jueves, 15 de noviembre de 2012

La tristeza del nacionalista



            La insondable – y tediosa- tristeza del nacionalista no tiene fin. A bote pronto cabría exclamar ¡Que se vayan! ¿Pero adónde habrían de irse? ¿A Cataluña? Como si fuese suya. Ellos lo creen con una credulidad forjada a fuego y sangre –imaginarios, claro está-, pero Cataluña, como cualquier territorio no es suyo ni de nadie; han nacido y morirán allí, o en otro sitio, y vendrá más gente a la que el territorio tampoco le pertenecerá. En Cataluña, junto a ellos, con ellos, a su lado, viven muchos más que no son nacionalistas, no pueden por tanto irse y quedarse a solas con una tierra que no les pertenece. Así que no queda otra que convivir con ellos y su enfermedad, una enfermedad de difícil cura.

            Un grupo de intelectuales se ofreció como alfombra para que los abruptos –y lastimeros -nacionalistas pudiesen pasar a uno u otro lado de la imaginaria frontera sin mancharse los zapatos, y el nacionalista tristón –uno que ha estado al mando- les responde así
            “Los puentes, simplemente, están dinamitados. Ahora va a ser muy complicado reconstruirlos. Y tú y los firmantes del Manifiesto deberíais ser conscientes de hasta qué punto para ello la pelota está en el campo de España, y de que, si de verdad desea reconstruirlos, debería moverse rápido, con una valentía muy superior a la mostrada hasta ahora y tratando de superar de forma radical prejuicios que me temo están instalados muy en el fondo del alma española, que es más propensa a la imposición que no al pacto y a la aceptación de la diversidad.
 No os engañéis, los nacionalistas radicales no están solo en un lado. No os engañéis, el nacionalismo que hasta hoy ha hecho imposible que en España se pudiera vivir en concordia aceptando su diversidad nacional, no es el nacionalismo catalán, sino el nacionalismo español. Y no os engañéis, no son solo los nacionalistas radicales catalanes los que han protagonizado esta corriente de fondo que nos ha llevado hasta aquí. Son muchos, muchísimos, los catalanes que están muy decepcionados y disgustados, y muy alejados afectivamente ahora mismo del resto de España.
 Y también somos muchos los catalanes que tenemos la impresión de que lo hemos dado todo, y más, para dialogar y pactar, y que al final siempre han sido las instituciones del Estado español las que nos han cerrado la puerta en las narices”. 
            Con lo fácil que sería hablar de números.

Otro triste les responde de esta manera:

"Habría querido titular este artículo ‘Carta a un amigo español’, en referencia a unos conocidos textos de Albert Camus; pero entre los intelectuales y adheridos que habéis firmado el manifiesto de El País no hay ninguno que un catalán pueda sinceramente denominar amigo".
Yo prefiero este manifiesto, en inmejorable compañía.


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