
No domino
yo el tema de las series españolas. He visto capítulos sueltos de algunas,
catalanas y españolas, y siempre me han parecido muy de andar por casa; chistecitos
sueltos, buenas intenciones y malos actores en general. Por eso, la gratísima
sorpresa de Isabel, la serie de RTVE cuyo último capítulo acaban de
pasar. Para quien no la haya visto, no hay problema, se puede ver con buena
calidad desde la propia página de televisión a la carta.
Hay quien
se queja de las libertades que se toman los guionistas –no tantas-, de las
forzadas vistas de castillos, palacios y perspectivas ciudadanas de Segovia, Arévalo,
Valladolid, Medina y demás ciudades castellanas –que comparen presupuesto con
las series americanas-, de los actores, del excesivo peso de la ficción frente
a la fea realidad de los tiempos históricos. A mi me ha parecido una serie
espléndida que espero que tenga continuidad, no sólo que den continuidad a esta
serie en nuevas temporadas, sino que hurguen en nuestra historia porque será la
historia de nunca acabar. Hay un filón enorme en nuestro pasado, más allá de la
reiteración de las historias de la guerra civil, tan manidas, tan decantadas,
tan obsesivamente ideologizadas.
Chapeau
para los guionistas, porque han conseguido trabar el respeto a la historia con el interés
dramático, sin dejar de ser veraces en lo esencial y apasionantes en la trama dramática. Y mira que era fácil caer en la hagiografía, en el
costumbrismo, en la facilidad; al contrario, nos han contado una historia de
pasiones políticas, familiares y sexuales con la crudeza de los tiempos donde
se mezclaban el poder, la religión, la corrupción, la fiereza, el sexo y hasta
el amor.
Los
decorados son limitados, a tono con el magro presupuesto, pero verosímiles,
como el vestuario, el maquillaje o la ambientación. A mí me han bastado para
meterme en la historia. Es verdad que he echado en falta escenarios más amplios,
batallas, combates, la cruda vida del pueblo. Demasiado para una serie española,
pero he visto otras series inglesas y americanas y esta no desmerece. Los
actores, salvo excepciones, han estado magníficos, como pocas veces se ve a los
actores españoles, quizá es que están madurando: el que hace de Enrique IV ha
sido un descubrimiento –genial-, como los que hacen del obispo Carrillo o de Juan
Pacheco. Queda patente el esmero por aproximarse al lenguaje de la época, la
dicción es cuidadosa y aunque se toman licencias, el oído cree, con todas las
artimañas que permite la ficción, que asiste en directo a las pláticas de una
corte de finales del XV.
Es de
agradecer que la serie haya tenido un gran seguimiento, eso puede inducir a que
los productores sigan en el empeño y a que busquen más relatos de este tipo. Los autores clásicos españoles no
abundaron en nuestra historia, nunca es demasiado tarde. Es posible que Fernando e Isabel estén algo
edulcorados, pero la construcción de los personajes secundarios ha sido
ejemplar: además de Carrillo y Pacheco, Beltrán de la Cueva, Pedro Girón, Fonseca, los Mendoza o la bella Juana de Avis. La envidia ante las obras de Shakespeare puede remitir.
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