La proximidad de las fiestas que se avecinan cambia la
perspectiva de las cosas. Liberado de las rutinas, camino como un viajero sin
obligaciones. Hombre de paso, veo a los demás con ojos curiosos, estoy más
dispuesto a hablar, a dejarme seducir.
Se me va pasando el cabreo de la jugarreta que la
administración nos ha hecho, no sólo nos quita la paga extra, sino también nos
descuenta el irpf de lo que no nos ha pagado. Hay un conformismo que no acabo
de comprender, como si todo fuese admisible. Parece que sólo hay un medio de conseguir dinero, del sueldo fijo, de la nómina mensual. Aceptamos el chantaje: tenéis trabajo, eso hoy día es un
privilegio, así que callad.
Un conformismo también cultural, reacios a aceptar
novedades verdaderas, conformados con ese tipo de productos revestidos de
calidad, pero rutinarios.
La
Vida de Pi, por ejemplo. Hay dos tipos de artistas,
en realidad artesanos, que tienen éxito estos días, aquellos que quieren
deslumbrar con sus artimañas y aquellos otros que le dan al lector o al espectador
lo que este espera. En el primer caso está por ejemplo el escritor Yann Martel,
cuya novela da pie al guión de La
Vida de Pi. Una escritura ingeniosa, que se basa
en los juegos del lenguaje, en los golpes de efecto inesperados, o en
deducciones que parecen hallazgos que el lector no espera. Por ejemplo, el origen del nombre propio del protagonista, Pi, que se lleva una minutada, cómico, ingenioso, vacío. La peli de Ang Lee
opta más bien por complacer al espectador, le da aquello a lo que las factorías
de Hollywood le han acostumbrado. Planos limpísimos, sin una arruga, colores,
escenografías de una brillantez sólo posible gracias a la imagen digitalizada y
una historia deglutida para que un niño de cinco años pueda comprenderla. Puro
chisporroteo técnico. Lleva al espectador a la infancia, nada que ver con las
complejas historias de los Hermanos Grimm o los cuentos de Andersen. El debate
moral tiene el espesor de un vidrio traslúcido. En los cuentos infantiles de
antaño había miedo, pesadillas nocturnas, angustia, imágenes, palabras, hechos
que volvían a la mente del niño una y otra vez intentando comprender aquello
que le desasosegaba. En este tipo de pelis no hay nada de eso, son productos para
personas que viven en un mundo bidimensional, como recortables pegados en un
paisaje plano.
Porque La vida de Pi es un cuento, el cuento de un joven
que naufraga en medio del Pacífico junto un tigre de Bengala, pero un cuento de
Hollywood. Quizá a los críticos cinematográficos les ha gustado tanto, hasta el ditirambo, por la maestría técnica, pero a mí lo que me gusta no es que me deslumbren ni que
hagan brotar mis emociones más fáciles, yo quiero ver en el cine trozos de vida
y eso ahí no está. Quizá estaba en la historia alternativa que nos cuentan al
final, pero esa historia no sale en la peli, sólo es una breve narración cuyas
imágenes se nos hurtan o han sido desechadas para transmutarla en una fantasía blanca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario