jueves, 6 de diciembre de 2012

Desiderata



Celebro que Rajoy en aras de refrendar su legitimidad se presente delante de los españoles y les aclare por qué es más útil para el país tapar los agujeros de la banca que revalorizar las pensiones.

Celebro que el ministro Guindos y sus hombres en aras de iluminar hasta el último rincón de la irracionalidad económica aclaren a los españoles por qué es más útil para el país mantener las subvenciones a las eléctricas y no dejar caer a los bancos y sociedades inmobiliarias quebrados que seguir afrontando los gastos de la ley de dependencia.

         "De modo que los ciudadanos merecen una explicación a la altura del dinero que ponen. Salvar a los bancos (no a los banqueros) conviene para evitar pánicos financieros, la crisis del sistema de pagos (que circula por vía bancaria), la de creación de dinero (los bancos lo crean al conceder créditos) y la financiación de la economía real. Pero la factura es tan desmesurada que deben correr parejas la transparencia en cada paso; la garantía de que no se produzcan favoritismos ni distorsiones a la competencia; y la expectativa razonable de que el Tesoro recuperará el grueso de ayudas y préstamos al final de la operación. ¿Cómo? Ojalá mediante el compromiso formal de los bancos salvados, los sólidos y los mediopensionsitas de devolver los apoyos, aunque sea en cómodos plazos mediante, por ejemplo, el Fondo de Garantía de Depósitos. Si no, ganan los demagogos: es el pobre quien subvenciona al rico".
Celebro que los accionistas y presentadoras de la Sexta renuncien a un 10 por ciento de sus dividendos y de sus salarios para ofrecerlos a los colectivos de desfavorecidos a tono con su forma emocional de presentar las noticias.

Celebro que los jóvenes cachorros del PSOE, para recuperar la confianza de los electores, al mismo tiempo que piden perdón, vídeo mediante, por la reducción del gasto en políticas sociales, en la agonizante etapa ZP, reconozcan haber disparado anteriormente el gasto, el déficit y la deuda y con ello hacer imposible el mantenimiento de las prestaciones básicas del Estado del Bienestar.

Celebro que Artur Mas y sus compañeros de aventura se empeñen en seguir como si nada hubiese pasado, porque es de cobardes cejar en el empeño cuando el camino de rosas se torna empinada y abrupta cuesta.

Celebro que el PSOE, junto con la educación laica y la educación pública, defienda el uso del castellano como lengua vehicular en todos los territorios de España, a la par que la lengua propia de las comunidades bilingües, a tono con la defensa del principio de igualdad y no discriminación con el tesón que siempre le ha caracterizado.

Celebro que los ciudadanos de izquierda, no contaminados por el fervor, se bajen de la demagogia antibancos y antirrecortes –esa danza ebria sobre el ataúd del sistema económico del país-, conscientes de la urgencia de exigir responsabilidades por la mala gestión financiera de políticos y empresarios y pidan comisiones de investigación y procesos para depurarlas y perseguir a los corruptos.

Celebro la opinión mesurada del país, no decantada hacia uno de los bandos en el conflicto palestino israelí, capaz de escuchar las razones de uno y otro y presione, en consecuencia, hacia una solución justa.

Celebro el buen tino y responsabilidad de los denunciados por corrupción como los empresarios Díaz Ferrán y De cabo, el alcalde Bustos de Sabadell y los gestores del Palau al poner de inmediato en claro sus cuentas y devolver al Estado lo que es suyo, lo que ilegalmente se habían apropiado.

Celebro que la izquierda plural y los nacionalistas celebren la Constitución porque aún discrepando con alguna de sus partes o con su totalidad comprenden que es el marco de su propia reforma o de sustitución.
La Constitución de 1978 es el frontispicio armónico que remansa un prolongado período histórico de confrontaciones y es a la vez un resumen nítido de las concordias posibles. A diferencia de ocasiones precedentes, no fue una tregua sino una paz generosa. Esa prosa constitucional contiene una ilustrada pasión de convivencia en la diversidad. Antes de hablar de la Constitución hay que lavarse las manos”. Valentí Puig.


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