viernes, 7 de diciembre de 2012

Holy Motors




            ¿Basta una buena idea para hacer una buena película? Y no es que la idea de Leos Carax para su Holy Motors sea totalmente novedosa, hemos visto algo parecido muchas veces. Lo más cercano que recuerdo sea quizá aquella El show de Truman en la que Peter Weir hacía vivir a Jim Carrey en un plató de televisión desde su mismo nacimiento. El protagonista de Holy Motors vive en un mundo de ficción, hecho a la medida para él. Asistimos a una jornada en la que se le preparan una serie de escenografías en la que él es el protagonista absoluto: para cada una de las cuales se disfraza convenientemente dentro de una limusine –hace poco veíamos otra limusine en el centro de la acción, en Cosmópolis- que le sirve de camerino y donde se resguarda entre actuación y actuación. A lo largo de la jornada es un consumado bailarín, un pobre de solemnidad, un asesino, un monstruo, un abuelo moribundo, un padre incapaz de consolar a su hija, un amante desdichado. Lo vemos al comienzo del día saliendo de una lujosa residencia, despidiéndose de su familia y cuando el día se consuma, entrando en otra casa diferente donde le espera una esposa inesperada. Todos sus actos, su vida entera, es representación, nada queda a la improvisación, la vida real ha desaparecido, ni un resquicio queda para la espontaneidad. Como digo, esa idea está repetida en el cine y en la literatura: se me ocurre, por ejemplo, la novela La invención de Morel de Bioy Casares. Aunque quizá lo que Leos Carax busque esté más cerca de la ingenuidad de los escenarios e interpretaciones de los comienzos del cine, en especial del cine francés, de Georges Melies, o de la la forma de entender el cine de George Franju.

            ¿Cuál es el resultado de esta tan original como pretenciosa película? Al principio asisto expectante, me intriga este personaje que vive tantas vidas en una, quiero descubrir su juego, adónde va, el del personaje y el del director, aunque pronto, cuando veo que quizá eso no sea lo importante, que es igual lo que quiera decir, el misterio se desvanece porque no lo hay, no hay nada más allá del juego de la representación, más allá del hombre que se disfraza, nada que no supiéramos, nada que nos desvele nuestro propio misterio, si es que existe, la peli se vuelve decepcionante, a pesar de su final que a otros ha sorprendido y a mí me ha dejado frío.

            La peli está llena de referencias a la historia del cine, sobre todo del francés. Como cuando la peli arranca con el prota abriendo la pared de un bosque pintada en su habitación para acceder a una sala de cine con espectadores inmóviles desde donde comienza lo que quiere contar, como en la peli de Jean Renoir. A alguien le puede interesar la presencia de Eva Mendes –una muñeca de plástico arrebatada en un cementerio- o la de Kylie Minogue y que encima cante; aunque la interpretación a destacar es la del protagonista Denis Lavant, un prodigio de transformismo.

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