martes, 25 de septiembre de 2012

Historia de un alemán 1914-1933



            Escrito en 1939, desde su exilio en Inglaterra, este libro de Sebastian Haffner, Historia de un alemán 1914-1933, ha tardado casi setenta años en editarse. ¿Por qué lo tuvo guardado tanto tiempo? ¿Por qué no lo editó mientras vivió, siendo un libro tan importante? Es un libro que explica la atmósfera alemana de los años que van del inicio de la Gran Guerra al año del ascenso al poder de los nazis. En esa atmósfera que tan bien describe nos muestra el paisaje alemán de aquellos años, pero también algunas de las razones del ascenso del totalitarismo al poder. En Alemania tras la guerra prendió la irracionalidad, los jóvenes, los soldados licenciados, incapaces de volver a la responsabilidad de la vida cotidiana –es más difícil vivir una vida con autonomía que entregarla a una organización que te dice lo que has de hacer y te libera de responsabilidad, sostiene Haffner- se agrupan en asociaciones y fratrías, en grupos de camaradas –“La camaradería era un estado de felicidad”- que más que negarse a aceptar la derrota en la guerra afirman que en realidad a causa de unos pocos errores Alemania no obtuvo la victoria. A eso hay que añadir la falta de inteligencia práctica de los políticos de Weimar, a los que Haffner critica ácidamente.

            El grueso de su memoria se retrotrae al verano de 1933, a los primeros meses del poder nazi. Haffner escribe sobre su propia peripecia en los últimos años de estudiante, de sus amores y amistades, cuando se preparaba para hacer el examen de estado para acceder a la carrera judicial, en medio de los cantos y desfiles de las SA y de las juventudes nazis, de cómo su vida, la de sus amigos, la de sus novias, se ve afectada por el impulso de cambio frenético, de la revolución que están imponiendo los nazis. No sólo la sustitución de la bandera alemana por la de la cruz gamada, el incendio del Reichtag para convertir Alemania en un campo de concentración, la obligación de levantar el brazo para evitar una paliza al paso de los desfiles, el antisemitismo que echa de sus puestos a los jueces, médicos, catedráticos de origen judío, el cierre de sus negocios o la incitación a que no se acuda a ellos, el miedo inducido por el terror, sino de la asunción por los amigos o compañeros de la ideología totalitaria de modo natural, afiliándose o acudiendo a campamentos de verano, donde sin necesidad de discursos o presiones se acepta como el aire que se respira la nueva Alemania. 
“Bastaba un pequeño pacto con el diablo para dejar de pertenecer al equipo de los prisioneros y perseguidos y pasar a formar parte del grupo de los vencedores y perseguidores”. 
            Siempre es odioso comparar porque al hacerlo se simplifica o se pierden amistades, pero hay que hacerlo. Esas ideologías que jodieron el siglo XX no están muertas del todo, sigue habiendo abanderados, afiliados honrados o buenas personas –como en la Alemania de 1933- también periodistas que no informan, sino que combaten, a un lado y al otro del espectro, boy scouts que no sueltan discursos a los niños sino que al modo alemán meten por los poros el amor a la patria y el no nos quieren o nos roban.

            El lector de este libro le está diciendo página a página a Haffer, márchate, márchate ya, a qué esperas. Algunos de sus amigos se van, él lo anuncia a cada paso. Pero la mayoría no se marchó, porque no pudo, porque decidió irse demasiado tarde, porque se subsumió en la atmósfera venenosa que en muy pocas semanas crearon los nazis, a la que se adaptaron fácilmente los alemanes. Sólo desde fuera, desde lejos, en el tiempo y en el espacio, puede verse 1933 con objetividad y pavor. Muy pocos, como Haffner, lo vieron desde dentro y pudieron actuar en consecuencia. 
“El mundo en el que había vivido iba desvaneciéndose, desaparecía, iba haciéndose invisible día a día de forma evidente y en medio de un silencio absoluto. Casi a diario podía notarse cómo desaparecía y se hundía un fragmento más de ese mundo: bastaba con buscarlo por los alrededores para ver que ya no estaba. Nunca he vuelto a vivir un proceso tan extraño. Era como si el suelo que uno pisa fuese desgranándose sin pausa, de forma imparable, o mejor: como si el aire que uno respira fuese succionado constantemente y a intervalos regulares sin saber bien desde dónde”. 
            No hay más que ver lo que ha ocurrido en estos años en la antigua Yugoslavia, en el País Vasco, los hijos de andaluces y extremeños militando en ETA y matando por la patria, la mayoría de la población asumiendo, consintiendo o apartándose ante una ideología asesina. O lo que ha ocurrido en Cataluña, en la escuela, en los medios de información, en el movimiento escolta. ¿Adónde nos lleva la aventura que están iniciando ahora algunos políticos catalanes? Algunas veces se dice, en la calle no hay conflicto, se vive con normalidad. De eso es de lo que habla Haffner: los peces se mueven en el agua con toda normalidad, aunque esté contaminada y les lleve a la muerte.

            No lo había pensado pero es un libro magnífico para leerlo en clase, como lo son Años lentos de Fernando Aramburu u Ojos que no ven de González Sainz. La avara ilusión adolescente de la Patria Libre conduce a que un puñado de personas de la élite política y económica se haga con el magro pastel de la independencia y conduce a la mayoría a la pobreza y a la miseria moral. ¿Pero quién lo sabe cuando está en medio de la emocionada tormenta rodeado de cantos, banderas y frases engrescadores
“Sin embargo, sé y afirmo con toda contundencia que precisamente esta felicidad y justo este tipo de camaradería pueden convertirse en uno de los instrumentos de deshumanización más terribles, tal y como ocurrió a manos de los nazis. Éste es su gran señuelo, su gran cebo. Los nazis han atragantado a los alemanes con el alcohol de la camaradería, cosa que ellos en parte deseaban, hasta el delirium tremens. Han convertido a todos los alemanes en camaradas y los han aficionado a esa droga desde la edad más temprana: en las juventudes Hitlerianas, las SA, el ejército del Reich, en miles de campamentos y federaciones, extirpándoles algo irreemplazable, algo que no puede ser compensado con la felicidad propia de la camaradería”.

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