
El grueso
de su memoria se retrotrae al verano de 1933, a los primeros meses del poder
nazi. Haffner escribe sobre su propia peripecia en los últimos años de
estudiante, de sus amores y amistades, cuando se preparaba para hacer el examen
de estado para acceder a la carrera judicial, en medio de los cantos y desfiles
de las SA y de las juventudes nazis, de cómo su vida, la de sus amigos, la de
sus novias, se ve afectada por el impulso de cambio frenético, de la revolución
que están imponiendo los nazis. No sólo la sustitución de la bandera alemana
por la de la cruz gamada, el incendio del Reichtag para convertir Alemania en
un campo de concentración, la obligación de levantar el brazo para evitar una
paliza al paso de los desfiles, el antisemitismo que echa de sus puestos a los
jueces, médicos, catedráticos de origen judío, el cierre de sus negocios o la
incitación a que no se acuda a ellos, el miedo inducido por el terror, sino de
la asunción por los amigos o compañeros de la ideología totalitaria de modo
natural, afiliándose o acudiendo a campamentos de verano, donde sin necesidad
de discursos o presiones se acepta como el aire que se respira la nueva
Alemania.
“Bastaba un pequeño pacto con el diablo para dejar de pertenecer al equipo de los prisioneros y perseguidos y pasar a formar parte del grupo de los vencedores y perseguidores”.
Siempre es
odioso comparar porque al hacerlo se simplifica o se pierden amistades, pero
hay que hacerlo. Esas ideologías que jodieron el siglo XX no están muertas del
todo, sigue habiendo abanderados, afiliados honrados o buenas personas –como en
la Alemania
de 1933- también periodistas que no informan, sino que combaten, a un lado y al
otro del espectro, boy scouts que no sueltan discursos a los niños sino que al
modo alemán meten por los poros el amor a la patria y el no nos quieren
o nos roban.
El lector
de este libro le está diciendo página a página a Haffer, márchate, márchate ya,
a qué esperas. Algunos de sus amigos se van, él lo anuncia a cada paso. Pero la
mayoría no se marchó, porque no pudo, porque decidió irse demasiado tarde,
porque se subsumió en la atmósfera venenosa que en muy pocas semanas crearon
los nazis, a la que se adaptaron fácilmente los alemanes. Sólo desde fuera,
desde lejos, en el tiempo y en el espacio, puede verse 1933 con objetividad y
pavor. Muy pocos, como Haffner, lo vieron desde dentro y pudieron actuar en
consecuencia.
“El mundo en el que había vivido iba desvaneciéndose, desaparecía, iba haciéndose invisible día a día de forma evidente y en medio de un silencio absoluto. Casi a diario podía notarse cómo desaparecía y se hundía un fragmento más de ese mundo: bastaba con buscarlo por los alrededores para ver que ya no estaba. Nunca he vuelto a vivir un proceso tan extraño. Era como si el suelo que uno pisa fuese desgranándose sin pausa, de forma imparable, o mejor: como si el aire que uno respira fuese succionado constantemente y a intervalos regulares sin saber bien desde dónde”.
No hay más
que ver lo que ha ocurrido en estos años en la antigua Yugoslavia, en el País
Vasco, los hijos de andaluces y extremeños militando en ETA y matando por la
patria, la mayoría de la población asumiendo, consintiendo o apartándose ante
una ideología asesina. O lo que ha ocurrido en Cataluña, en la escuela, en los
medios de información, en el movimiento escolta. ¿Adónde nos
lleva la aventura que están iniciando ahora algunos políticos catalanes? Algunas
veces se dice, en la calle no hay conflicto, se vive con normalidad. De eso es
de lo que habla Haffner: los peces se mueven en el agua con toda normalidad,
aunque esté contaminada y les lleve a la muerte.
No lo había
pensado pero es un libro magnífico para leerlo en clase, como lo son Años
lentos de Fernando Aramburu u Ojos que no ven de González Sainz. La avara
ilusión adolescente de la Patria Libre
conduce a que un puñado de personas de la élite política y económica se haga
con el magro pastel de la independencia y conduce a la mayoría a la pobreza y a
la miseria moral. ¿Pero quién lo sabe cuando está en medio de la emocionada
tormenta rodeado de cantos, banderas y frases engrescadores?
“Sin embargo, sé y afirmo con toda contundencia que precisamente esta felicidad y justo este tipo de camaradería pueden convertirse en uno de los instrumentos de deshumanización más terribles, tal y como ocurrió a manos de los nazis. Éste es su gran señuelo, su gran cebo. Los nazis han atragantado a los alemanes con el alcohol de la camaradería, cosa que ellos en parte deseaban, hasta el delirium tremens. Han convertido a todos los alemanes en camaradas y los han aficionado a esa droga desde la edad más temprana: en las juventudes Hitlerianas, las SA, el ejército del Reich, en miles de campamentos y federaciones, extirpándoles algo irreemplazable, algo que no puede ser compensado con la felicidad propia de la camaradería”.
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