Veo casi por
casualidad un llamado Gran Debate, que si es grande debe ser por la
escenografía y donde no hay la discusión deliberativa que el título del
programa enuncia, donde periodistas y políticos de medio pelo gritan y se
ofenden alternativamente sin ningún punto en común de acuerdo. Gritan tanto que
hay que conformarse con ver y mirar, escuchar es inútil. Si aguanto es porque
anuncian la figura política del día. Si exceptuamos la llamada a las emociones,
que de inmediato son aplaudidas por el público presente, y el insulto en forma
de grito cuya falta de vergüenza se comprende en relación a la remuneración que
la cadena les ofrece a mayor gloria del espectáculo, queda una especie de
discurso a piñón fijo, que parece el último invento de Google tras la traducción
automática, y cuyos mejores representantes son los políticos catalanes, de
entre los cuales los de IU y los del PSC lo bordan. Una catedrática de este último
partido parecía recién sacada del laboratorio de Google, con expresión tipo máscara
mortuoria incluida.
En cuanto a
periodistas -y escritores- es imposible escucharles ya, aunque también
desgraciadamente leerlos en la prensa diaria tras las limpias que han hecho
estos últimos meses en sus plantillas, con la impresión de estar manteniendo una
discusión racional con ellos.
La figura política
del día es Oriol Junqueras, parte de cuyo éxito se debe a cómo sus
considerables proporciones se imponen en el escenario, que se maneja con un frío
desprecio hacia sus preguntadores, especialmente hacia el director de un periódico,
que no sabe donde esconderse y que es el vivo ejemplo de que la enseñanza en
los colegio de pago de los que el director alardea no ha bastado para
aliviarnos de la presencia de los hombres mediocres en este tiempo. He oído hablar a los tertulianos madrileños de la inteligencia del tal Oriol, uno de los pocos políticos con tesis, siempre con un miedo admirativo, confundiéndola,
sin duda, con un rasgo de personalidad o acaso con un hueco de carácter, si no
son la misma cosa, una especie de discurso templado, pues es bien sabido que la
principal virtud de la inteligencia, sobre todo en política, es la adaptación a
la realidad, virtud de la que este hombre carece, como demuestra en lo que dice
y hace. No es extraño que destaque en medio del griterío en que se ha
convertido el tablero de la política y el periodismo. Por lo menos acomoda el
habla al respirar, sin atragantase ni enrojecer, pero esa es, como digo, una
cualidad que no ha forjado su voluntad.
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