, a medida que envejecen, se cansen de la llamada poesía del lenguaje y busquen un estilo más desnudo (“el estilo tardío”). El ejemplo más famoso, supongo, es Tolstói, que en sus últimos años expresó su desaprobación moral de los poderes de seducción del arte y se limitó a contar historias que no estuvieran fuera de lugar en el aula de una escuela primaria. Un ejemplo más elevado nos lo da Bach, que en el momento de morir estaba trabajando en su Arte de la fuga, que es música pura en el sentido de que no está vinculada a ningún instrumento en particular”. JC.

            “Tolstói es un buen ejemplo, pero ¿y Joyce? Me parece que al principio su estilo es tardío (según tu definición, o según la definición de Said) y a medida que pasa de un libro a otro se hace cada vez más elaborado, complejo, barroco, culminando en un libro final tan complicado que nadie es capaz de leerlo (lamentablemente). Pero Joyce murió a los cincuenta y nueve años, y quizá pueda argumentarse que no vivió lo suficiente para entrar en su etapa tardía (…) Tal vez Henry James también, cuyos últimos libros, dictados, están llenos de las frases más tortuosas de la literatura inglesa. Otros escritores, quizá la mayoría de los autores, me parecen bastante consecuentes de principio a fin: Fielding, Dickens, Nabokov, Conrad, Roth, Updike, colman los espacios en blanco. Beckett no, por supuesto, y en paralelo con el Bach tardío, piensa en Matisse tardío y sus escuetas y sinuosas figuras recortadas. Más despojadas, menos despojadas, lo mismo. Esas son las tres posibilidades; lo que equivale a decir que cada uno elige su propio camino. Goya dijo: “En pintura no hay normas”. ¿Hay normas en la vida del artista”. PA.

            “Siendo esquemáticos, podemos pensar que la vida del artista está dividida en dos o quizá tres fases. En la primera encuentras, o te planteas a ti mismo, una gran pregunta. En la segunda te esfuerzas por contestarla. Y luego, si vives lo bastante, llegas a la tercera fase, en la que esa gran pregunta te empieza a aburrir y necesitas buscar otras cosas”. JC.

            “Mientras que creo que en los años sesenta y hasta cierto punto en los setenta mucha gente joven se tomaba la poesía como la guía más fiable que existía para la vida. Me estoy refiriendo a gente joven de EE UU, pero lo mismo sucedía en Europa; de hecho, donde más pasaba era en Europa del Este. Hoy día, ¿quién tiene el poder de dar forma al alma de los jóvenes tal como lo hicieron Brodsky o Herbert o Enzensberger o (de forma menos clara) Ginsberg?
            Me da la impresión de que a finales de los setenta o principios de los ochenta pasó algo que provocó que las artes perdieran su papel protagonista de nuestra vida interior (…) Me da la sensación de que ni escritores ni artistas consiguieron en general salir airosos del desafío que sufrió su rol protagonista, y que ese fracaso nos ha hecho a todos más pobres”. JC.

            “Leer una página de Kleist es enfrentarse al hecho de que existe una Primera División de escritores, que tiene muy pocos miembros y en la que se juega a algo muy distinto a lo que se juega en la mucho más cómoda Segunda División a la que estamos acostumbrados: un juego mucho más difícil, más rápido, más inteligente y donde hay mucho más en liza”. JC.

            “Hay algo que quiero decir aquí sobre los novelistas y sus fuentes de inspiración, que es que la mitad del tiempo (¿la mayor parte del tiempo?) no les interesa explorar la esencia única e individual de su modelo, solamente robarle algún detalle o rasgo peculiar que resulte interesante y se pueda usar: la forma en que el pelo se le riza por encima de la oreja, su forma de pronunciar la palabra “¡Divino!” o la forma en que mete las puntas de los pies hacia dentro cuando camina”. JC.

            “A principios de junio, la New York Times Book Review publicó un artículo del novelista norteamericano Jonathan Franzen sobre el septuagésimo aniversario de la publicación de El hombre que amaba a los niños, de Christina Steed. En conjunto muy perspicaz y provechoso, pero empezaba con el siguiente párrafo, que encuentro muy extraño: “Existe una serie de razones por las cuales este verano no debe leerse El hombre que amaba a los niños. Es una novela, en primer lugar; y acaso no hemos llegado muy en secreto a una especie de acuerdo, hace uno, dos o tres años, de que las novelas pertenecen a la era de los periódicos y van por el mismo camino que la prensa solo que a mayor velocidad? Como suele decir un viejo amigo mío, profesor de inglés, las novelas constituyen una curiosa cuestión moral, en el sentido de que nos sentimos culpables por no leer más pero también por hacer algo tan frívolo como leerlas; ¿y no nos sentiríamos todos mejor si cargáramos con una culpa menos en este mundo?” PA.

            “Pero confieso que no tengo paciencia para la narrativa que no intenta algo que no se haya intentado ya, preferiblemente con el medio en sí”. JC.

            “Gran parte de la mecánica de la escritura de las novelas, tanto en el pasado como en el presente, consiste en poner información a disposición de los personajes o bien en ocultársela, en reunir a gente en la misma habitación o mantenerla separada. Si de repente todo el mundo tiene acceso a todo el mundo –es decir, acceso electrónico-, ¿qué pasa entonces con toda esa trama?”. JC.







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