domingo, 2 de diciembre de 2012

Mejor quedarse mudo



            Como la primera vez. La primera vez de cualquier cosa: abrir los ojos, bajar del autocar, oír lo inesperado, degustar, rozar con la piel, tocar una mejilla, poner pie a tierra. Y aún así, cuando se transcribe a otro lenguaje todos los adjetivos sobran, porque no se nos ocurren otras palabras que adjetivos, ristras de adjetivos usados, repetidos, ecos de otros ecos. Pero tampoco podemos callarnos, tenemos que ir y contarlo, no basta con mirar, contemplar en silencio, ni siquiera cuando estamos solos. Yo, ahora mismo, escribiendo, tratando de evitar los adjetivos y sin embargo convirtiendo cada frase, cada línea, en un adjetivo ya visto, ya usado, relamido, cursi, pues hemos hecho de la vida en común pura zalamería, contaminados por la mala televisión, por los peores películas, por libros que dejan en los dedos el rastro pegajoso del caramelo.


            Pero cómo disfrutar a solas, cómo no cantar al mundo conectado el momento de singularidad que uno está viviendo, el momento auténtico del mundo no hollado por pie alguno antes de que nosotros llegáramos. Pero nunca estamos solos, ni en el lugar más remoto, y siempre deseamos decir que hemos vivido un momento glorioso, sea el que sea, el momento inédito que tantos como nosotros han visto u oído o vivido, creyendo, simulando, que lo estamos disfrutando por vez primera.


            Para la naturaleza no es la primera vez, nunca lo es, si tuviese memoria se moriría de vergüenza por tanta repetición. Tampoco para los hombres, que aunque tenemos un poco más de memoria, olvidamos lo justo para no hacer de cada paso un traspiés.

Mejor sería quedarse mudo.

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