jueves, 22 de noviembre de 2012

La parte de los ángeles


            Con las pelis de Ken Loach me pasa lo mismo que con las últimas novelas de Philip Roth, un ejemplo, parece que la última sea una variante no muy diferente de la anterior. No me desagradan las unas y las otras, reconozco ese mundo, a sus personajes, con alguno de ellos me identifico, empatizo, parece que, en algunos casos, me describen a mí mismo, sin embargo no me dejan del todo satisfecho, les falta algo, no para que sean obras maestras, sino para que me entusiasmen, para que me enciendan, que eso es lo que espero de una obra de arte, de un autor que lo ha conseguido en otras ocasiones.

            En esta, La parte de los ángeles, también falta la emoción que promete el título, la parte que se evapora en las barricas del güisqui que madura y que va directa hacia los ángeles. La historia va de delincuentes juveniles en fase de recuperación que hacen lo que pueden para reincorporarse a la normalidad pero que lo tienen difícil ante las tentaciones transgresoras que aparecen y ante la falta de oportunidades de redención y de trabajo. La sociedad que Loach nos presenta es una sociedad rousseauniana donde todos son buenas personas y es la circunstancia, ya se sabe, la que les embrutece o encanalla. Siempre hay un pobre hombre, un buenazo, que no tiene nada pero que está dispuesto a echar una mano a los que están peor que él. Está el protagonista, un joven padre sin trabajo, en situación límite: sobre el pende la amenaza de la cárcel, el ultimátum de su novia y la amenaza de la familia de la novia, y está la rendija, la casi inverosímil oportunidad que se le presenta para escapar del arroyo: su inesperada cualidad para olisquear el aroma del güisqui viejo. Y junto a él una tropilla de desheredados que arrastran dolencias, torpezas y enfermedades físicas y morales. Eso sí todos buenos, aunque nunca se nos muestre el lado malo, ese por el que han comparecido delante de un juez y por el que están prestando servicios a la comunidad.

            Como siempre, el drama se presenta bajo los ropajes de la comedia, sonrisas y lágrimas, y compromiso con una realidad difícil. Loach, como siempre, consigue que sus actores nada conocidos lo borden, que la peli discurra ágil y entretenida, que te pongas del lado de sus personajes. Y como siempre, lo más discutible es el guión, algo maniqueo, no demasiado trabajado pero, eso sí, con inmejorables intenciones. Seguiré viendo las próximas pelis de Ken Loach, aunque, ay, ya no la siguiente novela de Philip Roth, pues el escritor americano ha anunciado que se acabó, que ha dejado de escribir.



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