No sólo somos un hatajo de genes mejor o peor agavillados,
también hemos ido a parar a un lugar en el que confluye una red de influencias.
Es la lotería de la vida. La mayor parte de la gente nunca ha pensado en ello,
bien porque su lucha por la subsistencia es tan premiosa que no tiene tiempo
para más, bien porque todo han sido facilidades y los afortunados no se paran a
pensar que la vida pueda ser otra cosa. Las novelistas no se han detenido ni en
los absolutamente desgraciados ni en los absolutamente felices, en general se
han ocupado de los que están en el medio, suelen contarnos –en las novelas más
vendidas-, el triunfo en la lucha por la vida, o el fracaso -en las novelas
literarias. La gran literatura, sea poesía o novela, suele complacerse en la
delectación del fracaso, hasta un estilo y una época entera hizo del fracaso su
gran tema, el romanticismo. La historia de la burguesía está asociada a esa
época y en sus ratos de divertimento le gusta que le recuerden que su vida
podía haber ido por otros derroteros. La ópera, la gran novela decimonónica, el
cine de la época clásica, las grandes sinfonías.
La vida que
pasa. Conocimiento y amor. De eso va Stoner. En algún momento la vida
penetra un cuerpo nacido de hombre y mujer y se echa a andar. No todos los
cuerpos penetrados por la vida adquieren la misma autoconsciencia ni son
capaces del mismo amor. Stoner se dedicó a la enseñanza porque era lo que tenía
más a mano, en algunas épocas fue un buen profesor, dedicado a la elevación de
sus alumnos, en otras no tanto. Su amor fue fluctuante, tuvo sus ocasiones y
las aprovechó a medias; durante un breve espacio de tiempo fue feliz, pero no
fue capaz de convertir la pasión que emana del amor en algo duradero. La vida
nunca fracasa, tiene su recorrido, un comienzo y un final, pero la línea que la
recorre es más o menos densa, su vibración es mayor o menor dependiendo de
muchas cosas. De los encuentros que nos depara la fortuna: la mujer de la que
nos enamoramos la primera vez, aunque el verdadero amor no es el primero, de la
mujer con quien nos casamos, del amor que creímos verdadero pero que fracasó;
de nuestros compañeros de viaje, de los grandes amigos de la juventud que
perdimos durante el camino, de los que renqueando hemos mantenido, de las
personas de las que ha dependido nuestra promoción, que han valorado lo que
hacíamos, de nuestros enemigos íntimos, cuyo carril ha discurrido paralelo al
nuestro, sin aflojar nunca la marcha; de nuestros hijos, a los que no hemos
podido moldear como hubiésemos querido, porque su constitución es distinta de
la nuestra, y su camino. Y de nuestro empeño, que no podemos controlar como nos
hubiese gustado o eso pensamos cuando echamos la vista atrás.
Eso es lo
que cuenta John Williams en Stoner. Sólo varían las circunstancias, el
país, la época, el idioma, pero la vida de Stoner puede ser la vida de cualquiera
de nosotros. Williams lo cuenta en el
idioma de la literatura, quizá algo relamido para los tiempos que corren,
publicada en 1970, con la habilidad de quien sabe cómo contar cuentos y que
además sabe otra cosa, que quien se acerca a la literatura quiere paladear miel
con regusto a acíbar, porque quien se acerca a la literatura no espera
encontrar otra cosa que la vida, reconocerse en el cuento, aprendiendo algunas
cosas más de las que ya sabía o no se atrevía a conocer, y esperando que al
leer siga vibrando en su interior la cuerda del amor. Y eso, asegura John
Williams dura hasta el final, hasta que se extingue la última luz.
Stoner es una maravillosa novela que cuenta la historia de un hombre fracasado, o fracasado a medias, con algunas muy pequeñas satisfacciones, que no hace nada para doblegar a su destino, o hace muy poco, un hombre que se complace en la humillación, de un hombre como cualquiera de nosotros que no planta cara como debiera.
Stoner es una maravillosa novela que cuenta la historia de un hombre fracasado, o fracasado a medias, con algunas muy pequeñas satisfacciones, que no hace nada para doblegar a su destino, o hace muy poco, un hombre que se complace en la humillación, de un hombre como cualquiera de nosotros que no planta cara como debiera.
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