viernes, 2 de noviembre de 2012

Ourense


        ¿De qué son figura estas ciudades pequeñas, del tiempo detenido o del que nos espera?. Las plazas y las calles están limpias, los hombres pasean y charlan o se sientan en una terraza, apenas resguardada de la lenta lluvia que parece aquí ser tan vieja como los muros, como el verdín que los recubre. Todo sucede fuera del tiempo, no se agitan los relojes, ni las campanas. Hace unas décadas esta plaza de la catedral estaba llena de coches y de su ruido, de sus humos golfos, del comercio atolondrado. Claro que hay chicos y chicas con sus  guasaps en la mano, ¡a saber que ofrecerá el paisaje tecnológico si añadimos las décadas perdidas del coche a las décadas que faltan del móvil! Pero algo no cuadra en la paciencia del tiempo, no parece que sea un tiempo presente, no al menos el mismo que se vive en la gran ciudad o en la mediana, alborotadas, tomadas por la angustia, la desesperación o la incongruencia.


         De esa dislocación temporal dos cosas me llaman la atención en Ourense -lo pondré así para añadir algo de ruido a esta pacífica ciudad-, un cartel de la pasada campaña electoral. Me sorprende que tantos votantes se hayan unido a programa tan escueto, con resonancias tan antiguas como poco simpáticas, tan agresivo, que vayan con él, con el cartel, al callejón de la tapia donde nada bueno sucede o al menos donde nada bueno sucedió en el pasado. Hai que paralos!


         La segunda cosa, As Burgas, la emergencia de agua caliente en medio de la ciudad, un lujo romano que perdura: qué agradable sorpresa ver a los hombres quietos, agazapados en el agua caliente, charlando, desnudos en el estanque, ajenos, displicentes con el turista sorprendido.

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