sábado, 22 de septiembre de 2012

Hopper en el Tyssen II



            Hopper hace una selección deliberada de sus personajes, no nos los presenta como espectadores del Teatro Sheridan en mitad de una función, sino cuando todavía no ha comenzado, o cuando ya ha acabado y solitarios recogen sus pertenencias, o en medio del gran vestíbulo como figuras mínimas abandonadas mientras la masa está dentro. Un Friedrich que ha perdido el alma al ser trasplantado del cosmos amenazador al interior de una habitación de hotel.


           En la expo del Tyssen un vídeo pasa con rapidez las portadas que Hopper ilustró entre 1919 y 1921. Ahí está ya el hieratismo que no le abandonaría, las líneas rectas, los colores puros, el paisaje deshabitado, casas suburbiales en las que se adivina a hombres dentro. Junto a ese vídeo se ofrece un cuadro de Sickert, L’ennui, el aburrimiento, un interior burgués con objetos, que no creo que tenga que ver con Hopper. Esas personas tienen vida, en el mundo de Hopper no hay objetos, su referente es Munch. Tampoco creo que tenga que ver con los versos de Verlaine, que se ofrecen al lado de “Soir bleu”: “Un vaste et tendre/ apaisement/ semble descendre/ du firmamento/ que l’astre irise/ c’est l’heure exquise”. En Hopper no hay movimiento alguno, sólo hieratismo. En Soir bleu, de 1914, siete personajes sentados ante un fondo marino comparten mesa, pero nadie habla, miran al vacío –incluido el propio pintor figurando como un clown-; una cierta viveza aparece en uno de ellos, un marinero, pero al arrimarme veo que no es así, su mirada es igualmente estática, su expresión congelada.


            Hopper descubrió lo que se esperaba de él cuando pintaba las hermosísimas acuarelas de paisajes suburbanos, con casas aisladas que exhiben la ausencia del hombre, aunque no se puede mirar sin sospechar su presencia en algún recoveco.


            Tal, La casa junto a la vía del tren, 1925, que Hitchcock llevó a Picosis, que exhibe una doble presencia, -algo que H. aprendió en Velázquez-, la del interior adivinada, y la mía a este otro lado de las vías, desde donde miro, desde el punto de vista que H. me ofrece para mirar. En esas acuarelas de los años 20 está el gran Hopper, su mirada singular. Pero después, en las décadas que siguen alcanza el manierismo, se recrea en sus hallazgos, ilumina sus cuadros, amplía el tamaño, aprovecha la fama y vende: de Blackwell’s Island o El loop del puente de Manhattan, de 1928, a los grandes y famosos lienzos de los 50 y 60.


            El paso de la acuarela al óleo sobre lienzo marca el fin del artista Hopper. Veo por ejemplo la famosa Habitación de Hotel del Tyssen con otros ojos, como una impostura, pinta lo que se espera de él. Imita a Vermeer, imita a Munch (PubertadAtardecer, en el propia permanente del Tyssen ¿cómo no lo han visto?), se imita a sí mismo. Demasiados anocheceres (Anochecer en Pensilvania), demasiados amaneceres, demasiadas sombras y luces alargadas. Llaga el momento que copia hasta las ilustraciones que hizo para las revistas (Brisa en el mar, 1939). En los años 50 y 60 ofrece al inversor el pleno estilo Hopper, la marca registrada Hopper, el Hopper discípulo de sí mismo. Como a los escritores medianos, a los pintores también el éxito les nubla el entendimiento. Cuando un artista se vuelve popular pierde el alma. Así, los cuadros de oficinas en Nueva York, de interiores de hoteles junto a ferrocarriles, de soles de la mañana, y de gentes en tumbonas con la mirada perdida.


            Aunque hay cuadros de la década de los 30 que mantienen el tipo: Anochecer en Cape Cod, de 1939, o la Gasolinera, con colores más vivos que los que había visto en las reproducciones, los rostros más apagados, más pálidos. O La habitación de hotel en Nueva York, de 1032, con personajes como maniquíes de rostro difuminado, sin ojos y un decorado mínimo.


            En los cuadros de Hopper, cuando el pintor estaba en plena forma, la figura humana está abandonando definitivamente el escenario de la pintura para que ésta se convierta en huella de la humanidad. De hecho, en el último lienzo que pintó, Dos Clowns –uno de ellos el propio Hopper, otra vez- se despiden en un alto escenario sobre un fondo azul plano.

2 comentarios:

Susana dijo...

Sólo espero que tengan a bien exponer su obra también en Barcelona.

Petó

Toni Santillán dijo...

Me parece que no. No hay dinero para tanto.