viernes, 23 de noviembre de 2012

Saldar la deuda


            “Había una pequeña aldea situada en la frontera entre Rusia y Polonia; nadie estaba muy seguro de a quién pertenecía.  Un día se firmó un tratado especial y llegaron unos inspectores para trazar la frontera. En cuanto pusieron todo su material en una colina, algunos aldeanos se acercaron a ellos.
            -Así que dónde estamos, en Rusia o en Polonia
            -De acuerdo  a nuestros cálculos, su aldea comienza exactamente a treinta y siete metros dentro de territorio polaco.
            Los aldeanos se pusieron de inmediato a bailar y dar brincos de alegría.
            -Pero ¿por qué? –preguntaron los topógrafos-. ¿Qué diferencia hay?
            -¿No sabe lo que esto significa?. les respondieron-. ¡Significa que ya no tendremos que soportar nunca más uno de aquellos terribles inviernos rusos!

            (Así recuerda el antropólogo David Graeber una historia que le contó su abuela).

            Por qué construir una nación nueva, por qué darle cuerpo en forma de Estado. ¿Tenemos una deuda con ella que debemos resarcir? Si es así, a quién debemos sacrificar, qué o a quién debemos ofrecer como pago. Porque construir un Estado nuevo es costoso, exige romper muchos jarrones y recaudar más para crear sus estructuras.

            A uno y otro lado se oye hablar de deudas, lo que el Estado español nos debe a cuenta del expolio; la deuda que los catalanes habrán de asumir para constituirse como Estado, que asumirán en el acto mismo de la separación. En realidad, todos los estados son nacionalistas, todos exigen pagos, impuestos a cuenta de una deuda general. Aunque todos buscan el modo de que sean otros quienes la paguen: Madrid que nos pague lo que nos debe –incluso Andalucía habla de una deuda debida por el Estado: "Aquí lo que se decía mucho mientras se endeudaba la cosa era: «Ya pagará España.»" -; los catalanes, a los que se les exige solidaridad con las regiones más pobres. Pero, una vez lograda la independencia, quién pagará.

            En estos tiempos, el discurso público en cualquier ámbito rueda en torno de la deuda. Pero muy pocos se ven como deudores, más bien cada cual quiere ponerse el vistoso disfraz del acreedor que exige que se le pague lo que se le debe. Es decir, ¿contra quién se construirá la independencia catalana?

            Donde mejor se ve este delirio es en la ensoñación de un nuevo Estado: los que se apiñan, como en el folclore de los Castells, para la construcción de la nación esperan verse en el campo de los acreedores: un mundo feliz con pocos o ningún impuesto, pensiones de jubilación más altas, donde las deudas serán perdonadas y hasta los desahucios desaparecerán, rentas per cápita superiores a España y por encima de la media europea. Por supuesto en ese mundo soñado otros serán los que paguen los impuestos, como en las ciudades antiguas eran los extranjeros, aquellos que no siendo naturales vivían en la Polis. Es la cuestión decisiva: ¿Quién asumirá en Cataluña el papel de extranjero? ¿Sobre quién recaerán las cargas?

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