¿Basta una
buena idea para hacer una buena película? Y no es que la idea de Leos Carax para
su Holy Motors sea totalmente novedosa, hemos visto algo parecido muchas
veces. Lo más cercano que recuerdo sea quizá aquella El show de Truman en
la que Peter Weir hacía vivir a Jim Carrey en un plató de televisión desde su
mismo nacimiento. El protagonista de Holy Motors vive en un mundo de
ficción, hecho a la medida para él. Asistimos a una jornada en la que se le
preparan una serie de escenografías en la que él es el protagonista absoluto: para
cada una de las cuales se disfraza convenientemente dentro de una limusine –hace poco
veíamos otra limusine en el centro de la acción, en Cosmópolis- que le
sirve de camerino y donde se resguarda entre actuación y actuación. A lo largo
de la jornada es un consumado bailarín, un pobre de solemnidad, un asesino, un
monstruo, un abuelo moribundo, un padre incapaz de consolar a su hija, un
amante desdichado. Lo vemos al comienzo del día saliendo de una lujosa
residencia, despidiéndose de su familia y cuando el día se consuma, entrando en
otra casa diferente donde le espera una esposa inesperada. Todos sus actos, su
vida entera, es representación, nada queda a la improvisación, la vida real ha
desaparecido, ni un resquicio queda para la espontaneidad. Como digo, esa idea
está repetida en el cine y en la literatura: se me ocurre, por ejemplo, la
novela La invención de Morel de Bioy Casares. Aunque quizá lo que Leos
Carax busque esté más cerca de la ingenuidad de los escenarios e
interpretaciones de los comienzos del cine, en especial del cine francés, de Georges
Melies, o de la la forma de entender el cine de George Franju.
¿Cuál es el
resultado de esta tan original como pretenciosa película? Al principio asisto
expectante, me intriga este personaje que vive tantas vidas en una, quiero
descubrir su juego, adónde va, el del personaje y el del director, aunque
pronto, cuando veo que quizá eso no sea lo importante, que es igual lo que
quiera decir, el misterio se desvanece porque no lo hay, no hay nada más allá
del juego de la representación, más allá del hombre que se disfraza, nada que no
supiéramos, nada que nos desvele nuestro propio misterio, si es que existe, la
peli se vuelve decepcionante, a pesar de su final que a otros ha sorprendido y
a mí me ha dejado frío.
La peli
está llena de referencias a la historia del cine, sobre todo del francés. Como
cuando la peli arranca con el prota abriendo la pared de un bosque pintada en
su habitación para acceder a una sala de cine con espectadores inmóviles desde
donde comienza lo que quiere contar, como en la peli de Jean Renoir. A alguien
le puede interesar la presencia de Eva Mendes –una muñeca de plástico
arrebatada en un cementerio- o la de Kylie Minogue y que encima cante; aunque la
interpretación a destacar es la del protagonista Denis Lavant, un prodigio de
transformismo.
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