martes, 20 de noviembre de 2012

¿A quién pertenece Cataluña?


Reflexionando sobre la secesión:
             “La vida política en nuestras democracias occidentales se desenvuelve en un gran esquematismo. El ciudadano emite un voto como apoyo a un partido que ha formulado un puñado de promesas, que probablemente se incumplan, y ¡hasta dentro de cuatro años! O se le plantea una sola pregunta para resolver cuestiones de gran trascendencia, que resumen siglos de historia. Los referendos no suelen ser expresión de salud democrática pues inhiben el debate. Si se adopta esta forma de consulta no hay que escamotear la discusión sobre la pregunta, ya que esta se convierte en la sustancia misma del debate. Una pregunta clara, simple, explícita y aceptable para todas las partes implicadas es la primera responsabilidad de los que convoquen un referéndum”. (José Antonio Millán, lingüista).
             “Sabido es que el asunto de las identidades nacionales ha conmovido siempre la historia de los pueblos, y esa historia, vista a la luz de la experiencia del siglo XX, arroja graves interrogantes que obligan a considerar un punto de vista que pide paso. Me refiero al que señala Hannah Arendt al final de Eichmann en Jerusalén. Aunque fue muy crítica con las formas de ese proceso, no se privó en la última página de formular su acusación: Eichmann y los suyos fueron reos de lesa humanidad porque llegaron a pensar que podían escoger con quién cohabitar la Tierra. Nadie tiene el poder de hacer tal elección porque aquellos con quienes cohabitamos la Tierra nos vienen dados antes de toda opción. Si lo hacemos, destruimos la condición de posibilidad de la vida política. Entiéndase bien: uno puede ir a vivir donde le plazca; lo que no puede es decidir que el vecino se vaya o poner un muro para ignorarle. La solemnidad y severidad de su juicio se entiende si tenemos en cuenta sus consecuencias: si esgrimimos el derecho a decidir quién sea nuestro vecino, podemos volverle la espalda o quitarle de en medio si no nos gusta y podemos hacerlo”.
“No podemos plantearnos el tema de los nacionalismos sin tener en cuenta sus brutales resultados en el siglo XX y la violencia sobre la que se han construido. Lo que se nos está diciendo es que las generaciones siguientes, nosotros, no podemos plantearnos el tema de la cuestión nacional sin tener en cuenta la experiencia de la barbarie”. (Reyes Mate, filósofo).
            "El llamado “derecho a decidir” de Cataluña es todo menos un concepto con el que pueda convenirse; es un pseudoconcepto, un término borroso con el que los nacionalistas gustan de esconder las aristas más hirientes de su propuesta. Secesión e independencia son palabras “malas”, asustan al elector medio; soberanía o derecho a decidir son palabras “buenas”. Y el debate político está dominado por una regla de oro: hacer acopio de las palabras buenas para la posición propia. Cuando se celebró el referéndum quebequés en 1998 los estudios sociológicos mostraban que el apoyo a la propuesta separatista bajaba 20 puntos si se utilizaba el término “independencia” en lugar de “soberanía”. Probablemente sucedería lo mismo si en vez de “decidir” se hablase de “separarse”.
La sociedad catalana está legitimada para decidir si, al final, prefiere “remar ella sola” separada de la española, como ya dijo Manuel Azaña. Pero no puede decidir cómo y con qué condiciones se queda en España si tales condiciones están fuera de nuestra Constitución, porque eso es algo que sólo el conjunto de esa sociedad que denominamos España puede decidir. Por eso, la trampa del pseudoconcepto está no tanto en lo que dice como en lo que calla: lo relevante de ese “derecho a decidir” no es el contenido sino el cómo: ¿decidir solos los catalanes o decidir conjuntamente con todos los españoles? ¿Derecho unilateral o derecho compartido? Esa es la cuestión que hay que tener clara y sobre la que convendría hacer un poco de pedagogía constitucional (…).
El derecho a modificar o no la Constitución para ampliar o no las posibilidades y grados de autogobierno, a construir o no una federación más asimétrica que la actual, es un derecho del conjunto de los ciudadanos españoles. No sólo porque ellos son el soberano, sino porque es de pura lógica conceptual y funcional.
En los momentos que vivimos es bastante inútil, en mi opinión, intentar hablar de realidades o historia con los catalanes, porque su sensibilidad está sobreexcitada y en carne viva. Mejor por ello intentar razonar en torno a los procedimientos que caben para dar cauce a sus peticiones, así como los que no caben por carecer de la mínima claridad y precisión exigible a un procedimiento. Y el derecho a decidir, tomado así en bruto, es uno de los más imprecisos y borrosos que pueden imaginarse. Claridad, por favor. (José María Ruiz Soroa, abogado).
          “Un pensador francés más que relevante y uno de los mejores exponentes de la lucha por la democracia en su país, Raymond Aron, escribió hacia 1950 un magistral libro de reflexiones (Penser la liberté, penser la démocratie, Gallimard, 2005) en el que definía los principios esenciales para que existiera la democracia. Los dos principales eran la legalidad y la libertad. La soberanía popular la dejaba algo de lado porque daba por hecho que tenía que estar presente pero, también, que esa soberanía podía dar lugar a regímenes totalitarios, fascistas o comunistas. La ley, igual para todos los ciudadanos, impide el uso arbitrario del poder. La libertad, es un concepto que incluye la moral, que es de cada individuo, pero tiene el límite de la legalidad. Para los griegos, para Platón, la corrupción de la democracia se producía cuando “el pueblo se sitúa por encima de las leyes”. (Agapito Ramos, abogado y Jorge M. Reverte, periodista y escritor).
"Si uno argumentaba contra las falacias de los agravios históricos o fiscales, contra las identidades milenarias, contra la inmersión lingüística que conculca el derecho a elegir ser educado en la lengua común, etcétera...siempre había un asno solemne para advertirnos de que estábamos “fabricando independentistas”. 
El problema es que, en este asunto, cuanto podamos decir será utilizado en nuestra contra. Por eso resulta tan pueril la pretensión de buscar cambios legislativos para conseguir que los catalanes “estén cómodos” en España. Los catalanes no nacionalistas están comodísimos en España, negocian con ella, viajan por ella como por su casa (que lo es), comparten sus triunfos deportivos o su música, etcétera… la critican y la encomian con total naturalidad. Incluso a muchos nacionalistas les pasa lo mismo. Otros, en cambio, ni están a gusto ni piensan estarlo próximamente porque su razón de ser ideológica consiste en gestionar tal disconformidad". (Fernando Savater).

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