“Había una pequeña aldea situada en la frontera entre Rusia y Polonia; nadie estaba muy seguro de a quién pertenecía. Un día se firmó un tratado especial y llegaron unos inspectores para trazar la frontera. En cuanto pusieron todo su material en una colina, algunos aldeanos se acercaron a ellos.
-Así que dónde estamos, en Rusia o en Polonia
-De acuerdo a nuestros cálculos, su aldea comienza exactamente a treinta y siete metros dentro de territorio polaco.
Los aldeanos se pusieron de inmediato a bailar y dar brincos de alegría.
-Pero ¿por qué? –preguntaron los topógrafos-. ¿Qué diferencia hay?
-¿No sabe lo que esto significa?. les respondieron-. ¡Significa que ya no tendremos que soportar nunca más uno de aquellos terribles inviernos rusos!
(Así recuerda el antropólogo David Graeber una historia que le contó su abuela).
Por qué
construir una nación nueva, por qué darle cuerpo en forma de Estado. ¿Tenemos
una deuda con ella que debemos resarcir? Si es así, a quién debemos sacrificar, qué o a quién debemos ofrecer como pago. Porque construir un Estado nuevo es costoso,
exige romper muchos jarrones y recaudar más para crear sus estructuras.
A uno y
otro lado se oye hablar de deudas, lo que el Estado español nos debe a cuenta
del expolio; la deuda que los catalanes habrán de asumir para constituirse como
Estado, que asumirán en el acto mismo de la separación. En realidad, todos los
estados son nacionalistas, todos exigen pagos, impuestos a cuenta de una deuda
general. Aunque todos buscan el modo de que sean otros quienes la paguen:
Madrid que nos pague lo que nos debe –incluso Andalucía habla de una deuda debida
por el Estado: "Aquí lo que se decía mucho mientras se endeudaba la cosa era: «Ya pagará España.»" -; los catalanes, a los que se les exige solidaridad con las
regiones más pobres. Pero, una vez lograda la independencia, quién pagará.
En estos
tiempos, el discurso público en cualquier ámbito rueda en torno de la deuda.
Pero muy pocos se ven como deudores, más bien cada cual quiere ponerse el
vistoso disfraz del acreedor que exige que se le pague lo que se le debe. Es decir, ¿contra quién se construirá la independencia catalana?
Donde mejor
se ve este delirio es en la ensoñación de un nuevo Estado: los que se apiñan,
como en el folclore de los Castells, para la construcción de la nación esperan
verse en el campo de los acreedores: un mundo feliz con pocos o ningún
impuesto, pensiones de jubilación más altas, donde las deudas serán perdonadas
y hasta los desahucios desaparecerán, rentas per cápita superiores a España y
por encima de la media europea. Por supuesto en ese mundo soñado otros serán
los que paguen los impuestos, como en las ciudades antiguas eran los
extranjeros, aquellos que no siendo naturales vivían en la Polis. Es la cuestión decisiva: ¿Quién asumirá en
Cataluña el papel de extranjero? ¿Sobre quién recaerán las cargas?

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