miércoles, 14 de noviembre de 2012

La hipótesis del odio (La herida de Spinoza)


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           ¿Cuál es la hipótesis de Vicente Serrano (VS) sobre la infelicidad contemporánea?

           Hume había advertido de que el ansia de adquirir bienes y posesiones es destructora, Kant, del amor a sí mismo que convierte a los demás en medios. Benjamin había dicho: “Hay que ver en el capitalismo una religión. Es decir, el capitalismo sirve esencialmente a la satisfacción de las mismas preocupaciones, penas e inquietudes a las que daban antiguamente respuesta las denominadas religiones” Pero VS (La herida de Spinoza) da un paso más: El capitalismo es capaz de abarcar todos los aspectos de la vida afectiva, pero no es como la religión, su sustituto, no tiene una función análoga, más bien se trata de un poder total, como en los fascismos y socialismos, aunque a diferencia de estos no necesita el terror permanente para “apoderarse de la totalidad de la vida” (Lyotard).

            La esperanza y el miedo eran los instrumentos básicos, según Spinoza, las herramientas de la política para obtener la obediencia, pero ¿lo son también en la época del dominio del liberalismo? Hay que hablar de biopolítica. La omnipotencia en el capitalismo está en su estructura profunda. Hay una estructura superficial donde conviven las diversas ideologías, la multiplicidad, el mercado, pero por debajo hay una estructura profunda, invisible, la nueva realidad que sustituye a la religión, que puede prescindir de las ideologías, que coloniza la vida, los afectos. ¿De qué se trata? Del odio, la tendencia oculta a la destrucción. En el liberalismo, “La soberanía no está en la soberanía edulcorada: pueblo, raza, destino…, sino en el deseo de omnipotencia”. El mundo moderno fue construido con la ilustración, y antes desde el Saber es poder de Bacon; o desde lo real es racional de Hegel; la verdad es igual a poder. 

            La modernidad produce la disociación entre progreso y naturaleza (ya sólo huella, recuerdo, melancolía), entre moral y felicidad (que obedece a un deseo que carece de límites, el deseo hacia el infinito de la omnipotencia). En el mundo antiguo la bondad estaba depositada en la naturaleza. La naturaleza imponía el límite. Para los modernos, el dolor y la muerte son límites inaceptables. El mundo moderno nace como rechazo del límite, como necesidad de separar el límite de la omnipotencia del deseo, mira con condescendencia hacia el estoicismo, hacia lo antiguo, hacia su conformismo natural. La modernidad instaura una antropología articulada en torno a la voluntad de poder, al constante incremento de poder.

            Si la hipótesis de Serrano es correcta –y de una hipótesis se trata y así lo manifiesta una y otra vez en su libro- si es el odio, aunque esté enmascarado, el que rige nuestras acciones y nuestros deseos, ¿cuál es nuestro horizonte moral, el límite a la omnipotencia?

            La angustia contemporánea deriva del conocimiento inadecuado de nuestra propia condición: “la paradójica condición de un ser limitado cuya pretensión es lo ilimitado”. Pero no puede haber felicidad sin el reconocimiento del límite. “Sólo el reconocimiento de la finitud es lo que da sentido a la búsqueda de la felicidad”, para Spinoza, “un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte”.

            La idea de biopolítica deriva de Carl Schmitt, de filiación ideológica nazi, cuando contemplaba la modernidad desde el punto de vista del poder, desde la dialéctica amigo/enemigo: “La capacidad de decisión no conoce otro límite que su propia condición de soberano”, y de autores modernos como Foucault, Agamben o Esposito. La biopolítica es el mecanismo mediante el cual la política somete a la vida, también a la vida afectiva. De ahí deriva su hipótesis: el odio sería “el principio rector vigilante e interior de cada conciencia que guía las conductas y que pretende constituir el principio ético básico de las sociedades occidentales”. 

            La posmodernidad es la pérdida de la fe en los grandes relatos. Terminado el horizonte de la naturaleza (romanticismo), la biopolítica –la época del descreimiento- inicia su expansión viral. Las ideologías y la religión no serían más que grandes relatos que se sostienen por la fe, fe que la posmodernidad habría perdido. Escepticismo, o creencia inocente, fe de cristal, que no se ve  a sí misma. Salvo en el terror. Sólo el terror permite ver ese relato. Dice VS: “Salvo cuando el cristal se ensucia, por ejemplo con la violencia y la muerte, como ha ocurrido y seguirá ocurriendo tantas veces. El terror es entonces lo único que permite ver el relato”. El terror está siempre asociado a la voluntad de poder y a la omnipotencia en acción. “Pero cuando el cristal no se empaña o no se ensucia y deja ver su consistencia como afecto básico, entonces puede gobernar todo lo demás, es compatible con todos ellos”.

            El discurso de los Derechos Humanos, y con él la noción de solidaridad, está condenado al fracaso, según VS, porque son expresiones superficiales de la estructura profunda tejida en el odio fundamental. Del mismo modo el amor ya no está representado como aspiración a la unidad o a la naturaleza sino como fuerza que te atrapa, el amor aparece “como un armazón al que subyace la violencia, como un territorio de lucha por el poder, como un territorio donde la lucha por el poder se hace más cruda”. El reconocimiento del otro sólo es posible si no resta nada a la omnipotencia, el amor sólo es posible si es “compatible con ese odio estructural básico y subordinado a él”. “En un universo en el que lo que prima es la lucha por el poder, el amor sólo puede tolerarse si alimenta las relaciones de poder o al menos si no las daña ni un ápice”. 

            Entonces, ¿cómo contrarrestar el sentimiento de omnipotencia que es un sentimiento destructivo? VS alude al sentimiento de amor intelectual a Dios o la Naturaleza de Spinoza, el reconocimiento de que ese afecto es el único afecto que permite pensar la felicidad en el mundo moderno, el que permite la resistencia al poder cuando este se representa omnipotente. Ese amor es el vínculo universal, el afecto que debe dominar a los demás si hemos de considerar la posibilidad de una vida feliz: la vida afectiva no puede estar regida por la negación de todo límite.

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